Skopie, la ciudad de nuestro tiempo
Sociedad
Se cumplen 60 años del terremoto que destruyó la capital macedonia. Se convirtió en referente de la modernidad y, ahora, un plan «kitsch» la devuelve a un pasado posmoderno
31 Jul 2023. Actualizado a las 10:06 h.
En las estribaciones de los Balcanes, entre valles verdes, ríos, alguna mezquita, desperdicios e iglesias ortodoxas, se esconde la ciudad de Skopie. Alrededor, un país desaliñado, pobre, que apenas acaba de librarse de aquella coletilla oficial de Antigua República Yugoslava y que por fin tiene nombre propio: Macedonia del Norte. El topónimo de su capital no es más sencillo, Skopie, como tampoco lo es la morfología de sus calles y edificios: las casas destartaladas de las afueras quedan atrás enseguida para desembocar en bosques de panelki (edificios hechos de paneles de hormigón prefabricados), que finalmente se transforman en un centro distópico, inverosímil a primera vista.
La primera pista está en el reloj de la estación, estancado en las 05.17 horas. En concreto, las 05.17 de la mañana del 26 de julio de 1963, cuando un terremoto de escala 6,1 indultó esta pequeña torre de la bestial destrucción que infligió a la ciudad: se derrumbó el 80%, murieron un millar de personas, casi 5.000 resultaron heridas y más de 120.000 se quedaron sin hogar. Este gran centro urbano de la próspera Yugoslavia se convertía en un cráter que, pese a los lamentos, era también un foco de posibilidades.
En su lucha por lograr el favor yugoslavo, los bloques de la Guerra Fría se volcaron en la ayuda, con materiales y expertos y formando a jóvenes macedonios. Naciones Unidas trazó un plan de reconstrucción bajo la batuta del arquitecto japonés Kenzo Tange, que venía de rehacer Hiroshima y con experiencia en zonas sísmicas. Yugoslavia, escapando del realismo socialista impuesto por Moscú y empeñada en rediseñar su futuro, abrazó una propuesta radical, una arquitectura distópica que se sobreponía a las diferencias étnicas para generar una ciudad unificada, de aspecto tan revolucionario como sus horizontes socialistas. Si en la capital, Belgrado, ya se vislumbraba un referente mundial del urbanismo, Skopie había encontrado, en su desgracia, la oportunidad para seguirle los pasos.
Tange reconoció la bipolaridad de la urbe: una medina musulmana amurallada (de población albanesa) había sobrevivido, mientras las zonas ortodoxas y eslavas estaban devastadas. Reconcilió ambos espacios y poblaciones mediante un cinturón verde en las zonas más sísmicas, junto al río, y una muralla de viviendas circular en torno al centro. Allí dispuso edificios institucionales que debían regenerar la vida y el aspecto urbanos. Su ambición estética, combinando rasgos tradicionales balcánicos, brutalismo y metabolismo japonés (construcción modular rápida, adaptable y moderna), fue un canto al optimismo, todavía hoy perceptible en emblemas arquitectónicos como la Universidad, la casa de Telecomunicaciones o el teatro.
Delirio «kitsch»
Ahora son solo un vestigio. Más allá del deterioro temporal, la mayoría de los edificios han sido remodelados, forrados con carcasas. En el 2010 se aprobó el Plan Skopie 2014 y, en menos de una década, el centro se volvió un delirio kitsch: columnas dóricas sin sentido, enormes fachadas barrocas con cristales de espejo, cúpulas clásicas, estatuas de personajes ilustres. Los puentes y paseos, custodiados por más estatuas y candelabros, conducen a una plaza central, intimidada por la sombra de un descomunal, marmóreo, Alejandro Magno. El coste aproximado fue de unos 500 millones de euros, que hipotecaron el futuro inestable del país para regresar a un pasado glorioso. En el Skopie actual solo se intuye la ensoñación de Tange, cuyo plan visionario sucumbe a una fantasía retrógrada. Su hormigón, cubierto de cartón piedra, no podría ser mejor metáfora del paso de un modernismo prometedor a un posmodernismo negacionista. Del brutalismo a la brutalidad. Skopie, bajo una nostalgia populista, se destruye esta vez a propósito. Seis décadas después, vuelve a captar el espíritu de su tiempo.