La Voz de Galicia

Y los padres se preguntan: ¿qué pasa aquí?

Sociedad

Javier Becerra Redacción

Tradicionalmente centrado en adolescentes, el pop cada vez apunta a edades más tempranas. Hoy las niñas de 9 y 10 años se pirran por formaciones como One Direction o cantantes como Justin Bieber. De fondo están Internet y la industria adaptándose al momento.

11 Mar 2013. Actualizado a las 19:47 h.

Harry tiene 18 años. Niall, Zayn y Liam, 19. Y Louis, 20. Son One Direction. Se dieron a conocer en el programa Factor X de la televisión británica. Corría el 2010. Respondían a un concepto ya clásico en la industria musical: la boy-band. Así se denomina a las formaciones integradas por varios cantantes masculinos dirigidas al público adolescente femenino y que, en diferentes proporciones, responden a una misma receta. A saber: pop edulcorado, rostros angelicales, desparpajo juvenil, la ropa a la moda, mensajes de amor idealizado, coreografías ad hoc y, por supuesto, las fans. Ellas resultan claves. Deben flotar en sus canciones, enamorarse perdidamente de sus componentes, convertir a uno de ellos en su príncipe azul y, por supuesto, pegar el póster en la habitación. Cuando la fan coloca al ídolo en la pared se cierra el círculo. Objetivo logrado.

Esta categoría de bandas no es nueva. Existe desde los Jackson Five, en los setenta. Cada generación cuenta con la suya. En los ochenta brillaron los New Kids On The Block. En los noventa, Take That. Y en la década pasada, Backstreet Boys. Ahora les toca el turno a One Direction, reyes absolutos del cotarro. Sirva como ejemplo una de las últimas noticias. En el videoclip de su versión del One Way or Another de Blondie interviene el mismísimo David Cameron. Pero, más allá de ello, en esta formación se detecta un rasgo distintivo: el revolucionar a edades cada vez más tempranas. Si antes las boy-band generalmente disparaban a la adolescencia (o, en el mejor de los casos, la preadolescencia) con One Direction se encuentra a niñas de 9 y 10 años rendidas a los intérpretes de piezas como Kiss o Little Kiss. Muchos padres se preguntan: ¿qué es lo que pasa aquí?

Antes de contestar, se hace necesario otro interrogante como punto de partida. ¿Qué es un fan? Tal y como recuerda el sociólogo Jordi Busquet, el término surge en el periodismo deportivo de finales del siglo XIX. Así se denominaba a los seguidores de equipos de béisbol y baloncesto. Sin embargo, el nacimiento del concepto tal y como se entiende en la actualidad se encuentra a caballo de los años cincuenta y los sesenta. Ahí floreció un jardín llamado cultura pop. En ese momento la juventud se erige como categoría social diferenciada. Y lo más importante: como sujeto de consumo.

Se crea así un universo específico liderado por la música y el cine. La ruptura con lo establecido y unas adhesiones tan fuertes hacia esos nuevos ídolos (Beatles, Elvis, James Dean?) resultan tales que pronto queda claro que existe un filón económico. La pasión de los fans ?estas personas que proyectan sus anhelos y su personalidad en un ídolo para sentirse diferentes pero a la vez similares dentro de un grupo? es el combustible. Sin ellos la rueda no seguiría girando.

«Las motivaciones de los adolescentes fans o seguidores están directamente vinculadas a la búsqueda y desarrollo de la identidad y pertenencia a un grupo de iguales y las actividades placenteras que proporcionan», señala la investigadora Beatriz Aquino. Siempre ha sido así. La industria se ha encargado de ello. Primero recogiendo los impulsos iniciales, cuando aún existía pureza y cierta espontaneidad. Luego provocándolos deliberadamente.

El punto de inflexión

En los ochenta se exprimió la gallina de los huevos de oro. Muchos de los grupos se creaban directamente con esa pretensión: terminar forrando una carpeta escolar. Lo apunta Juan Sardá en Una historia diferente del fenómeno fan, un brillante análisis en el que fija ahí la explosión del merchandising, de la fórmula one-hit-wonder (grupos efímeros de un solo éxito) y, por supuesto, las revistas para adolescentes. Del «quiero el disco» se pasa al «quiero el disco, pero también la camiseta, la revista y el libro oficial». Una vez ensanchado el mercado de objetos, solo quedaba hacerlo en cuanto a sujetos. Y, por supuesto, se iba a hacer.

La industria, insaciable, siempre ha querido acaparar más. Ya ocurrió con las Spice Girls, cuyo impacto y mensaje supuestamente feminista alcanzó a niñas muy por debajo de los 13 o 14 años. Pero con la fractura de Internet da la sensación de que toda esa rebaja se engrandece. Se trata de dos fuerzas que se retroalimentan gracias a la Red. Por un lado, se encuentra la fan púber, la que pide el cedé original en su cumple, el deuvedé de la gira en el santo y el libro oficial en Reyes. Todo en unos tiempos en los que una buena parte de la sociedad (sin ir más lejos, la mayoría de sus padres) esquivan los derechos de autor. Un dato: la lista Afyve del 2012 incluye dos discos de One Direction entre los 50 primeros.

Pero, junto a ello, las redes sociales han facilitado la interacción entre los fans, dejando la posibilidad de sumar fácilmente pasiones a golpe de clic. Si a todo ello se le añade el acceso cada vez más temprano a las nuevas tecnologías, la respuesta es fácil.

Mientras que antes una niña de 9 años generalmente no podía entrar en los foros en los que se cultivaba el pop (las revistas y la correspondencia por carta entre los fans que se anunciaban), ahora no solo cuenta con Facebook, Tuenti y similares. También puede ser ella quien las cree. La industria ya se encargará de regar la planta.

Si uno pone en Google «One Direction», se encontrará con cerca de mil millones de entradas. Una información inabarcable para todas aquellas fans (también hay chicos, pero ellas ganan por mayoría) que sienten en estos momentos el primer estímulo de pasión por el pop. Solo hay que mirar alrededor para darse cuenta de que entre los 9 y 11 años existe una corriente de adoración.

Si se asciende algo más, llegamos a Justin Bieber. De los ojos de las preadolescentes de 12 y 13 años salen decenas de corazoncitos en su dirección. A sus recién estrenados 18 años, este rapaz de cara dulce entona baladas de caramelo y motiva análisis sorprendentes. En un artículo del periódico británico The Observer se señalaba que el canadiense tiene más influencia en las redes sociales que Barack Obama o el dalái lama. Miles de chicas rozando la histeria en cada una de sus apariciones públicas le dan la razón. Son las llamadas beliebers, contracción del apellido del cantante con el vocablo believe (?creer?).

Responden perfectamente a eso que Busquet señala como «relaciones de familiaridad (no recíprocas) con personajes famosos». Sin embargo, ha de hacerse aquí una precisión. El chico (o quien se hace pasar por él) interactúa con ellas por Twitter, graba vídeos de aire casero en YouTube y mantiene la cuerda tensa más allá del disco o el concierto. Es el artista siglo XXI, inmerso en las dinámicas del fan 2.0. El que en vez del póster aspira a ser fondo de pantalla del iPad. Un paso más allá.


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