El desastre natural que liberó a la humanidad
Sociedad
En 1781 una catástrofe volcánica cambiaría para siempre el rumbo de la historia
04 Apr 2021. Actualizado a las 05:00 h.
Nadie sabe cómo la pandemia del covid-19 acabará afectando a la civilización tecnológica y que tipo de cambios nos aguardan. Lo que está claro es que la naturaleza ha escrito algunos de los episodios más famosos de la vida del homo sapiens. La sismóloga estadounidense Lucy Jones recoge en el libro Desastres, cómo las grandes catástrofes moldean nuestra historia (Capitán Swing) los más influyentes. Entre ellos se encuentra el mayor cataclismo conocido, sobre todo por sus devastadores consecuencias y porque ayudó a sembrar una de las revoluciones más importantes. Un suceso que ocurrió no hace mucho y que ayuda a entender el poder transformador de una crisis climática.
En junio de 1783, conocido hoy como el annus mirabilis se registró una violenta erupción del volcán Laki, en Islandia, que se mantuvo activa durante ocho meses. La población islandesa quedó al límite de la extinción.
La potente explosión emitió enormes cantidades de dióxido sulfúrico en las capas altas de la atmósfera generando una nube tóxica que se expandió por toda Europa y que provocó muerte y destrucción, sobre todo de los cultivos. Aunque lo peor estaba todavía por llegar. En los años posteriores las partículas de azufre en la estratosfera empezaron a cubrir todo el planeta, impidiendo el paso normal de la radiación solar, generando un enfriamiento global.
La intensa erupción del Pinatubo en 1991 alteró el sistema climático de tal forma que se produjo un descenso de la temperatura media de 0,9 grados. Tal y como reconoce Jones en la obra, la ciencia no dispone de datos suficientes para reconstruir ele efecto real del Laki sobre la temperatura media, pero sí sabe que liberó seis veces más cantidad de dióxido sulfúrico que el Pinatubo. Las consecuencias en clima tuvieron que ser mucho mayores. Gracias a la prensa existen relatos y testimonios que ayudan a hacerse una idea. «De Londres a Viena se informó de personas que habían muerto por congelación y los grandes ríos estaba helados», explica la sismóloga.
Y mientras el viejo continente se congelaba en Francia se cocía a fuego lento un malestar social que acabaría estallando en la Revolución Francesa. En 1784, mientras el pueblo galo moría de hambre y frío, la reina María Antonieta encendió la mecha al manifestar que estaba encantada con la nieve porque podía realizar paseos en trineo.
Durante los siguientes cinco años se registraron inviernos muy crudos y veranos fríos y húmedos que se sucedían con períodos de sequía. En la época del Antiguo Régimen el 50 % de la producción se usaba para pagar los impuestos. Aun así, siempre se generaban excedentes que servían para alimentar a las zonas urbanas. Sin embargo, en los momentos de crisis los campesinos retuvieron esos excedentes y esto generó más hambre en las ciudades que en las zonas rurales.
Francia era a finales del siglo XVIII un país con más de veinticinco millones de habitantes y París una ciudad superpoblada con más de cuatrocientas mil personas. La capital francesa sufrió más que ninguna otra zona y la gente no tardó en reclamar comida y una rebaja de la presión fiscal sobre los alimentos. El hambre coincidió a con el auge de nuevas ideas políticas que difundían los escritores ilustrados. Así que aquella olla a presión estalló y comenzaron unas revueltas que dieron paso a la publicación de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, uno de los avances más importantes para la humanidad.