La cabeza de jíbaro que se conserva en un pintoresco museo de Covelo
Covelo
Maximino Fernández está al frente del espacio, con más de 6.000 piezas
08 Apr 2023. Actualizado a las 10:49 h.
La Casa Museo Etnográfico Pazo Da Cruz en Covelo muestra una de las colecciones privadas más importantes de Galicia. «Superamos las 6.000 piezas adquiridas durante cincuenta años», explica su fundador Maximino Fernández Sendín. El edificio ya en sí mismo es un museo porque se trata de una casona del siglo XVII ubicada en el barrio de A Hermida y que conserva todos los elementos propios de la época, pero intramuros conserva un monumental fondo con la peculiaridad de que «no hay vitrinas, todo es interactivo porque se puede ver y tocar», explica este investigador y escritor que hace 16 años decidió comprar la casona ubicada a escasos metros de la finca en la que se crio con unas señoras durante los años en los que sus padres se dedicaban a vender género y trasladó allí, desde Asturias, su colección.
Visita obligada para los amantes de la cultura, la historia o la etnografía, a todos sorprende por igual, entre sus piezas, una cabeza de jíbaro auténtica. «Se la compré a un misionero de la Amazonia hace cincuenta años así que tiene más de un siglo», explica el propietario de esta cabeza reducida que también llamó la atención en el programa Cuarto Milenio, en el que entrevistaron hace un par de años a Maximino Fernández. Porque su reliquia está vinculada a la figura de Alfonso Graña Cortizo, el gallego que se convirtió en el Alfonso I de la Amazonia, el rey de los jíbaros, los temibles cortadores y reductores de cabezas de la selva amazónica. Maximino Fernández es uno de los biógrafos de este vecino de Avión y, además de dedicarle una sala de su museo, ha publicado un libro en el que desvela curiosos datos sobre la figura del «primer hombre blanco que logró sobrevivir entre los temibles e indomables indios jíbaros durante doce años».
Se desconoce si Graña llegó realizar este escalofriante ritual de reducción de cabezas (conocidas como tsantsas), pero dejó constancia por escrito de cómo presenció su práctica mientras fue el jefe de la tribu indígena, entre el año 1922 y el 1934. «Encogían las cabezas de sus enemigos hasta que alcanzan el tamaño de un puño, para guardarlas y conservarlas como un trofeo de guerra y un amuleto. Los jíbaros creen que así conseguían la fortaleza y valor de los muertos», explica el estudioso. Los Shuar, que es el nombre de la comunidad indígena que reducía cabezas, hacían una incisión en la parte de atrás y arrancaban la piel del cráneo. Con un elemento cortante le luego quitaban los ojos, los músculos y la grasa, luego cocían la piel y aplicando piedras calientes conseguían reducirla a la mínima expresión. Como se aprecia en la que se conserva en el museo de Covelo, era crucial cerrar los orificios del rostro para que no se pudiese escapar el espíritu del vencido, quien podía vengar su muerte atacando al vencedor, a su familia o a toda la tribu.
Maximino Sendín es biógrafo del rey de los jíbaros, cuya vida parece sacada de una película de aventuras. El aventurero que se fue a hacer las Américas acabó siendo «el jefe o apud de más de 5.000 indios jíbaros y gobernaba un territorio como media España en la Amazonia peruana», recuerda Maximino que ya decía Víctor de la Serna en un artículo en el Ya, en 1935, en el que daba cuenta la muerte del rey de los jíbaros. En el museo hay varias exposiciones permanentes, y espacios temáticos como una sala que recoge toda la historia de pan, una escuela de los años 50 en la que ya se han grabado documentales y videoclips o una muestra con cerca de un millar de juguetes. Hay piezas de museo que ha alquilado, como una bicicleta tándem de los años 50 que alquiló a José Luis Garci para la película Historia de un beso. Sus muros guardan más de 6.000 piezas y 3.000 documentos gráficos fruto del trabajo y la labor de recopilación del escritor Maximino Fernández. «Desde pieles de anaconda o boa, a un fósil de palmera de 300 millones de años, tégulas romanas, tapas de hornos del siglo VI o moldes de fundición castreños», explica.
La gran asignatura pendiente, apunta, es la falta de apoyos. «En quince años no he recibido ninguna ayuda de ninguna administración, pese a ser un museo de gran interés», lamenta. Su espacio, que cuenta con varias zonas y temáticas, se puede visitar durante todo el año, también en Semana Santa. Abre a diario, de cuatro a siete de la tarde, y se puede llamar para concertar cita a través de su página web, la casa museo Pazo da Cruz.