Actorazos simplificados a diez líneas de texto
Televisión
Solo un minuto de la tercera temporada ha sido suficiente para bajar la cabeza en señal de decepción por esa deriva musical de «Velvet»
11 Sep 2015. Actualizado a las 05:00 h.
Solo un minuto de la tercera temporada ha sido suficiente para bajar la cabeza en señal de decepción por esa deriva musical que los creadores de Velvet han conseguido bajo la letra resabida de un guion resumido en «cómo vamos a estar juntos si no estamos enamorados». Tan forzado ha sido el baile de Silvestre como la vergüenza natural de que a la segunda secuencia se subieran a la apuesta fija del beso con lengua contra la pared. Uf, ¿Velvet jugando a Cincuenta sombras de Grey? Con el gustazo que daba ser ñoña, romántica, naíf y edulcorada si el resultado era ser una chica Velvet. Al menos una chica Velvet como las que interpretan esas secundarias de lujo y que consiguen que cada vez más Ana (Paula Echevarría) caiga en el lado insoportable de las cenicientas que no barren nunca, ensimismadas a la espera de su príncipe. Ni ella ni su Alberto (Miguel Ángel Silvestre) dan juntos esa elasticidad tensa-no tensa de las clásicas comedias románticas de altura, por muy guapos que sean, y que llevan a la descompensación clásica de esta serie. Que hilvana bien los guiones del taller y la oficina, donde realmente lucen los grandes secundarios, pero chirría en la relación de los protagonistas. Si eso es pasión, desde casa y con gafas de aumento no se les ve la chispa.
Velvet es, sin embargo, un derroche de actorazos simplificados a diez líneas de texto y está bien hecha. Vale, no es Mad Men (ni le pisa los talones) ni tiene el peso eduardiano del guion de Downton Abbey, pero mirándose en esa exagerada comparación brilla en el reflejo de las producciones estéticamente cuidadas, con un envoltorio tan sugerente como para encandilar y dar de sí todo. Como un digno folletín que ya ha hecho marca. Es la mejor aspiración de un primer capítulo que, a la tercera, ha mantenido la esencia del espíritu Velvet, gracias a una magnífica pasarela de vestuario y el cruzado mágico básico del culebrón. Retorcerse en el ?reVÉLVETE y baila?, con guiños castizos a grandes musicales como Grease, agrian la serie -y estaba sobrada de azúcar- por forzada. Los espectadores que esperen otra intensidad quizás la encuentren en el próximo episodio: con esa perspectiva, solo les queda desnudar más a Silvestre. Lo veremos.