Sergio Peris-Mencheta se sincera sobre el trasplante de médula y sus secuelas: «Este moreno que tengo no es del sol»
Sociedad
El actor ha explicado en una larga entrevista cómo vivió todo el proceso de su leucemia, que ya ha superado: «Cuando tu hijo de 10 años te pone una chaqueta por encima para que no pases frío, eso te rompe»
19 Dec 2024. Actualizado a las 17:37 h.
Sergio Peris-Mencheta ha regresado a España por primera vez desde que se sometiera a un trasplante de médula para tratar la leucemia mielomonocítica crónica (CMML) que padecía. El actor ha desvelado que la enfermedad ya ha desaparecido y las analíticas son buenas, aunque todavía quedan secuelas de todo tipo. «Tengo la boca seca, no sudo, me afecta a las articulaciones y esta piel», le ha indicado a la periodista Mara Torres en su paso por El Faro. Porque ese tono moreno, de color minero, tan llamativo que tiene en los últimos meses «no es del sol», sino consecuencia del efecto en su cuerpo del trasplante.
Peris-Mencheta ha explicado su estado actual de la forma más didáctica imaginable. Las células que recibió de su hermano Juan —al que llaman cariñosamente Yonyon— todavía se están adaptando a su cuerpo, una nueva casa en la que todavía no se sienten a gusto, de modo que esos nuevos glóbulos blancos «no acaban de reconocer dónde están» y atacan a sus propios órganos. Una complicación médica común en receptores de trasplantes que se conoce como enfermedad de injerto contra huésped (EICH). Y eso que, como ha explicado, él y su hermano son lo que los expertos del sector conocen como full match, es decir, con una compatibilidad del 100 %. «Es casi como si fuéramos gemelos», dice.
Por eso, su tratamiento actual intenta que sus nuevas células se adapten a su nuevo cuerpo. «Es una medicación que les dice a los glóbulos blancos: "Ey, el salón no es igual, pero solo porque hay una mano de pintura distinta, y el sofá es más cómodo"», explica de modo pedagógico, «están tratando de negociar permanentemente para que no ataquen, que es el mayor peligro que tengo ahora». Especialmente, indica, un riesgo si arremeten contra el pulmón. Ahí es donde podría venir el problema. «Pero para eso está el tratamiento», dice.
La forma de explicarlo que tiene Peris-Mencheta no es casual. Recuerda también a las formas que tuvo la persona que él mismo dice que le salvó la vida. Su primer ángel guardián: el médico del hospital madrileño de La Paz Antonio Pérez, jefe de Servicio de Hemato-Oncología Pediátrica e investigador en trasplantes de células madre, entre otros muchos temas. Fue él quien dio un giro radical a su forma de afrontar la enfermedad y de aceptar el tratamiento que le salvó la vida.
Al actor le habían diagnosticado su enfermedad casi de casualidad, cuando acudió al hospital por otra complicación. Ahí le detectaron un síndrome mielodisplásico, que es «el paso previo a la leucemia». No fueron esperanzadores. «Me lo ponen fatal, de "te vas a morir"», indica. Y, ante la negatividad del diagnóstico, buscó la respuesta en medicinas alternativas. «Me encontraba mejor que nunca», recuerda sobre una impresión que no podía ser más engañosa, porque, en realidad, en el interior de su cuerpo, no estaban funcionando.
Pero a veces hay cosas negativas que vienen a dar un cambio a mejor. El impulso para volver a la verdadera medicina le vino al serle detectado un cólico nefrítico, con tres piedras, que no tenían ninguna relación con la leucemia. Ahí entró en contacto con el antes mencionado doctor Antonio Pérez, y todo cambió. Un día, a las dos de la mañana, él en Los Ángeles y el médico desde el hospital de La Paz en Madrid, estuvo hora y media al teléfono explicándoselo todo «como si fuera un niño». Reconoce que esa nueva —y didáctica— forma de hablarle por parte del profesional fue lo que le salvó la vida y le hizo verlo todo diferente.
Tanto le convenció que acto seguido él y su mujer compraron billetes para ir a Madrid, mientras sus hijos Río y Olmo lloraban por el que iba a ser un gran cambio en sus vidas. Pero alguien les recordó que a apenas 20 minutos de su casa en la ciudad californiana había uno de los mejores centros de tratamiento de la leucemia a nivel mundial, el City of Hope. Allí ingresó, y eso le acabó salvando la vida.
Poco después empezaron las sesiones de quimio, muy duras. «Hubo un período que perdí la vista, otro que perdí la voz», rememora. Eran momentos difíciles que incluso rechazaba ver a sus hijos. «Lo que más miedo me daba de morir era dejarlos sin papá», reflexiona Peris-Mencheta. Tanto su padre como su abuelo habían fallecido de leucemia, aunque de tipos diferentes. Y en un primer momento le habían dicho que era hereditaria. Sabiendo esto, la preocupación por sus vástagos era todavía mayor. «Quería demostrarles a mis hijos que se podía sobrevivir», explica.
Pero, finalmente, los análisis del City of Hope demostraron que no había nada de hereditario en su enfermedad.
Tras la quimio, llegó el trasplante de médula. Su hermano Juan era el donante perfecto. Fue él quien se sometió verdaderamente a una operación. Aunque hoy en día hay formas de extraer la médula ósea menos agresivas, «el quiso hacerlo así», agradece Peris-Mencheta a Yonyon, «porque de este modo, además de las células madre también van más cosas». Al saber eso, su hermano dijo: «A tope». Y tras extraerle el tuétano de las caderas y enviarlo a Los Ángeles en un maletín, las células llegaron a Peris-Mencheta a tiempo para su exitoso trasplante que le curó su leucemia.
De todo esto saca cosas muy importantes, especialmente en su relación con su familia. Con su mujer Marta Solaz, que no se separó de él, y de sus hijos, que fortalecieron su empatía con este duro episodio en sus vidas. Aún se emociona cuando piensa en pequeños detalles. «Cuando tu hijo de 10 años te pone una chaqueta por encima para que no pases frío», rememora con ilusión. «Eso te rompe». Y la vulnerabilidad, la dependencia. «Que tengan que ayudarte a abrir una botella, porque mis manos ahora mismo no se cierran».
Esta experiencia los ha fortalecido a los cinco. Sí, cinco. Porque además de su mujer Marta, de sus hijos Río, de 12 años, y Olmo, de 10, también destaca la labor terapéutica de su perrita Senda. «Es un animal muy inteligente emocionalmente», destaca.
Y también ha servido como aprendizaje para sí mismo. «Esta enfermedad se puede desarrollar por una infravaloración propia, por no quererme mucho», dice, «y me ha parado en seco y me ha dicho que aprenda a quererme».