La Voz de Galicia

La vendimia, hace medio siglo

Agricultura

Luis Díaz Monforte / la voz
Foto que ilustra el artículo sobre la vendimia en el Sil que firma Vicente Risco.

La revista «Vida Gallega», con firmas del prestigio de Otero Pedrayo, Risco, Fole y Castroviejo, editó en 1958 un número dedicado al mundo de la viticultura

12 Oct 2014. Actualizado a las 05:05 h.

Se apagan los ecos de otra vendimia. Deja estampas muy diferentes de las que retrató en el año 1958 la revista Vida Gallega, referente de la intelectualidad de la época, en un número monográfico sobre la viticultura en Galicia. Aunque quizás no sean tanto. Medio siglo después el futuro sigue siendo de las «antiguas y nobles» cepas gallegas cuya bandera enarbolaba entonces José María Castroviejo. Brancellaos, caíños, albariños y treixaduras sobrevivieron a aquella época igualitaria «de vides americanas y cooperativas», como la definió el señor de Tirán, siempre nostálgico de un pasado ideal. No pudo con ellas un tiempo que vio nacer la fermentación «de receta y manual», los «vinos sin alma» contra los que se rebela en esas mismas páginas Otero Pedrayo.

Por el número de Vida Gallega dedicado a la vendimia desfilan colaboraciones firmadas por Manuel María, Iglesia Alvariño Vicente Risco, Bouza-Brey, Castroviejo, Ánxel Fole, Otero Pedrayo, Fernández-Oxea y Antonio Fraguas, entre otros destacados intelectuales. En su inmensa mayoría, voces del galleguismo posible en aquella época. El llamado «exilio interior» había encontrado cobijo a sus inquietudes en esta publicación, tan popular en su tiempo como olvidada en la actualidad.

Un paisaje interior

«La viña en Galicia -aparte zonas mínimas en las que se industrializó y a las que no se refiere sino muy poco de lo que digo- no es tanto un elemento del paisaje externo como lo es del paisaje interno que estamos a cada momento recreando [...] El gallego ve sin pena ni gloria cómo se truecan en pinares sus robledas, las viejas devesas señoriales que ya no aguarda el miedo antiguo. Sustituye, con la avaricia que la tierra siempre hizo legítima, los rodales de castaños por los de eucaliptos de perenne juventud insolente. Pero no vería sin pena la desaparición de sus vides, signos vivos muchas veces de su miseria, siempre de sus sueños esperanzados», reflexiona Aquilino Iglesia Alvariño en el artículo que abre la revista.

Más allá de los apuntes etnográficos y las tópicas loas a los vinos autóctonos, la revista Vida Gallega incorpora otro tipo de reflexiones de mayor calado, que apuntan por vez primera fuera del ámbito científico a la propia identidad de los vinos de Galicia. Resulta revelador el enfoque de José María Castroviejo en su colaboración La vid y la vida: «¡Pompa y riqueza de los mostos, desprendidos de las antiguas y nobles cepas gallegas?¿A dónde os fuisteis en esta época igualitaria de vides americanas y cooperativas que nos ofrecen un Ribeiro ?standard? con cierto sabor a rioja?... ¿Qué dirían, ?espuelas de Ribadavia?, hoy Cervantes, Tirso, Froissart, Vasco, Medrano o Molina?».

En algunos de los artículos se percibe cierta desazón por la pérdida de la identidad del viñedo gallego, asentada sobre un patrimonio varietal en cuyo valor habían reparado a lo largo del siglo XIX científicos como Antonio Casares o el agrónomo Darío Fernández Crespo. Casares publicó en 1843 sus Observaciones sobre el cultivo de la vid en Galicia, primera catalogación de las variedades de cultivo más arraigado en el noroeste peninsular. Cuando salió a la luz la revista de Vida Gallega sobre la vendimia, perdían terreno a pasos agigantados en beneficio de otras cepas foráneas más resistentes y productivas, pero que producían vino de muy baja calidad.

Las cepas invasoras

En la segunda mitad del siglo XIX, la filoxera y el oídio habían diezmado el viñedo gallego. La utilización del azufre frenaría la incidencia del hongo causante de la cinsa. En el caso de la filoxera, fue necesario replantar con patrones americanos resistentes a este insecto. Lo que se injertaba, sin embargo, no era brancellao o albariño, sino jerez, alicante o catalán. «De Galicia vuelan al Rhin cepas escogidas como madamas, y ambarinos tostados de Leiro acunan la infancia del Oporto. Antes ya las romanas calzadas supieron de vuestra dulce pesadumbre. Tostados de Leiro acunan la infancia del Oporto ¿Pero que fue de tanto galán y tanta invención como trajeron? Salid sin duelo, lágrimas corriendo. Lágrimas de las hermosas y altivas especies que en pie quedan: albariño, brencellau, caíño, tinta-femia, treixadura?», se lamenta Castroviejo en un encendido alegato contra la «monótona igualdad de las plantaciones americanas».

A golpe de mazo

Los golpes de mazo de los carpinteros, preparando pipas, pipotes y cubetas, anunciaban en aquella época la proximidad de la vendimia, relata Ramón Otero Pedrayo. La asepsia igualadora del acero inoxidable todavía no se había instalado en las bodegas, pero el polígrafo ourensano vislumbraba entonces los riesgos de la estandarización: «Se advierte hace años una forma y figura triste, mecánica, industrial en la vendimia: la de los vendedores de la uva para las grandes o pequeñas bodegas monopolizadoras, igualatorias, grises, fermentación de receta y manual. Vinos sin alma, como los indumentos de almacén y los diccionarios de ideas afines o de frases grato a los economistas de las medias y el tanto por ciento y a ese triste fantasma de tipo de vino regional».

Sobre el vino, escribe el periodista Emilio Merino en Vida Gallega, «se pontifica como si se tratara de la cosa más seria del mundo». Se refería al albariño, pero su reflexión vale para otros vinos. Los que despiertan en la bodega «La fragancia del sábrego y las viejas piedras», que dice Otero Pedrayo.

Castroviejo reniega de la monotonía de las nuevas viñas de patrón americano


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