«Fleishman está en apuros»: Ahora sabéis lo que se siente
Plata o plomo
De la premisa de dónde está mamá parte esta adaptación de la novela homónima de Taffy Brodesser-Akner que en ocho capítulos reinventa el clásico de fue a comprar tabaco y no volvió. Aquí es ella la que se larga. Y nada, nunca, es lo que parece
30 Apr 2023. Actualizado a las 15:00 h.
Tienen la lengua afilada de los que se han querido mucho. De los que conocen de tal forma los pliegues, los terrores del otro y sus vergüenzas que saben qué tecla precisa pulsar para hacer volar toda una vida por los aires. Fleishman está en apuros (Disney+) sirve al espectador una golosa detonación que parece que evoluciona en divorcio manso hasta que una noche ella —Rachel (Claire Danes)— entra a hurtadillas en el apartamento de él —Toby (Jesse Eisenberg)— y, un día antes de lo acordado, le arropa a los críos para largarse, sin mirar atrás, a un retiro de yoga. La marimorena termina de armarse cuando, siete días más tarde, no aparece a recogerlos.
De la premisa de dónde está mamá, de si le ha pasado algo o si ha optado deliberadamente por «abandonar» a sus hijos (habrase visto) parte esta adaptación de la novela homónima de Taffy Brodesser-Akner que reinventa el clásico de fue a comprar tabaco y nunca más volvió y aprovecha para tender al sol las miserias de los que al cumplir 40 caen del guindo. Así que hacerse mayor era esto: responsabilidades, insatisfacción y nostalgia atragantada, aún con pasta en el bolsillo.
Ahí tenemos a Toby: un tipo esforzado por mantener intacta su moral elevada, un pardillo de manual en su época de acné que una vez separado triunfa como la Coca-Cola en el emancipado mundo de la aplicaciones de citas, un adulto funcional rodeado de gente a la que detesta que, al quitarse el anillo, recoge cable y retoma el contacto con sus dos mejores amigos de la universidad para, más que a ellos, acercarse al que era él entonces. Aparecen así en escena la fabulosa Libby (Lizzy Caplan), aburrida como una ostra de ser esposa y madre a tiempo completo, en plena crisis de identidad, y Seth (Adam Brody, al que conocimos también como Seth en OC), cliché del guapito de cara y tiburón de oficina alérgico al compromiso. Y entonces las piezas empiezan a moverse, el foco alterna y los roles viran. Bienvenido, amigo, a la paternidad 24/7 y no durante un ratito, para echar una mano a la doña.
Ahora sabréis lo que se siente, hombres del mundo. Lo sabréis al ver a ese Toby escopetado, con cara de que al día le faltan horas. Lo sabréis al asistir a sus torpes intentos de lidiar con una chiquilla preadolescente malcriada y su hermano pequeño, un privilegiado cerebrito de ocho años que de la vida apenas entiende nada. Y lo sabréis al comprender antes que él que pedir favores y días por asuntos propios acaba pasando factura, al intuir los añicos antes siquiera de ver la grieta.
Una voz en off —no demasiado chirriante, para ser justos— va situando al espectador en una narración desordenada, propensa a echar la vista atrás para encajar las piezas y, solo así, poder comprender. Importan más las emociones que hay tras lo que pasa que lo que pasa, más las razones de los personajes que la incógnita que acaba diluyéndose cuando se entiende todo lo demás: por qué esa pareja se tortura dialécticamente, por qué erramos el tiro al ver (solo) a Toby como el abandonado, por qué nos tragamos que era comedia y resulta que era tragedia, por qué esos planos del revés.
Porque en esas —en apuros— estamos todos.