La familia real arropa a doña Letizia en la incineración de su hermana
Sociedad
Tomás García Yebra madrid
La ceremonia tuvo lugar, a última hora de la mañana, en el tanatorio de La Paz, en Tres Cantos El capellán de la Zarzuela ofició un responso al que asistieron el Rey y las infantas
En un día triste y pasado por agua, la familia real en pleno -excepto la Reina, que estaba volando desde Indonesia- quiso acompañar a la Princesa de Asturias y a su familia en la despedida de los restos de Érika Ortiz. El cuerpo de la hermana pequeña de Letizia Ortiz, fallecida el miércoles en su domicilio de Valdebernardo, fue incinerado en el tanatorio de La Paz, en la localidad de Tres Cantos, a última hora de la mañana. Momentos antes, el capellán del palacio de la Zarzuela, Serafín Sedano, ofició un breve responso.
A la una menos tres minutos apareció el primer grupo de la comitiva, compuesto por los Príncipes de Asturias; la madre de doña Letizia, Paloma Rocasolano; y su abuelo materno, Francisco Rocasolano. Les siguieron la abuela materna, Enriqueta Rodríguez, y varios familiares.
Quince minutos después llegó el Rey con las infantas Elena y Cristina, y sus respectivos maridos, Jaime de Marichalar e Iñaki Urdangarín. Todos iban guarecidos con amplios paraguas, excepto el Rey, quien, fiel a su costumbre, caminó unos metros a cabeza descubierta. Finalmente, la infanta Elena aceleró el paso y le cubrió con un extremo de su propio paraguas. En la puerta les esperaban los Príncipes de Asturias.
Abrazo cariñoso
El responso duró unos quince minutos y justo a su término, sobre las 14.30 horas, la familia real abandonó el tanatorio. Primero salió el Rey, y nuevamente se abrazó a su hijo y nuera, y seguidamente lo hicieron los duques de Lugo y de Palma, quienes se despidieron muy cariñosamente de los Príncipes de Asturias. El Rey decidió continuar esta misma tarde con su agenda, no así don Felipe, que ha suspendido todos sus actos oficiales.
Durante toda la mañana el Príncipe Felipe estuvo muy pendiente de su mujer, no sólo acompañándola físicamente, sino siguiéndola en todo momento con la mirada, un gesto de protección que no eludió ni un instante.