¿A qué vienes a la playa si no pisas la arena?
Yes
QUITA, QUITA Que muchos no quieren mancharse. Otros no salen de la sombra ni por asomo, y hay quien ni se plantea entrar en el agua. Ellos vuelven a casa sequitos, limpitos y sin necesidad de cambiar el bañador. ¿Que aprieta el calor? «Flish, flish» y listo.
06 Aug 2016. Actualizado a las 17:37 h.
Qué pegajosa es la arena. Y lo que mancha. Y lo que quema cuando aprieta el sol. Hay días que a uno le entran ganas de echar la toalla en otra parte, pero hay quien lo hace siempre. Día tras día. Personas que no pisan la arena. Unos prefieren el asfalto, otros las rocas. Hay quien no sale de debajo de la sombra del árbol. Y el culmen de los cúlmenes, quien huye del frío del mar y se refresca a golpe de flish, flish. Esta es gente que vive la playa de otra manera. Fuera del mar, de los graciosillos de turno con el balón de fútbol. De tu amigo que, con ganas de sacudir su toalla, deja echa un desastre la tuya. Será divertido desde fuera ver cómo se mata cada cual por conseguir que en su toalla no haya ni una partícula. Pero amigo, eso es muy difícil. Y quizás por eso hay muchos que optan por alejarse de la arena. Las rocas, el cemento, un buen pinar... todo vale si es con sombra.
Para esa gente, es mejor quedarse en el trono -tumbona, en este caso- y dejarse de chorradas. Eso es justo lo que piensa Ana, la chica de la imagen que está en primer plano y en pleno éxtasis en la playa de Santa Cristina, en A Coruña. Ella es fiel al cemento y aunque solo veamos rocas alrededor, afirma que no se piensa tumbar allí. «No quiero que mis riñones sufran», explica bromeando. Lleva muchos años yendo a «su rincón», por lo que nadie puede robárselo. «Siempre venimos unas cuantas y nos quedamos aquí. Nos traemos nuestras sillas y todo lo necesario para sobrevivir», cuenta Ana que, con una sonrisa en la cara, jamás cambiaría su rinconcito. Ella y sus vecinas se llevan su kit a «la plataforma». Y lo que llevan no dejará de sorprendernos. Como vemos en la imagen, Ana no se mete en el mar, «no solo por no tocar la arena, sino porque el agua está muy fría y se me corta la circulación», explica. Siempre lleva consigo «el bote mágico» lleno de agua dulce, «la salada no la quiero», advierte.
Llegado el momento, un chapuzón refrescante y listo. Bueno chapuzón, chapuzón tampoco, pero refrescante no podemos negar que lo sea. «Me tumbo y resisto cual lagarto al sol pero claro, en días de mucho calor no aguanto». Por ello, Ana con un flish flish lo soluciona todo. Y con la tumbona también. La pillamos en la famosa «plataforma» de Santa Cristina con su cuñada. Allí no tienen el mullido de la arena, pero para eso está la silla. Ese tramo de asfalto alargado que está al final de la playa está de lo más concurrido cada día. Hay quien, incluso, cambia el flish flish por el manguerazo. Así acaban antes. Todo sea por evitar la salitre... y los cortes de digestión. Otro que busca la limpieza es Manolo. Ahí está, sentado en la playa de Riazor y bien lejos de la arena. La estampa es de libro. Porque Manolo aparece con su pandilla, un grupo de veteranos que aparecen con la silla bien anclada en la piedra. «¿Y quienes son ellos?», le preguntamos a ese hombre que aparece en primer plano con el bañador rojo. «Uy, no estoy seguro. Les veo todos los días, pero no es que sean amigos de siempre. Son compañeros de roca», afirma sin ápice de duda. Compañeros de roca. Quédate con ese concepto. No tienen la intimidad de la amistad de toda la vida, pero tampoco la frialdad del mero conocido. Son compañeros diarios del duro arte de permanecer bajo el sol. Son muchas horas, pero ellos saben muy bien cómo pasar el tiempo.
MANOLO EN LA PLAYA DE RIAZOR
LA PARTIDA, EN LAS ROCAS
«Nosotros venimos a echar la partida todos los días», explica nuestro bañista, que siempre que hace bueno se acerca hasta la playa: «Voy yo solo en el bus desde casa y me encuentro con ellos. Hay un grupo que es de hace años y otros que vienen de Alemania y siempre se ponen aquí. Este es mi segundo verano». Porque no te vayas a pensar, que las rocas también se reservan. «Bueno, si llega una persona y se coloca en un sitio no se le va a decir que se vaya, pero aquí tenemos nuestros sitios. Esta gente está aquí clavada ya desde por la mañana», aclara. Además de las cartas, se llevan el pack completo: «Nos bajamos un libro, un bloc de notas, los taburetes...», cuenta Manolo. Pero, ¿por qué las rocas y no la arena? «La gente viene aquí porque es un sitio limpio. Muchos se van después directamente a trabajar, así que echan la partida, comen y marchan. Nosotros no, echamos entre cuatro y siete horas siempre y nos vamos para casa», asegura.
Queda claro que este hombre renuncia a la arena, pero no al mar. Aquí el flish flish no se estila: «Yo me echo de la roca al agua. Puedo estar bañándome veinte minutos o media hora para hacer un poco de ejercicio». A lo largo del día les sobra tiempo para hablar. «Contamos chistes y hablamos de nuestras vidas, de las historias de cada uno...», indica. Y vaya si tienen historia. Aunque Manolo se niega a desvelar su edad. «No la pongas, que yo me siento como uno de cincuenta», avisa divertido sobre la roca. Nadie se atrevería a negarlo.
TYSON MESA EN EL CHIRINGUITO
MEJOR, DE CHIRINGUITO
Tyson Mesa y Javier Rodríguez tampoco son muy de playa, sobre todo si hay un chiringuito cerca. No es que sean alérgicos al agua, porque chapuzones se dan y el moreno les delata, pero si puede ser a la sombra de un chiringuito, mejor que mejor. A ver quién les quita la razón. Tienen 19 años, acaban de terminar sus estudios -en el caso de Javier su primer año de Ingeniería de Caminos en A Coruña-, la arena quema y, por si fuera poco, la cerveza les espera fresquita a apenas unos metros de la orilla. Las vistas, inmejorables.
La terraza desde la que observan la playa de A Panadeira, en Sanxenxo, lo tiene todo. Para empezar, no tienen que pegarse para hacer un hueco merecido a su toalla, y para seguir están a apenas unos metros de Silgar, pero se ahorran su trasiego. Silgar es demasiado: demasadia gente y demasiado ruido. En caso de que les falte alguna otra explicación, ya se encarga Tyson de completar el listado: veranea con su familia en la villa turística y, así, en la terracita, hace tiempo hasta que lo vienen a buscar para ir a comer todos juntos, hacia las tres y media de la tarde.
«El plan perfecto es aquí antes de comer», resume Tyson. «Me gusta estar aquí sentado, con los amigos, y charlar con una cerveza fresca. En la playa hace demasiado calor», puntualiza. Javier está con él: «A mí me gusta tomarme algo en las horas centrales del día porque no se soporta el calor, y a la última también, porque refresca y se está perfecto». Como para intentar desmontarles el verano.
LUIS EN LA PLAYA DE CABÍO
A LA SOMBRA DE LOS PINOS
Ni plataformas, ni rocas, ni nada. No hay mejor sombra que la de un árbol ni mayor limpieza que la de un césped cuidado. Y es ahí, en medio del campo, donde nos encontramos a Luis. Con el sombrero en mano, no vaya a ser que le alcance algún rayito de sol entre las ramas. Detrás, sobre una piedra, su ropa bien extendida. Y justo debajo, la arena de la playa de Cabío, en A Pobra do Caramiñal. «Vengo una vez al año unos quince o veinte días, porque soy de Talavera de la Reina», señala Luis, que aunque soporta la arena -«lo suyo es darse una buena ducha después»- dice que «pudiendo elegir, me quedo con el césped». Obviamente, se confiesa fan del fresquito: «Soy de sombra, sombrero y silla debajo del árbol». Pues lo tiene todo. Y fuera de la arena.