La isla de Toralla en el tiempo
Vigo
De poblado castreño a la explotación urbanística del desarrollismo
23 Jun 2024. Actualizado a las 09:34 h.
La isla de Toralla, frente a Canido, tiene una superficie de 10,6 hectáreas y esta comunicada por un puente de 400 metros de largo. Cuenta con alrededor de 30 chalés y 171 habitantes residentes (2022).
El nombre es escasísimo, apareciendo en la toponimia menor gallega, como en Becerreá y, como lugar, en la Conca del Dalt, en Lérida. Así se denominó a un equipo de fútbol vigués modesto de los años 70 y varios buques. Según el catastro de Ensenada (1753), la parroquia de San Miguel de Oia limita al poniente con el «mar de Toralla». Según G. Sacau, tiene su origen prelatina en la base Tur-/Tor-, de polémico significado, pero puede hacer referencia a una pequeña colina, como así es en parte.
Fue durante los siglos XVII y XVIII del señorío del marqués de Valladares, apareciendo en su título, adquiriéndola a una sobrina en 1895 el industrial E. Lameiro Sarachaga, hasta que en 1910 la compra M. Echegaray, un indiano que se asienta aquí y levanta su residencia de verano, Villa Gioja, donde se gestó el proyecto del tranvía olívico en 1912. Así, la isla recibe multitud de excursiones, como de los alumnos de las Escuelas Valle Miñor (ligado a la matriz en Buenos Aires), la selección de fútbol Escocia en 1927, la Sociedad Atlética local, altas autoridades civiles y militares y hasta los pasajeros del vapor Vigo, por 2,5 pesetas el billete (1926), todo gracias a la generosidad del dueño.
El más famoso visitante fue el férreo y criminal ex-gobernador de Barcelona. Martínez Anido se ocultó allí tres meses en 1922, por temor a un atentado de los anarquistas, a los que había reprimido con saña. Siendo Echegaray republicano, cuenta la familia que lo acogió por amistad con el de aquella poncio provincial; lo cierto es que luego, siendo subsecretario y después ministro de la Gobernación, visitó la isla en varias ocasiones.
Echegaray puso al descubierto la subida de un castro en la colina del sur, y una necrópolis romana
(todo degradado o desaparecido) en 1913, llamando al «arqueólogo» y archivero herculino E. Oviedo y Arce para que lo investigase. Las excavaciones, mejor o peor ejecutadas, se repitieron en los raros espacios aún inalterados, hasta la última en 2018.
El poblado castreño presenta una forma ovalada, de 70 x 30 m., circunvalado por una muralla que le protege junto al aislamiento del mar. Además de lo habitual en esta cultura (casa circular, restos de cerámica común), se encontraron vasijas invertidas cuya finalidad se desconoce (doméstica o ritual); también un cipo y material púnico, que atestigua un comercio con las colonias fenicias del sur de la península, así como una cerámica de engobe que se rastrea en el centro de Portugal. De época romana, quedan restos de ánfora y cerámica campaniense B, del II-I a. C.; dataría el castro de los siglos VII-I a. C. El cementerio, en el centro de la isla, se componía de numerosas tumbas de piedras y pizarra (material que aquí no existe) que también se usaba para el reposo de la cabeza, orientadas N-S, con muchos objetos de ofrenda (monedas, estiletes, fíbulas, etc), junto con cráneos que de deshacían al tocarlos y huesos. Se podrían datar de los siglos IV-V d. C. También se halló un ancla lítica de forma común.
La Cordera Ibérica fue levantada por ingenieros ingleses en 1884, y muy poco después se hicieron cargo los capitalistas de Masnou (Barcelona), residentes en Vigo Ferrer Torres, Mirambell
Maristany y Fontanill Fortu, separándose el primero de la comandita el primero en 1939. Poseía la finca 5.453 m2, incluida huerta, todo murado, acogiendo unas completas instalaciones con puerto bien soleadas, que albergaban 32 modernas máquinas a vapor de carbón y una lancha, valoradas en 115 000 pts. Trabajaban más de 100 operarios de los alrededores, incluso niños. Producía cuerdas, cordeles e hilos, de cáñamo, etc. para la pesca y construcción; en total 550 kg. diarios, que se exportaban a muchos puertos de la península y La Habana. Aparte, hubo también desde 1906, o algo antes, una fábrica de salazón, quizás la que cesó en 1939, siendo propietaria Flora González.
En 1965, abandonada, fue vendida por 10 millones al matrimonio Kowalski-Periana y los hermanos Vázquez Lorenzo, quienes constituyen la promotora Toralla S.A. Levantaron al norte una aberrante torre de 70 metros, obra del arquitecto Bar Boo, quien siempre la defendió. En 1975 el Ayuntamiento le denegó la licencia para hacer una segunda más baja. Fue recurrida a los sucesivos los tribunales hasta que en mayo de 1978, el Supremo dio la razón a la corporación olívica. Años después, las organizaciones políticas y sociales de la ciudad demandaron la apertura peatonal del puente y a las dos playas, destacando el recordado A. Nieto Figueroa, Leri, que llegó a plantar en el una bandera de Vigo. Ahora es de libre tránsito hasta la garita de control.
Historiador y miembro fundador del Instituto de Estudios Vigueses