La Voz de Galicia

Gisèle, los monstruos y la muñeca hinchable

Sociedad

Jorge Sobral

20 Dec 2024. Actualizado a las 09:10 h.

Acabamos de conocer la sentencia del tribunal francés que juzgó el asunto Pelicot. Ya saben, Dominique Pelicot, el señor que durante diez años drogó sistemáticamente a su mujer, Gisele, al efecto de disponerla a ser violada por un numeroso grupo de individuos a los que reclutaba por Internet. Veinte años de prisión para Dominique Pelicot, la máxima sanción posible según la ley francesa y el tipo penal aplicable. Poco me parece, dirán algunos. Y no es de extrañar, dada la naturaleza tan especialmente degradante y execrable de este crimen.

Lo cierto es que nos hemos acostumbrado a relacionar el mundo del machismo, y sus violencias asociadas a conceptos como «objetualización» de la mujer, su « cosificación», y similares, denunciando así la sustracción de su dignidad, de su propio e intrínseco valor como ser humano. Humano de verdad, no como una forma de hablar; humano en el estricto sentido de pertenencia a la «comunidad de seres morales» (Kant). Y contra ello atentan mil piezas de ese engranaje patriarcal que suena hasta cansino, de tanta influencia como le atribuimos. Pero la perversidad siempre puede girar una vuelta de tuerca más.

Pelicot, en algún momento, decidió que, puestos a violar «objetos», mejor hacerlo al por mayor. Y es el momento en que sus pulsiones malignas mutan en comercio. Cual marca en expansión, decide ampliar objetivos y mercados. Pero monsieur Pelicot nunca cobró un solo franco. Solo exigía el consentimiento de sus socios para grabarlos mientras violaban a Gisele.

Es difícil encontrar transacciones más viles que aquellas que comercian con tu voluntad: la anulo, te pongo en el escaparate, y como voyeur (nunca mejor dicho) creo una comunidad; en este caso, de «inmorales». Lo más terrible es que Pelicot no tuvo mayores problemas para hallar socios en ese macabro negocio. Y durante diez años, el balance de su libro de cuentas relució. Y no, no parecían ser monstruos ninguno de ellos. Muchos, creo que casi todos, tenían vidas normales y respetables. No deberíamos a acostumbrarnos a convivir plácidamente con la teoría del «monstruo». En innumerables ocasiones, esta ralea de criminales no exhiben patología alguna, tienen sus fachadas limpias y hasta hermoseadas.

¿Como pueden ser tantos? Pues porque esos comportamientos individuales son también un reflejo de estructuras sociales, de ciertas escalas de valores, de sistemas de creencias que sibilinamente dan y quitan valía a unos u otros seres humanos.

¿El heteropatriarcado? Seguro; pero mucho más: el hedonismo entronizado como meta vital, el individualismo exacerbado inscrito en los códigos profundos de los modelos políticos y económicos dominantes, la pérdida del sentido de comunidad, la alabada subjetividad en la percepción de lo cierto y de lo que otrora fuera el «deber ser», la relativización de los imperativos morales, encadenada a la posmodernidad. Y más. O sea, que sí, que Pelicot y sus socios son tipos execrables y hasta enfermos, dignos de ser distinguidos con unas cuantas etiquetas de la Psicopatología en vigor. Pero es muy probable que en otro jardín nacieran muchas menos de esas flores.

Mientras que los protagonistas estén mucho tiempo a buen recaudo. Tal vez en la cárcel puedan montar algún negocio de muñecas hinchables. Eso sí, muy chics, que por algo hablamos de Francia. Gisele no lo era, aunque en ello quisieron convertirla. Ole por ella y su actitud durante el juicio. Como bien dijo: «No tengo nada de que avergonzarme; la vergüenza ha cambiado de bando». Amén

 


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