Conspiración para derrocar al papa
Sociedad
Las fuerzas contrarias a las reformas en la Iglesia arrecian en su estrategia de acoso y derribo contra el círculo más íntimo de Francisco. Los prelados Víctor Manuel Fernández, Gianfranco Ghirlanda y Charles Scicluna, en la mira de los retrógrados
27 Jan 2024. Actualizado a las 22:39 h.
Las fuerzas opositoras al papado de Francisco, con epicentro en Estados Unidos, no cejan en su estrategia para entorpecer y desbaratar las líneas maestras de su pontificado, centradas en la cultura del diálogo y en la misericordia. Ahora han dirigido su política de acoso y derribo contra los asesores más cercanos al papa, entre ellos los cardenales Víctor Manuel Fernández (Tucho) y Gianfranco Ghirlanda, y el arzobispo Charles Scicluna, a los que acusan de «marcar el paso» al pontífice en una «dirección equivocada», incluso «herética», socavando el «depósito de la fe». Llevan diez años intentando cambiar al inquilino de la cátedra de San Pedro.
No cabe duda de que la Iglesia católica vive momentos de tensión y algunos sectores creen que es el momento de imprimir más fuerza y vigor a la campaña para desprestigiar a un pontífice que carga con 87 años a sus espaldas y se ve sometido a los achaques de su avanzada edad. Los medios de comunicación ultracatólicos y las plataformas más carcas y tradicionalistas, apadrinadas por lobbies financieros, llevan tiempo disparando contra Bergoglio, pero ahora han concentrado su potencia de fuego en la figura del purpurado argentino Víctor Manuel Fernández, gran amigo de Francisco desde hace más de 30 años. «Hay que echar a Tucho», repiten. Atacan a los asesores más cercanos para que renuncien, en su intento de desgastar a Francisco con las miras puestas en el próximo cónclave.
Tucho es el actual prefecto (ministro) del dicasterio para la Doctrina de la Fe, uno de los ministerios clave en la curia vaticana. Lleva ese apodo en honor al futbolista Norberto Méndez, una de las grandes figuras del fútbol argentino, que amargó muchas tardes al San Lorenzo de su padre (y del papa). De pequeño se le conocía como Tuchito. Empezó en la periferia social y ahora está en el Vaticano, tras ser rector de la Universidad Católica Argentina y arzobispo de La Plata. Intelectual con capacidad de pensamiento, ha sido profesor de Ética, Psicología, Hermenéutica, Exégesis, Teología Espiritual, Nuevo Testamento, Teología Moral, Antropología y Escatología. Identificado con el progresismo y el compromiso social en favor de los oprimidos, es uno de los hombres de confianza de Francisco, al que ha asesorado en documentos tan importantes como la exhortación Evangelii gaudium y la encíclica Laudato si.
Su nombramiento como responsable de Doctrina de la Fe, el antiguo Santo Oficio, generó feroces críticas, que ahora se han acentuado con la publicación de la declaración Fiducia supplicans, en la que el Vaticano autoriza las bendiciones a las parejas homosexuales y a los divorciados vueltos a casar. La recepción del documento, que lleva la firma de Tucho, está siendo espinosa, sobre todo en los ambientes más conservadores del catolicismo, en los que ha habido reacciones hostiles.
Venganza
La iniciativa vaticana ha generado una campaña muy bien orquestada contra el principal consejero en materia doctrinal del papa, incluida una vendetta en toda regla. Sus detractores han escarbado en el pasado para buscar pecados de juventud y parece que algo han encontrado. Pese a que Fernández es autor de más de un centenar de publicaciones, ahora se ha sacado a pasear un libro de hace 30 años, La pasión mística, espiritualidad y sensualidad, para afear y condenar sus reflexiones sobre el orgasmo y las relaciones sexuales.
Tucho, que suele citar algún soneto de amor de Pablo Neruda en sus homilías, también publicó Sáname con tu boca, el arte de besar, lo que le ha valido insultos como «pornógrafo» o «pornocardenal». Pero el blanco final de estos ataques es Bergoglio, es la pieza a cobrar desde que los rigoristas le pusieron en el punto de mira para denigrarle y promover un cambio de rumbo.
Otro de los asesores más cercanos y de mayor confianza de Francisco es el cardenal y jesuita italiano Gianfranco Ghirlanda, doctorado en jurisprudencia en la Universidad de La Sapienza, exrector de la Pontificia Universidad Gregoriana y uno de los más reputados canonistas. Fue decano de la Facultad de Derecho Canónico de la prestigiosa e influyente institución académica italiana, vivero e incubadora de muchos de los cuadros del Vaticano. La mano y el criterio del reconocido experto canonista, consultor en numerosos dicasterios romanos y con una gran reputación entre sus colegas, están detrás de la constitución apostólica Praedicate Evangelium, construida para reorganizar la Curia vaticana. El propio Francisco ha reconocido que existen «resistencias malvadas y ocultas» a su programa de reformas, que se alimentan del gatopardismo (en referencia a la novela El gatopardo, de Lampedusa, en la que uno de los personajes dice aquello de que «si queremos que todo siga como está, necesitamos que todo cambie»).
Contra el Opus Ghirlanda también pasa por ser el inspirador de los cambios decretados para la prelatura del Opus Dei, un recorte de su soberanía y privilegios, en lo que supone un giro histórico. Pese a que el Opus ha afrontado la ofensiva con contención y buenas formas y se ha mantenido en silencio cuando el papa les ha equiparado a una asociación de sacerdotes y ha rebajado el estatus del prelado con el motu proprio Ad charisma tuendum, francotiradores autónomos de la Obra han arremetido contra el cardenal, al que acusan de actuar de manera ideológica y de convertirse en instrumento principal de aquellos que «querían ajustar cuentas» con la prelatura. «El papa dinamita el Opus Dei», se pudo leer en algún titular.
El jesuita de máxima confianza de Francisco, que juega un papel fundamental en la orientación canónica de este pontificado, acaba de ser objeto de una fake new. Algunos portales conservadores de Estados Unidos, replicados oportunamente en blogs italianos, citaron a Ghirlanda como el promotor de una supuesta iniciativa para reformar las reglas de los cónclaves: una modificación del proceso de elección papal, haciéndolo más sinodal con la participación de laicos y una cuota de mujeres. El Vaticano desmintió la noticia y el propio cardenal salió al paso calificándola como una «absoluta mentira». Pero el daño ya estaba hecho.
Otro de los hombres fuertes del Vaticano en el punto de mira del movimiento para desestabilizar la Curia es Charles Scicluna, arzobispo de Malta. De formas suaves pero implacable, es un auténtico cazador de pederastas, desde que fue requerido por Doctrina de la Fe para perseguir los crímenes de pederastia eclesial hace ya 29 años, primero como promotor de la Justicia, el equivalente a nuestros fiscales. Scicluna se ganó muchos enemigos cuando empezó a levantar alfombras, incluso en los lujosos apartamentos de cardenales y en los despachos de poderosas organizaciones, como fue el caso de los Legionarios de Cristo.
Fue fiscal antiabusos con Ratzinger y luego fue fichado por Francisco como secretario adjunto del dicasterio. Es un reputado investigador, de la más absoluta confianza del pontífice, que actúa con plenos poderes, por encima de obispos y cardenales.
Celibato
El arzobispo de Malta está ahora en el ojo del huracán por haberse mostrado favorable a revisar el celibato obligatorio para los sacerdotes de rito latino (las de rito oriental tienen tradición de sacerdotes casados) con el argumento de que «no es un dogma» (es una disposición del Derecho Canónico), y que de hecho «fue opcional durante el primer milenio de la existencia de la Iglesia». «La experiencia me ha demostrado que es algo en lo que debemos pensar seriamente», añadió el prelado, que acumula más de 4.000 casos de pederastia eclesial a su espalda. Las posiciones de dos altos cargos del dicasterio de Doctrina de la Fe, Tucho y Scicluna, confirman que algo está cambiando en el antiguo Santo Oficio, dedicado en su día a perseguir herejes.
Curiosamente, el director de tesis de Scicluna en la Gregoriana de Roma para obtener su doctorado en Derecho Canónico fue el cardenal estadounidense rebelde Raymond Leo Burke, que fue prefecto del Tribunal Supremo de la Signatura Apostólica, la máxima autoridad judicial de la Iglesia, y patrono de la Soberana Orden de Malta. El purpurado de Wisconsin, firme defensor del tradicionalismo religioso, es uno de los líderes del sector opositor; incluso llamó a los católicos a desobedecer al papa en un auténtico desafío a su autoridad.
La Orden de Malta protagonizó en el 2017 una profunda crisis cuando su gran canciller fue obligado a dimitir por distribuir preservativos en Birmania durante una campaña contra el sida. En realidad se trató de una operación para ganar poder por parte del gran maestre, Matthew Festing (su superior), y el propio cardenal, que utilizaron la entidad como ariete contra Francisco. El pontífice zanjó en persona el 'escándalo de los condones': el jefe de la Orden fue empujado a presentar su renuncia y Burke fue apartado.
Y aquí es donde aparece de nuevo Ghirlanda, quien no solo sucedió al cardenal estadounidense como patrono (representante diplomático del papa) en la Orden, un Estado sin territorio sujeto al Derecho Internacional, sino que lideró la actualización de su Carta Constitucional y la elaboración de un nuevo Código. Ahora se le tacha de comisario tras ser nombrado de manera directa por el Papa para tomar el control de esta institución milenaria y evitar nuevas sorpresas. En esta batalla nada es por casualidad.