Pesca, mecheros o quesos de búfala
Somos Mar
02 Oct 2024. Actualizado a las 10:07 h.
Pasa el tiempo y todo viene a darnos la razón: el sector pesquero comunitario es cada vez más residual, y el español es una caricatura de lo que fue. La Unión Europea ha decidido exterminar esta parte de la producción alimentaria, sustituyéndola por importaciones y deslocalizando las empresas marítimo-pesqueras para producir más barato en otros lugares del mundo. Igual que la ropa, las manufacturas, el grano, las frutas o los coches. Dumping global de libro.
Tener un comisario de Pesca es un ejercicio retórico. Da igual quien sea. Siempre será un político de la nueva ola europea, siempre rodeado de lobbies que le marcan el ritmo. El Colegio de Comisarios es quien en teoría marca la política pesquera común (PPC), pero las sombras que tiene este organismo encima son oscuras losas que determinan el futuro de Europa como espacio de consumo obsesivo y paraíso de mercaderes.
La pesca y la agricultura las dejamos para otras partes del mundo, donde explotar al género humano sea mucho más barato. Solo hay que repasar la hoja de ruta pesquera europea de los últimos años: dinero público para desguazar barcos, que después algunos (a veces sus antiguos dueños) recuperan en otras latitudes, exportaciones, sociedades mixtas, paralizaciones temporales de pesca, recortes de totales admisibles de captura (TAC) y cuotas y, sobre todo, masivas importaciones de productos pesqueros (es lo que llaman competitividad y globalización empresarial).
Mientras desaparece la flota, los mercados siguen abastecidos y el aeropuerto Adolfo Suárez Madrid-Barajas, es el puerto pesquero más importante de España. Con la agricultura sucede lo mismo: dinero público para dejar de producir leche, carne, aceite, cereales o vino.
Lo peor es que muchos se benefician de esta situación. Una reconversión encubierta a la que unos cuantos listos de turno denominan reajuste de la flota y sacan partido en forma de subvenciones públicas al desguace y destrucción de empleo. Ahora se escuchan voces que ponen su esperanza en que el nuevo comisario provoque un giro de timón y recupere la antigua vitalidad pesquera, como si la baraja con la que juega no tuviese de antemano las cartas marcadas.
Vive entre nosotros una especie de políticos que dicen defender a su país y a sus sectores económicos. Son parte de una legión de plañideras que pintan de rosa sus palabras porque no son capaces de reconocer su fracaso, su inutilidad, su inacción en torno a un sector volatilizado y lleno de pirañas tiralevitas que les bailan el tango de cada día: dame más, que si no, no puedo quererte.
Tras la debacle de décadas, los pescadores europeos somos una especie en extinción, abandonados a nuestra suerte, entregados a la economía global, perseguidos por los lobbies económicos y ecologistas, y dirigidos ni siquiera por aquellos hombres de negro que visitaban países para imponer sus criterios economicistas, sino por hombres de paja que van a Bruselas a firmar lo que les indiquen sus patrones.
¿Nadie se pregunta por qué nunca nombran como responsables de la política pesquera común a alguna persona de un país de tradición pesquera? No: prefieren gente descontextualizada, del interior, o de Malta o Chipre, países a los que se ven obligados a ofrecer una cuota de poder y les cae la pesca como les podría haber caído el consejo de fabricantes de mecheros o el control de calidad de los quesos de búfala (que no crean que solo se fabrica en el sur de Italia). España ni está ni se la espera. Así nos va.