Revolución o muerte en Riazor
Torre de Marathón
El Deportivo consigue agitar un partido anestesiado por el rival, el árbitro y la falta de ideas y reactivado por completo a través de los cambios de Óscar Cano
05 Feb 2023. Actualizado a las 22:36 h.
A las nueve menos diez de la noche del 4 de febrero, al final de lo que parecía un partido más en Riazor, a Juanma Barrero se le presentó un ejemplo claro de la teoría de la relatividad. Al menos, de la parte referente al tiempo. Pasó de querer que volara otro minuto a desear que fuera eterno. Como los 94 que antes había estirado su equipo hasta lo desesperante, narcotizando cada acción sobre el césped. Un patrón muy poco novedoso en esta categoría, en la que el visitante acude al estadio coruñés a disfrutarlo al máximo mientras persigue la desesperación del hincha y de los de Óscar Cano. Tardó en encontrarle el míster la aguja de marear al encuentro, como los once elegidos para actuar de inicio calcando protagonistas y sensaciones respecto a la cita de San Fernando. Las acciones se dilataban con la pelota de por medio, plasmando otra característica de esta tercera división de fútbol pastoso. Pero era cuando la bola estaba quieta, a la espera de ser golpeada en saque de puerta o de falta, cuando el tiempo parecía frenar para transcurrir solo en los marcadores y el reloj del árbitro. Aunque el colegiado apenas se percatara y, tras apremiar a Palomares al poco de arrancar el choque, tolerase después ese discurrir ficticio de la hora y media que registra el reglamento.
Languideciendo hasta que lo casual y lo premeditado coincidieron. Mario Soriano llevaba un buen rato calentando, ya con el pantalón corto del reemplazo inminente, cuando Roberto Olabe acusó un fuerte golpe recibido en el primer tiempo. Se echó al suelo, como tantas veces hicieron sus adversarios, para reincorporarse de inmediato y desatar un fenómeno poco habitual en el Deportivo. «Buscábamos una energía nueva», explicaría en sala de prensa el entrenador blanquiazul, ufano instigador de una revolución con resultados inusualmente satisfactorios.
Es cierto que en anteriores ocasiones apareció algún revulsivo puntual, con nombre propio. Pero en esta ocasión fue una revuelta colectiva, orquestada en trío. Soriano dio el primer paso, secundado progresivamente por Max Svensson y Yeremay Hernández, a quien el míster aún llama por el apodo del que el chaval reniega.
«Con Peke hemos arriesgado a tumba abierta», subrayó Cano, aludiendo a la sustitución definitiva. Tras Olabe había retirado a Kike Saverio, sometido a una inmersión intensiva en el equipo y en el fútbol, tras varios meses sin encuentros oficiales. A continuación, prescindió de Orest Lebedenko. El ucraniano llegó más rodado y se nota, aunque su ida y vuelta era ya innecesario en un choque de sentido único.
Había empezado a decantarlo el 10, descansado y extramotivado tras un par de sesiones de banqueta. Se multiplicó, asociándose con cualquiera; superó líneas en conducción y también mediante el pase, y amplió el recuento de uys con un derechazo al palo. Palomares, agradecido, tocó madera.
Antes le había salvado del cabezazo de Pablo Martínez en un córner. Hubo varios remates más que el portero del Mérida salvó por su cuenta durante la carga coruñesa. En ella tuvo papel de guía Svensson, tan poco sutil como efectivo. El ariete solo conoce la línea recta e insiste en desafiar leyes físicas tratando de atravesar cuerpos. No ha demostrado ninguna capacidad paranormal que le facilite la faena, pero esa fe mueve equipos a pie de playa.
Otros son más prácticos, como Yeremay. Consciente de que un futbolista en pie es un obstáculo en su carrera, elige tumbarlos a base de quiebros. Y caen, y lo arrastran. Y es penalti en el 94. Porque los cuerpos son tangibles. Una certeza. No como el tiempo, que es relativo.