«Doctor, hace unas semanas pequé con una mujer y estoy muy malo»
Sociedad
...Así revelaba un médico en La Voz de finales de los sesenta la confidencia de un avergonzado soldado que había ido a su consulta privada, escapando de los dedos acusadores del cuartel. Las llamaban enfermedades secretas pero eran, y son, un secreto a voces: desde la mojigata publicidad en los primeros periódicos a las altas cifras de contagios de I.T.S. que acaban de hacerse públicas.
06 Dec 2023. Actualizado a las 17:58 h.
«Ser sorprendido por una enfermedad es perdonable, no combatirla debidamente es un crimen»: sonaba audaz para la época el eslogan con el que el doctor Munyon (en realidad un charlatán homeópata domiciliado en Estados Unidos) se dirigía a nuestros bisabuelos desde La Voz para venderles sus milagrosos remedios a vuelta de correo. En sus primeros años, La Voz rebosaba publicidad de toda clase de potingues para combatir esas dolencias a las que el pudor solo aludía veladamente, y que en el lenguaje común tenían nombres como «gota militar» o «mal francés», entre otros muchos. No había informaciones que hablasen de ellas, pero tanto reclamo indica que las venéreas causaban estragos. También lo revelaban los partes de defunciones que señalaban en el periódico la causa de las muertes, entre los que por ejemplo encontramos a una niña de dos meses con esta sentencia: sífilis.
Hasta aquellos mensajes del taimado Munyon, que entre 1901 y 1903 hablaron sin tapujos de los distintos tipos de dolencias de transmisión sexual y sus consecuencias, en La Voz solo aparecen expresiones tan ambiguas como «urinarias de ambos sexos» o «enfermedades secretas de la mujer», con frecuencia completadas por la coletilla «reservado». Eran anuncios de médicos locales que también se ocupaban de «afecciones del estómago», o de productos milagrosos para curar las enfermedades venéreas como «el vino de zarzaparrilla» o las «cápsulas peruvianas del doctor Borrell», que hoy nos arrancan una sonrisa aunque seguramente resultaban más sugerentes que las inyecciones de mercurio al uso.
Y entonces llegó otro personaje que durante una década inundó las páginas de publicidad de los periódicos. Un tal Angelo Costanzi, con sede en Barcelona (se sospecha que era un charlatán de apellido Costa que italianizó su nombre) y que prometía de esta guisa curaciones milagrosas: «Las celebridades médicas nacionales y extranjeras, después de una larga experiencia, se han convencido y certificado, que no hay medicamentos más milagrosos que los míos». Estos productos eran unos «confites antivenéreos», que recomendaba a quienes no querían tratar sus enfermedades secretas con las inyecciones. A un duro la caja. Y para los más valientes las inyecciones vegetales Costanzi, al mismo precio. Para los sifilíticos también tenía remedio, a cuatro pesetas en algunas farmacias. «Los incrédulos, que paguen una vez curados», retaba Costanzi en estos tiempos en los que la medicina, muchas veces una vocación altruista casi al borde de la heroicidad, tenía que convivir con toda clase de intrusos y pícaros.
Sexo-vergüenza-pecado
El descubrimiento de la penicilina acabó con la mayoría de estos truhanes. Pero no con la vergüenza y los riesgos de no curar a tiempo las «enfermedades secretas», como ponía de relieve el filme Por un solo desliz, que se anunciaba en La Voz a mediados de los años treinta. Y lo que quedaba por delante con el sida y el «póntelo, pónselo» de los 90. «En la medicina de hoy no es posible hablar ya de enfermedades vergonzosas o secretas», protestaba con este titular el doctor Rafael Velasco en nuestro diario, en pleno franquismo. «La tríada sexo-vergüenza-pecado nos permite apreciar el cariz religioso que domina este problema», aseguraba este doctor con palabras valientes para una época en la que, según contaba el propio Velasco, muchas de estas dolencias se trataban en la discreta intimidad que proporcionaban las consultas privadas. El que podía, claro.
Hoy, los últimos datos del Ministerio de Sanidad alarman con las cifras de contagios de enfermedades venéreas. Ya no estamos en tiempos de aquel anuncio del doctor Munyon que compartía página con otro de antiparasitarios para los chinches —también de vuelta— y la noticia de unas fricciones de Alfonso XIII con unos independentistas catalanes, que parecen no haberse ido nunca; pero hay otros peligros, como la resistencia cada vez mayor a algunos antibióticos y la ligereza con la que, según los expertos, muchos se toman estas dolencias. «Ser sorprendido por una enfermedad es perdonable, no combatirla debidamente es un crimen», decía Munyon. Igual en eso no exageraba tanto aquel tunante decimonónico.
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