La Voz de Galicia

La fábrica de botones y hombreras que parió Indalecio al lado de Pontevedra: «Funcionó bien, pero luego los chinos se comieron todo el pastel»

Vigo ciudad

María Hermida María Hermida Pontevedra / La Voz
Indalecio Saldaña Tizón, posando como si fuese un maniquí más de su escaparate en Pontevedra.Indalecio Saldaña Tizón, posando como si fuese un maniquí más de su escaparate en Pontevedra.

Un hijo del matrimonio que fundó las míticas Mercería Saldaña de Vigo trajo su tienda a Pontevedra y además fundó una factoría de abotonaduras en Barro que duró diez años y llegó a tener veinte empleadas

21 Feb 2025. Actualizado a las 20:02 h.

Pituca Tizón, una viguesa que se marchó de este mundo el día 1 de enero de este mismo año, con las 93 primaveras cumplidas y siendo genio y figura como lo había sido siempre, le dio los biberones a sus hijos entre hilos, cremalleras y botones. No le quedaba más remedio que hacerlo para sacar adelante el negocio, Mercería Saldaña, que ella y su marido, Luis Saldaña, abrieron en el año 1951 en Vigo. Criar a sus hijos en la tienda hizo que mamaran el oficio y que, menos uno, todos siguieran en el negocio. Ahora son ellos los que están al borde de la jubilación. Pero se resisten a marcharse a casa. Al menos lo hace así Indalecio, que camina hacia los 69 años sin ganas de hacerse pensionista —«los amigos jubilados que tengo están todos escarallados», dice entre risas—. Él no se quedó en Vigo. Él trajo la Mercería Saldaña a Pontevedra, algo de lo que está muy contento, y además llegó a fabricar botones y hombreras.

Indalecio estaba en plena juventud cuando él y su mujer, Mari Paz, que se jubiló hace unos meses, pensaron que era buena idea coger los bártulos y abrir una nueva mercería Saldaña, como las de su familia en Vigo, pero en Pontevedra. Corría el 22 de enero de 1983 cuando le dieron la bienvenida a su tienda en el mismo local en el que están ahora, en la calle Cobián Roffignac. Desde detrás del mostrador, mientras acaba de despachar a una señora unas agujas para la máquina de coser, él mira atrás y dice: «A mí siempre me pareció que esta era una buena ubicación. Sin embargo, cuando llegué a Pontevedra la gente me decía que cómo se me ocurría abrir en las afueras. Yo me reía y les decía que si tiraba una piedra desde el negocio le daba al santuario de la Peregrina».

Pasaron los años, empezaron a sumar clientela que venía a forrar botones, comprar goma elástica o a buscar cualquier tipo de cinta o pluma para el carnaval, y a finales de los años ochenta a Indalecio se le ocurrió iniciar una aventura empresarial en toda regla. Mari Paz se quedó en la mercería y él se fue a Barro, donde fundó una fábrica de botones y hombreras en aquellos exagerados años en los que andar sin purpurina, tupé y hombros acolchados casi parecía un pecado. La cosa funcionó a lo largo de una década y llegó a tener empleadas a unas veinte personas. Pero luego hubo que bajar la reja: «Durante años estuvo bien la cosa, pero los chinos se acabaron comiendo todo el pastel. De hecho, ahora mismo prácticamente ya no hay fábricas de botones en España», cuenta.

Indalecio, que va camino de los 69 años pero no tiene prisa por jubilarse.Ramón Leiro

Cerró en Barro e Indalecio volvió a sumarse a la mercería en Pontevedra, donde trabajó mano a mano con Mari Paz hasta que ella se jubiló: «La echo de menos porque estando los dos se hacía más llevadero ya que podíamos salir de cuando en vez uno a tomar un café... ahora lo tengo que hacer antes de abrir», señala. En los más de cuarenta años que lleva con Saldaña en Pontevedra vio cómo la ciudad cambiaba completamente y el mundo también. Lo primero, dice él, para mucho mejor. Lo segundo, no tanto: «Los pequeños comercios como el mío en cuanto se muera la generación que ahora tiene cincuenta años se van a extinguir. Internet y los chinos han podido con nosotros. El carnaval, por ejemplo, ya no representa ni el 5 % del negocio que suponía para las mercerías de toda la vida, y eso que en Pontevedra hay muy buenas tiendas». 

«Para la semana los tienes»

Habla así mientras llegan dos clientes; un matrimonio que pregunta por unos tirantes y que de paso pide un par de metros de goma elástica. Indalecio le dice que los tirantes los tiene agotados, pero que si esperan le vendrán en cosa de una semana. Ellos dicen que sí, que la próxima vez que vengan «al pueblo» le preguntan si ya vinieron. Indalecio agradece con una sonrisa la fidelidad y los tres acaban conversando de los achaques sufridos y hasta del tiempo. Esos son los clientes que hacen que Indalecio no quiera jubilarse y que siga viniendo todos los días de Vigo a Pontevedra para abrir su mercería. Porque aunque la inauguró en los ochenta no llegó a mudarse a la ciudad del Lérez: «Vivo en la salida de la autopista, me lleva poco más de quince minutos. Estamos al lado», dice el señor de los botones.

Se ríe al escuchar eso de señor de los botones. Y replica: «Señor, señor... ni siquiera eso. Me faltó para llegar a señor. Pero la verdad es que me gustó fabricarlo y me gusta mucho venderlos». Luego acaricia uno de muchos carteles hechos con su puño y letra para el escaparate. En ellos explica el género por si pasa algún potencial cliente despistado: «Para no rozar al andar, un culote has de llevar», reza uno de sus letreritos blancos. Más claro agua, Indalecio Saldaña. Y encima rima y todo.

 


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