Mónica, embarazada de su novio fallecido: «Le dije que tendría el hijo que queríamos»
Sociedad
Usó el semen congelado que le dejó Esteban, que murió el año pasado, a los 40; lleva tres meses y medio de gestación
21 May 2023. Actualizado a las 20:36 h.
Una de las primeras cosas que quiere hacer Mónica Fernández cuando nazca su hija Cloe es llevarla al pequeño cementerio de Vilaza, en Gondomar. Allí le mostrará la maqueta de un coche de ralis de color verde apodado Kiwi, que siempre vigila la lápida de su piloto. Y le hablará de ese hombre, el padre de la niña. Se llamaba Esteban Pérez Iglesias y falleció por un cáncer en febrero del año pasado, a los 40 años, sin que le hubiese dado tiempo a concebir a su hija.
Mónica (Tomiño, 37 años) se quedó embarazada casi un año después de la muerte de Esteban, con el semen que él había dejado congelado cuando le diagnosticaron el cáncer.
Tuvieron poco tiempo para estar juntos. «Solo estuvimos un año y medio, pero fueron como cuatro», dice. A él le habían diagnosticado un cáncer de testículo en el 2018 y volvió. Afrontaron juntos un trasplante de médula y la dureza del tratamiento.
—Estás segura de que queres estar comigo? Eu hoxe estou, pero mañá podo non estar —le advirtió Esteban al principio.
—Iso tamén me pode pasar a min —repuso ella.
A Mónica le encantan los niños. Llevaba muchos años deseando ser madre. Estaba dispuesta a emprender ese camino ella sola y así se lo dijo a Esteban cuando lo conoció. No estaban casados. A él, que ya tenía una hija de una relación anterior (ahora tiene 5 años), le encantaba la idea de ser padres juntos. Pero lo fueron aplazando por la enfermedad. Esteban se sentía cada vez más cansado, había días que no lograba levantarse de la cama.
Había congelado su semen en el año 2018. «A los pacientes oncológicos que van a ser operados o sometidos a quimioterapia se les ofrece preservar su fertilidad vitrificando sus ovocitos o su semen», explica la analista clínica Digna Rodríguez, del laboratorio de reproducción asistida del Complejo Hospitalario Universitario de Vigo, donde llevaron el caso de Mónica. Ese material se conserva y puede usarse después, siempre que la mujer tenga menos de 40 años.
La ley de reproducción asistida española permite que la mujer o pareja de un hombre fallecido utilice su semen congelado hasta doce meses después de su muerte para quedarse embarazada. Solo ella puede usarlo. Esteban intuyó el desenlace y en su testamento dejó la autorización para Mónica.
En sus últimos días, estuvo ingresado en Povisa. «Yo le dije que iba a intentar tener el hijo que nosotros queríamos», recuerda Mónica, «y él me dijo que para eso tenía que dejar de fumar». Fue su última conversación.
El embarazo
Los doce meses que marca la ley son un plazo exiguo, porque hay mucho que hacer. En un proceso de reproducción asistida, se inyectan fármacos a la mujer para estimular la producción de óvulos, se le extraen en quirófano y después se fecundan en el laboratorio. Algunos son fecundados y generan embriones; pero no todos tienen la suficiente calidad. Al final, solo se implanta uno. Y no hay garantías. Mónica acudió a la primera consulta en la unidad de reproducción asistida solo un mes después de la muerte de Esteban, sin tiempo para el duelo.
«Intentamos priorizar un caso como este, porque el tiempo es muy importante y que pueda tener opción a dos ciclos», dice la ginecóloga Emilia Ocón, de la unidad de reproducción asistida del Chuvi, que nunca se ha enfrentado a un caso así.
Mónica se quedó embarazada en septiembre del año pasado. Padecía continuos episodios de ansiedad. En noviembre sufrió un aborto espontáneo. Se derrumbó, porque la carrera contra el reloj dejaba cada vez menos margen. «La ley te da doce meses solo y doce meses es casi imposible», protesta.
Su recuperación física fue muy rápida y el segundo embarazo llegó al límite del plazo legal. Tras el primer chasco, prefirió asumirlo con frialdad. Ahora está más aliviada porque ha pasado el umbral de riesgo, el primer trimestre. Está embarazada de tres meses y medio.
El día de la ecografía, la ginecóloga le reveló que, casi seguro, será una niña. Cloe. Al salir, se lo contó a Esteban. «É unha nena, como ti querías», le dijo. Sigue hablando con él a todas horas, en el coche, en casa o en el cementerio, adonde va cada pocos días y donde siempre deja una vela encendida. En ese lugar, un pequeño coche verde será testigo de cómo una mujer le habla a su hija acerca de su padre. «Estoy deseando contarle todo sobre él».
Esteban Pérez Iglesias, un apasionado del mundo del rali
En el mundo del motor, a Esteban Pérez Iglesias lo llamaban Epi, por sus iniciales. Era un hombre desprendido, sociable y un apasionado de los coches. Tenía tres. Corría con un BMW que su hermano Emilio está intentando poner a punto. Poseía un pequeño taller al que se escapaba cuando la enfermedad le daba un respiro. A pesar de su cáncer, siguió yendo a los ralis siempre que podía; a veces, incluso sin dormir. En uno convenció a Mónica para que fuese su copiloto y, de hecho, en la maqueta del BMW que hay delante de su lápida figuran los nombres de ambos, como piloto y copiloto. «Yo lo adoraba, era mi otra mitad», dice Mónica.