No disparen al pianista del parador
Sociedad
Mientras sus dedos vuelan de memoria sobre el teclado, su mirada recorre el piano-bar de madrugada. Tranquilos, sus secretos están a salvo; la discreción también es música
18 Jul 2010. Actualizado a las 02:00 h.
Los pasillos del parador de Baiona son esta noche como un laberinto cuyo centro es el piano-bar. Desde que a los seis años, en Buenos Aires, la vecina del cuarto le permitió colocar por vez primera sus dedos sobre el teclado marfileño de blancos y negros, Juan Carlos Cambas se sintió pianista. Lo suyo es la música de raíces, el folclore argentino, porque no solo de tango vive el hombre, ni siquiera el porteño. Pero también cualquier otra manifestación del sentimiento popular expresado en siete notas. Por algo su tercer disco, en el que trabaja, se llamará A viaxe . El viaje de ida, el de sus padres, a través del Atlántico hace ya una vida entera. El suyo, de vuelta, en busca de los orígenes. El de las músicas de las dos orillas, encontrándose en sus partituras. Recorre los escenarios con su grupo, un equipo de siete personas, pero el fin de semana Juan Carlos regresa a las distancias cortas para convertirse en el pianista del parador.
Faltan solo unos minutos para la medianoche. Asomado al mar sobre la antigua fortaleza de Monte Real, el parador de Baiona no parece conocer muy bien el significado del término crisis. En algún lugar, ahí delante, se esconden en la oscuridad las islas Cíes. Aquí dentro las habitaciones están habitadas, que es lo suyo. El restaurante ronronea con el bullicio de los comensales que piensan ya en la sobremesa. Y el pianista remata el primer turno de la velada para irse con su música a otra parte, justo a un palmo de la barra del bar.
«Tú eres el que tocas, pero también escuchas, y escuchas de todo; la gente pide los clásicos y uno los interpreta de memoria mientras observa y oye; te sorprendería saber las cosas de las que uno se da cuenta desde el piano», confiesa Juan Carlos. No hay motivo para la inquietud, no hay secreto que no esté a salvo con el pianista, que saluda a la madrugada con los acordes de Hello , de Lionel Ritchie. Así que, como en los saloons de los tiempos del gatillo fácil, en Baiona tampoco es necesario disparar al músico.
Dos parejas buscan su momento entre las butacas del salón. Sobre una mesa, dos copas de oporto. Algo alejados, detrás de una columna, un par de clientes con aire británico apuran sus tragos bajo una luz tenue. Al tercer tema se levantan. Suena Yesterday . La verdad es que parecen cansados. Uno de ellos saluda al músico con un gesto de aprobación y ambos se retiran. Un matrimonio con niño se detiene a escuchar, pero ninguno cruza la puerta. Sí lo hace una mujer. Treinta y tantos. Está sola. Pide un gin tonic de Bombay Sapphire y se dirige a otro teclado, el de un ordenador. Lo deja, se sienta y recupera el vaso ancho solo para volver, minutos después, a la pantalla del PC. Es fácil imaginar que espera la respuesta de alguien, una respuesta que no acaba de llegar. Para Elisa , de Beethoven, pone banda sonora a su nostálgica búsqueda virtual mientras un grupo numeroso toma asiento un poco más allá. «Qué bien toca», reconoce una elegante dama. Cafés, infusiones y algún coñac van cayendo al ritmo canalla del tema central de El golpe .
Juan Carlos guarda en la mochila un buen número de anécdotas. Y memoria de bastante gente. «En Santiago se acercaron por el piano Pavarotti, casi todos los de Operación triunfo del primer año, Luz Casal; algunos momentos, como los diez minutos que pasé con Almodóvar cuando vino a rodar Todo sobre mi madre, fueron grandes». Pero si hay alguien al que recuerde con una sonrisa, ese es Stephen Hawking, el genio de la física confinado en una silla. «Lo primero que pidió fue una foto con las chicas del grupo, es un tipo muy cercano, simpático». La noche, en fin, se va consumiendo. A la una suena el último tema, As Time Goes By , un homenaje a todos los pianistas de hotel en la figura de aquel Sam a quien, en realidad, nunca pidieron que la tocase otra vez.