Los problemas de los mejores bancos del mundo
Vigo
El efecto llamada provoca un considerable impacto en el entorno donde se ubican
27 Oct 2020. Actualizado a las 00:41 h.
Cuenta la leyenda que un joven discípulo acudió a pedir consejo a un venerable y sabio anciano, que vivía aislado en lo alto de una montaña. «¿Cuál es el secreto de la felicidad, maestro?», preguntó el joven. «Un cojín mullido», respondió el anciano. «Pero eso no tiene sentido», replicó el joven. «Lo tiene si llevas medio siglo sentado en una piedra», argumentó el sabio.
Viene esto a cuento para alertar sobre una posible pandemia que, con permiso de la gran pandemia vírica, empieza a extenderse: la de los famosos «mejores bancos del mundo» y, más concretamente, los que se instalan en las zonas de montaña. El proceso es conocido: alguien «descubre» un lugar desde el que se divisa un paisaje espectacular y algún grupo emprendedor decide (de ahí lo de no sentarse en una piedra) instalar un banco en el que hacerse fotos y, acto seguido, divulgar a los cuatro vientos el invento.
Divulgar estos lugares lleva implícito un «efecto llamada» que, sin duda, atraerá a muchos visitantes, y estas cosas conviene tenerlas en cuenta previamente y prevenir su posible impacto en el medio ambiente. Es lo que se llama analizar la capacidad de carga o, mejor denominado, el límite máximo de cambios soportables por un espacio natural. Lo que viene siendo en la práctica evaluar si la afluencia masiva y sin control de visitantes puede poner en riesgo los valores naturales que, paradójicamente, estos visitantes acuden raudos a contemplar.
Deberíamos, por lo tanto, tener en cuenta en primer lugar que se trata de zonas especialmente sensibles y ya muy afectadas por la erosión, pues no olvidemos que sin excepción se trata de zonas que sufren recurrentemente incendios forestales. Pensemos, por ejemplo, que la naturaleza necesitará una década para recuperar y devolver a su lugar solamente un kilo de materia orgánica del suelo que nuestras pisadas arrastren ladera abajo. Parece poca cosa hasta que lo multiplicamos por los centenares de nuevos caminantes que acuden a ese lugar. Otra de las características de estos miradores de montaña con banquito es su inaccesibilidad. Un clásico del pensamiento ecologista dice que todos queremos volver a la naturaleza, pero no caminando y, por lo tanto, lo que hasta hace poco eran pequeñas pistas forestales empiezan a incrementar notablemente su tráfico y con él sus aparcamientos improvisados.
También puede parecer poca cosa hasta que lo multiplicamos por los centenares de semitanques (ahora denominados SUV) que suponen el mayor incremento de cuota de mercado en nuestro parque móvil. Quizás pensamos que como nuestro semitanque es híbrido enchufable, y por tanto «ecológico» compensamos el impacto de arrasar espacios naturales al volante. Es como pensar, como dice el gran Rober Bodegas, que si te comes un chuletón y después un actimel el colesterol queda compensado.
Pero esa inaccesibilidad implica también que esos lugares son los últimos refugios, sin presencia humana, de un buen número de especies protegidas que encuentran allí la necesaria tranquilidad en el momento crítico de sacar adelante sus crías. Esos animales dejan sus huellas, y nosotros también: el entorno de esos banquitos en los montes poco a poco se van convirtiendo inevitablemente en un vertedero de basuras.
Y finalmente, como nos recuerdan en su excelente e imprescindible página de twitter desde Maltrato da Paisaxe, estos bancos suponen un modesto pero no por ello menor impacto paisajístico que a veces incluso se atornilla sobre elementos patrimoniales. Al clásico banco de Cedeira le acaba de nacer competencia en Acevedo, al fondo de la ría. Tengamos sensatez antes de que esto se nos vaya de las manos, y que no suceda como cuando un periodista de The Guardian (que evidentemente no las visitó un fin de semana de agosto) calificó la playa de Rodas en las Cíes como «la mejor playa del mundo» y que automáticamente, de manera entusiasta, la Xunta y el Concello de Vigo se agarrasen a esa opinión subjetiva y la divulgasen a los cuatro vientos, lo cual no le hizo ningún favor a la conservación de los valores naturales de las islas, sino todo lo contrario.