La Voz de Galicia

Baltasar Merino, el burgalés que censó a caballo la flora gallega, científico del año

Sociedad

r. romar redacción / la voz
Baltasar Merino (Burgos, 1845- Vigo, 1917) impartió docencia en colegios jesuitas de A Guarda y Santiago.

El botánico y meteorólogo también innovó la meteorología desde A Guarda

08 Mar 2017. Actualizado a las 05:00 h.

Nació en Lerma (Burgos) en 1845; a los 15 años ingresó en la Compañía de Jesús en el monasterio de Loyola (País Vasco); a partir de los 22 años fue enviado a Cuba, Estados Unidos, Francia y Puerto Rico para impartir docencia y a los 55 recorrió Galicia a caballo para realizar la primera gran catalogación de la flora de la comunidad, un trabajo que aún hoy en día es un referente en la botánica, no sin antes, también desde Galicia, convertirse en un auténtico innovador de la meteorología puesta al servicio del ciudadano. Fue Baltasar Merino, al que ahora la Real Academia Galega da Ciencia (RAGC), coincidiendo con el centenario de su muerte, le rendirá homenaje en el Día da Ciencia en Galicia. El botánico y meteorólogo será el protagonista de numerosos actos que se celebrarán a lo largo de los próximos meses para dar a conocer su figura a la sociedad.

Baltasar Merino llegó a Galicia en 1880, donde permaneció hasta su muerte en 1917, para impartir clases de ciencia e inglés en el colegio jesuita de Camposancos (A Guarda). Pero diez años después dejó la docencia para dedicarse en exclusiva a la investigación como botánico. Y ahí empezó un ingente trabajo que lo llevó a recorrer casi toda la comunidad para realizar el inventario exhaustivo del manto vegetal gallego, que publicó en varias entregas entre 1905 y 1909 como Flora descriptiva e ilustrada de Galicia.

 

La Voz reeditó en 1980 dentro de la Biblioteca Gallega, la «Flora descriptiva e ilustrada de Galicia», de Merino.

«Fue un autodidacta, pero estaba asesorado por expertos como Carlos Pou o Víctor López Seoane. Aún así, él hizo todo el trabajo, solo ayudado por antiguos alumnos, curas rurales o farmacéuticos», explica Francisco Javier Silva Pando, jefe del departamento de Ecosistemas Forestales del Centro de Investigación Forestal de Lourizán y responsable del herbario al que el propio Merino donó más de diez mil pliegos.

«Un modelo a seguir»

Como meteorólogo fue precursor de la introducción de gráficas para seguir la evolución de las precipitaciones y las temperaturas.

El sacerdote catalogó 1.845 especies de flora, de las que cerca de 1.000 no se habían citado nunca en Galicia y algo más de 70 eran totalmente nuevas para la ciencia. Antes solo existía un listado muy básico realizado por el catalán José Planelles. «El trabajo de Merino fue muy importante. En su época se consideró como un modelo a seguir y para los botánicos fue el gran referente hasta finales del siglo pasado», destaca Silva del trabajo del sacerdote, al que solo le quedaron por recorrer de Galicia algunas partes de la Costa da Morte, la sierra de A Capelada, las calizas de Rubiá, en O Barco, y la zona media-alta de Trevinca. El resultado fue la primera flora regional completa hecha en España, una descomunal obra que La Voz reeditó en tres tomos en 1980 dentro de la colección Biblioteca Gallega.

Empezó como autodidacta, pero su esfuerzo fue reconocido en 1915 con la elección como presidente de la Sociedad Internacional de Geografía Botánica.

Legajos de su herbolario, que cedió al centro de Lourizán. En su obra describió 1.845 especies en Galicia, muchas desconocidas hasta entonces.

Pero Baltasar Merino fue también un innovador de la meteorología. «A finais do século XIX montou na escola de Camposancos un medidor de ozono, que na época era algo así como si hoxe tivéramos aquí o LHC. Era algo absolutamente punteiro en Europa», subraya Juan Antonio Añel, físico climático de la Universidade de Vigo. Ante todo pretendía que la información meteorológica sirviese a los ciudadanos, por lo que fue uno de los promotores de la creación de la red española de estaciones pluviométricas y el impulsor del uso de barómetros aneroides en los barcos para predecir las borrascas y salvar así las vidas de los marineros. Recomendó su uso en la prensa española y portuguesa a raíz de la tragedia que provocó un temporal costero en Póvoa de Varzim, en 1892, por el que fallecieron más de cien personas.


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