Aquellos viejos cacharros
Yes
01 May 2021. Actualizado a las 05:00 h.
Que el mundo ya no es lo que solía no lo demuestra ni la existencia de TikTok ni ver un thriller francés en un teléfono sin cables. La gran evidencia de que la brecha generacional es una sima lo demuestra la indiferencia que los jóvenes manifiestan hacia el gran rito iniciático de paso a la edad adulta que las generaciones anteriores celebramos a rajatabla: aprobar el carné de conducir. Los chavales se mueven más que nunca, pero el meneo ya no transcurre tanto sobre las cuatro ruedas de uno de aquellos turismos destartalados en el que nosotros trasladamos felicidad, inconsciencia y convicción en el futuro.
El 27 de abril de 1984 salía de la fábrica de la Zona Franca de Barcelona el primer Seat Ibiza de la historia. Se diseñó para competir con el Golf y se vendió para ser «joven, de carácter desenfadado y espíritu mediterráneo». La prescripción no impidió que aquel ingenio de líneas cuadradas y vocación modesta arrasara también hacia el Atlántico hasta convertirse en el coche más vendido de Seat.
Recurro al Ibiza como representante de todos aquellos landós motorizados sobre los que dejamos la inocencia. No que la perdiéramos, que puede que también, sino que la fuimos abandonando sobre carreteras sin doble carril ni peajes, en playas inaccesibles, entre amigos que desafiaban la ley del espacio, que parece que con los años la gente se ha hecho más ancha y donde antes cabíamos seis ahora no cabe ni dios. Muchos de aquellos coches tenían nombre y apellido. Son los depositarios de historias legendarias en las que la máquina y el ser humano funcionaban como una sola cosa, cómplices en viajes larguísimos a cuatro marchas, con el radiocasete fungando, la ventanilla a media asta y la tapicería furada por la correspondiente lluvia de capullos ardientes de tabaco o lo que fuera. Eran coches en los que te fugabas a medianoche para colarte en un concierto, en los que conspirabas los primeros amores adultos y en los que llegabas a tu primer trabajo.
Hoy la chavalada viaja en patín eléctrico o en un uber compartido. Difícil que les ocurra lo que a Ken Follet: «Empecé a escribir porque se me averió el coche y no tenía dinero para repararlo».