Las finanzas de Marina se pegan la gran castaña
Sociedad
La viuda de Cela puso a la venta fugazmente su casa para pagar al hijo del Nobel parte de los 5,2 millones que le exige el Supremo
19 Oct 2014. Actualizado a las 11:01 h.
Marina Castaño puso a la venta su Pabellón de reposo particular, la mansión de Puerta de Hierro en la que vivió con el Nobel. Pedía siete millones. Eso decía una web de compraventa madrileña. Pero ella se desdijo alegando que no vendía, que la inmobiliaria se equivocó. La necesidad económica para cumplir la sentencia y la sombra del embargo parecen estar tras este amago inmobiliario.
El revés en los tribunales -el segundo- deja a Marina en aparentes dificultades económicas, a pesar de que asegura: «Yo siempre viví de mi trabajo, no de saquear a mis padres». La sentencia del Supremo establece que Camilo José Cela Conde tiene derecho a percibir las dos terceras partes de la herencia paterna. Es decir, 5,2 millones. Marina correrá con la mayor parte, mientras que la Fundación Iria Flavia aportará algo más de un millón de euros. La Justicia certifica lo que ya se sabía: que el fallecido Nobel no era San Camilo, y que el hijo debería haber recibido más. Y no la Fundación padronesa ni la viuda y entonces marquesa, que hicieron una partija desigual. Vamos, que el Supremo, al igual que antes la Audiencia de Madrid, creen que no hubo equidad y que deberá indemnizar a Camilo José hijo.
Años atrás, Marina Castaño le dio un cuadro rasgado de Joan Miró -eso sí, muy bonito y valorado en unos 100.000 euros- en lugar de entregarle la parte de la herencia que reclamaba y que ahora la Justicia recuerda. Un caramelo que el hijo del Nobel gallego vio escaso. Litigó 12 años con Castaño, la periodista que fue esposa de un hacedor de narraciones únicas y que recibió la mayor parte de fortuna y pastel del literato de Iria Flavia a su muerte en el 2002.
Marina nunca mostró empatía con el vástago de Cela. Un hombre que también actúa de escritor y que no hizo migas con la segunda mujer de su padre, figura con la que tampoco congenió. Quizá no le perdonó que este genio de las palabras apartara a su madre a un lado, en el pueblo donde los pimientos que pican y los que no tienen etiqueta, para arrimarse a otra más joven. Un lío que parece de novela, casi una Colmena, pero en el que ahora son los cuartos los que manejan el guion.
El Nobel murió sin un duro en el bolsillo, pero con un considerable patrimonio. Marina heredó propiedades, empresas y la Fundación, en la que se arrogó el cargo de presidenta, a pesar de que sus estatutos marcaban que fuera solo «vice». Y así comenzó a oler a podrido en Iria Flavia. Tanto hedor llegó incluso a alarmar a la fiscalía, que entró en las Casas dos Coengos, tomó documentación e identificó la gestión como catastrófica y con atisbos de delito. La Xunta maniobró para apartarla del gobierno del legado de Cela en Galicia.
Quedó sin presidencia y después sin marquesado al contraer nupcias -las terceras- con un cirujano. El lenguaraz Nobel dejó escrito que ella perdería su condición de marquesa si en su lecho ingresaba varón con intención de perpetuarse. Y así fue.
El cuadro de Miró no tiene marco de Madera de boj. Y en este culebrón familiar de dineros y puñaladas traperas no cabe El asesinato del perdedor.