Qué bello es el vello
Sociedad
La historia de la depilación femenina es el ejemplo práctico perfecto de cómo una industria va marcando gustos
10 Feb 2014. Actualizado a las 19:03 h.
Es una pena que Stephen Hawking haya expedido su controvertido certificado de defunción de los agujeros negros. La supuesta existencia de la no materia era una parábola atinada de los tiempos y de sus turbulencias. Aunque quizás nada más coherente para un agujero negro que no existir. Tal vez por eso, conmovidas por la nostalgia de un fenómeno inexistente pero de una simbología definitivamente posmoderna, algunas it girls del momento han apostado por volver a ponerlos, a los ojetes cósmicos digo, en el centro de la anatomía femenina, un poco al centro de las ingles y quince centímetros por debajo del ombligo. Entre Cameron Diaz, Gwyneth Paltrow, los almacenes neoyorquinos American Apparel y alguna rabuda existencial con ganas de epatar han empezado a componer una sinfonía que reivindica que se paralice la deforestación generalizada y por decreto estético del monte de Venus. Un pataleo de aromas post feministas que ya les adelanto tiene toda la pinta de acabar en la papelera. Admitamos que con todas las tendencias que triunfan alguien saca tajada. Y la historia, evolución y circunstancias de la depilación femenina y aledaños es el ejemplo práctico perfecto de cómo una industria va marcando gustos que los ingenuos consumidores digerimos como espontáneos pero que están más inducidos que lo estaría un supuesto boom del sushi en A Laracha.
La primera vez que una señora empuñó la navaja para afeitarse una axila corría el año 1925. El acontecimiento debió de suceder en el cogollito de Manhattan y la pionera en esta era terciaria del rasurado tuvo que ser una de aquellas flapper que encerró el corsé bajo siete llaves y se dedicó a beber, fumar, bailar charlestón, se cortó el pelo a lo garçon y se depiló los golondrinos. En la gramola fijo que sonaba Joe King Oliver y su Creole Jazz Band y ella era la primera mujer en siglos que se atrevía a enseñar algo de piel en público. Aquella exploradora no sabía que estaba abriendo la puerta a una vigorosa industria que ha ido imponiendo poco a poco la calvicie corporal en las mujeres y, desde los años ochenta, en los hombres. Con los primeros metrosexuales, los muchachos empezaron a practicar el noble y doloroso arte del arrancamiento capilar, distanciándose cada día un poco más del estándar oso para aproximarse al modelo pre-púber perpetuo. Calculen el negocio.
Que la osadía trending de la primera de esta estirpe de lampiñas cheiraba a cuartos lo demuestra la publicación en 1925 del primer anuncio sobre depilación femenina. Apareció en la revista Harpers Bazaar, cuyo radar para cazar tendencias ya estaba bien engrasado. Entre ese reclamo y la proposición melenuda de la Paltrow ha transcurrido casi un siglo en el que cada año la industria del afeitado ha conquistado un centímetro de piel. El último enclave de selva virgen empezó a mostrar síntomas de debilidad hace dos décadas y cayó con aparato hace una cuando, tras un cerco tenaz, a veces disimulado con la aplicación de peluquería fina a la melena subombilical, la tundra púbica dejó paso al desierto y la exterminación de toda vegetación se acometió con mejores resultados que la deforestación de la Amazonía. Para los que se escandalicen con los pelos, un aviso: el último desenfreno estético ya introduce el bisturí y el bótox en el mundo punto G y sus circunstancias. Ahora la excusa es el placer