De «Falcon Crest» a «Galgos», el éxito de las series sobre intrigas familiares
Plata o plomo
La serie de Movistar es sucesora de otras producciones como «Herederos» o«Gran Reserva»
29 Jan 2024. Actualizado a las 05:00 h.
El de las sagas familiares es un género en sí mismo. El de las sagas familiares ricas, claro. Porque para ver a familias pobres alrededor de una mesa ya tenemos la nuestra. Hay algo aspiracional en ello, de soñar con lograr algo parecido a lo que nos muestran en pantalla, con esos coches, esas casas, esas joyas. Y hay algo despiadado también, los vemos sufrir y nos regodeamos en sus tormentos, pensando en que atesorarán mucho dinero, pero las pasan canutas como el común de los mortales.
La televisión lleva décadas retratando este tipo de clanes adinerados y relatando sus luchas de poder. Los ingleses lo hicieron con sofisticación en los años 70 con los Bellamy, que vivían en la zona de arriba de Arriba y abajo, una tradición que mantuvieron más tarde los Crawley de Downton Abbey. Los estadounidenses dieron lustre a los culebrones que llegaban de Latinoamérica y se sacaron de la manga sus propias familias opulentas. Primero fueron los Ewing, de Dallas, y más tarde los Carrington de Dinastía y los Agretti y Gioberti de Falcon Crest. A la zaga de aquellos han llegado más recientemente los Darling de Dirty Sexy Money, los Rayburn de Bloodline, los Grayson de Revenge, y, por supuesto, los Roy de Succession.
¿Y en España? Pues no nos hemos quedado atrás y también hemos sacado a relucir sagas patrias con secretos ancestrales, cuentas corrientes boyantes y ningún escrúpulo. Y a la audiencia les han gustado también. Debemos retroceder hasta mediados de los 70 para encontrarnos con los Rius, que tenían al frente al actor Fernando Guillén, pero seguramente los espectadores tendrán más recientes a los Cortázar y los Reverte de Gran Reserva, a los Acosta de Motivos personales, o a los Orozco, de Herederos, cuyas fortunas venían de los vinos, los fármacos y los toros, por ese orden.
De estas es deudora Galgos, producción recién estrenada en Movistar, con los Somarriba como protagonistas al frente de una empresa especializada en bollería y chocolates, que les ha enriquecido. Ahora se encuentran en un momento delicado, por los cambios en los hábitos saludables, las modificaciones legislativas en torno al azúcar y las propias ambiciones de algunos familiares. Eso provoca una situación de crisis financiera que hay que atajar como sea.
Ese es el punto de partida donde vamos a ser testigos en primera fila de los rifirrafes para ganar posiciones en el tablero de poder. También vamos a comprobar cómo la estampa idílica que nos presentan en los minutos iniciales del primer capítulo nada tiene que ver con la realidad, la relación entre unos miembros y otros presenta serias grietas. Esta última cuestión nos reconforta —y ayuda a entender el éxito entre el público de estas propuestas—, corrobora la idea de que las imágenes de ricos que vemos muchas veces en la tele o en las revistas son impostadas y esconden verdaderas miserias.
¿Qué hereda esta serie de todas las anteriores que hemos citado? El perfil de los personajes, por ejemplo, con hermanos que han de pelear para llamar la atención de alguno de sus progenitores, padres más preocupados por salvar sus bienes que por reconciliar a sus seres cercanos, y ovejas negras que pretenden destacar a costa de quien sea.
Galgos también incorpora a sus tramas las diferencias generacionales que se plantean a la hora de modernizar la empresa familiar con el fin de que siga rindiendo como debe y eso desemboca en luchas internas.
Consciente de que esos fueron los ingredientes que hicieron triunfar a todas las otras la serie de Movistar repite patrones. Hay un matrimonio que lleva 40 años juntos pero que todavía no se conoce lo suficiente entre sí —lo encarnan Óscar Martínez y Adriana Ozores—. Hay cuatro hijos con perfiles bien diferentes (la arribista que quiere dirigir la empresa como sea, el alelado al que nadie tiene en cuenta, el díscolo que regresa como salvador, la bohemia que no demuestra demasiado interés por el imperio de sus padres) —a cargo de Patricia López Arnaiz, Jorge Usón, Marcel Borràs y María Pedraza—. Y hay intereses cruzados de otros personajes para sacar tajada como sea. Con ese cóctel se cocina esta propuesta que deja resultados desiguales.
Estamos en otra época en lo que a series se refiere. Antes este tipo de producciones acumulaban un buen número de capítulos por temporada porque se emitían en cadenas en abierto que necesitaban garantizarse la fidelidad de la audiencia y ahora han recalado en plataformas de pago, que no quieren renunciar a viejas fórmulas que propiciaban éxitos. Aunque pretenden darles una pátina de modernidad. Por eso al frente de Galgos hay directores y guionistas reputados cuya misión es lustrar los guiones y la puesta en escena.
Directores y guionistas de lujo
Tras las cámaras se colocan Félix Viscarret, impulsor de Bajo las estrellas, No mires a los ojos o más recientemente Una vida no tan simple, y Nely Reguera, que tiene en su haber películas como La voluntaria o María (y los demás). En la sala de guiones han coincidido Clara Roquet, nominada al Goya el año pasado por Libertad; Francisco Kosterlitz, que coescribió con Mikel Gurrea la premiada Suro; Pablo Remón, que ha firmado Intemperie y No sé decir adiós; y Lucía Carballal, autora de libros como Los pálidos y Una vida americana.
Un equipo de escritores de lujo, que aún así no consiguen que en los guiones no se cuelen estereotipos y lugares comunes y que se topan a lo largo de seis capítulos con problemas de ritmo. Algunos acontecimientos de los que se habla constantemente no terminan de suceder (la amenaza de trabajadores ante el cierre de sedes) y otros se precipitan sin razón alguna (la boda que se cancela y se reanuda de manera abrupta). Son decisiones narrativas que en esta clase de producciones se perdonan porque buscan golpes de efecto y mantener al espectador enganchado, pero que en esta ocasión cuesta más de justificar.