El escritor Alejandro Palomas, premio Nadal: «Un religioso del colegio me violó cuando tenía 9 años»
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El autor revela a La Voz los abusos que sufrió durante su infancia: «Cuando acababa me decía: 'Hay que ver lo que me haces hacer'»
30 Oct 2023. Actualizado a las 19:51 h.
Lo primero que me dice el escritor Alejandro Palomas cuando arranca su conversación es que está muy nervioso. Se le nota. Los silencios en la charla son largos y esas pausas lentas añaden todavía más dolor a los recuerdos. «Desde que decidí hablar se me han reventado los nudillos, no sé si ha sido de apretarme tanto las manos», confiesa. Palomas, que ganó el premio Nadal en el 2018 por Un amor y anteriormente el Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por Un hijo, hizo intentos con anterioridad de contar los abusos sexuales que sufrió de niño, pero no se atrevió «por vergüenza». La palabra culpa lo asalta constantemente. «Mi gran pánico ha sido siempre que la gente dejase de quererme por esto, es lo que me ha paralizado toda la vida, y de hecho estuve a punto de contarlo hace unos años, pero tuve miedo porque pensé que mi carrera podía desaparecer o se podía ver afectada, tenía miedo de que me vetaran en los sitios», avanza. «Tienes la sensación de que estás manchado y de que te van a ver como alguien contagioso. Alguien que se lo buscó, no sé cómo explicarlo. Siempre sientes que podías haberlo evitado, por eso he tardado tanto tiempo».
Alejandro, que ha cumplido 54 años, ha perdido recientemente a su madre y ese ha sido otro de los motivos que lo han fortalecido en esta declaración. «Ella lo supo en su momento, ahora te explicaré cómo se lo conté, pero la pobrecita mía se sentía tan culpable que cada vez que salía algo en televisión relacionado con los abusos a niños, cambiaba de canal. Se sentía culpable por no haber hecho más. Por eso yo no quería removerlo con ella viva. Si lo denuncio ahora es porque este tema no tiene fin y hasta que empecemos a salir personas que tengamos una imagen, más o menos potente, en diferentes ámbitos, esto no se acabará nunca», señala.
Lo que espoleó también a Alejandro Palomas fue una noticia que leyó en un diario hace unos meses en que se concretaban datos de distintos abusos sexuales a alumnos de colegios de La Salle en España, donde él estudió, y en esa misma noticia, la Iglesia adelantaba que no iba a investigar nada. «Cuando leí eso, tuve tantas ganas de vomitar que ahí me levanté y dije: ‘Pues sí que vas a investigar'. Yo quiero dar este mensaje ahora a todos esos hombres que en aquellos años lo sufrieron porque muchos no serán capaces de verbalizarlo por ese concepto que se tiene de la masculinidad. Los abusos te tocan de una forma que te marcan de una manera muy peculiar. Yo lo que quiero decirles a todos esos hombres es que no son culpables. No somos culpables».
La memoria de la infancia de Alejandro Palomas cambia de color a partir de 4.º de EGB, en el curso 75-76, cuando él tenía 8 años camino de los 9. «Si me invaden los recuerdos ahí es otro tono Pantone —se sonríe—, es inevitable». Él estudiaba entonces en el colegio La Salle de Premià de Mar, en Barcelona, y su profesor de Lengua era un hermano religioso de esta orden. «Si hago su perfil te diría que para la gente era el ser más maravilloso del mundo, muy solícito, cariñoso, confiabas en él plenamente. Por eso para un niño es más difícil discernir. Aún no tienes claro la frontera entre lo bueno y lo malo, y sobre todo te cuesta diferenciarlo con alguien que supuestamente te quiere tanto», afirma Palomas. Pero aquel Alejandro de 8 años, sin embargo, se dio cuenta enseguida de que aquello que le hacía «estaba mal». «Yo me enfermaba mucho, sufría infecciones constantes de garganta y él se ofrecía siempre a llevarme a casa en el coche cuando me subía mucho la fiebre. Su manera de actuar era siempre la misma, empezaba como queriendo jugar, haciéndome cosquillas, pero las cosquillas le duraban dos segundos, enseguida iba a lo que iba», se quiebra el escritor. Se hace un silencio y desovilla la memoria. «He intentado ordenar estos días los pensamientos en un cuaderno y... Sí, la primera vez fue en su coche. Yo iba tumbado en la parte de atrás por la fiebre, y mientras él conducía con una mano, con la otra me manoseaba, me tocaba, me metía mano por debajo del calzoncillo», relata. «Eso sucedió varias veces, y en una ocasión, se metió por otra carretera secundaria. En mis recuerdos veo un claro entre campos de cultivo, allí paró el coche, se bajó y se sentó en el asiento de atrás donde yo estaba. Yo tenía fiebre, entonces me puso la cabeza encima de su falda, me bajó los pantalones, los calzoncillos, y empezó a manosearme mientras se masturbaba con la mano en el bolsillo. Cuando acabó, me llevó a casa. Pero esto no es lo peor. Lo peor es la angustia, el miedo que yo sentía porque estaba en su cartera, en su archivo, en su punto de mira, siempre me escapaba de él en los recreos, quería hacerme invisible». Se hace otro silencio.
EN LAS COLONIAS DE VERANO
«Aquel curso acabó —continúa— y llegó el verano; entonces me fui de colonias con el colegio. Allí tuve un accidente jugando al tenis, alguien me lanzó una piedra en el ojo y me reventó las gafas, por lo que me llevaron a la enfermería. ¿Y quién se encargaba de la enfermería? Este hombre. Yo tenía muchos cristales clavados en el ojo, y con unas pinzas, él y otra persona empezaron a quitarlos con mucho cuidado. Para eso me desnudaron y me pusieron una toalla que me cubría. Entonces este hermano lo que hizo fue dejarme toda la noche en observación en la enfermería, desnudo, con una sábana, porque era verano. Esa noche me visitó tres veces. Eso sí lo tengo claro. Cerró la puerta con llave, me ató las manos antes, porque me dijo que durmiendo tenía miedo de que me tocara el ojo, y luego ya lo que pasó fue que intentó penetrarme. Yo estaba de lado, con las manos cogidas, y bueno, lo intentó, y la última medio lo consiguió. Me violó a los 9 años. Sangré, en fin, me puse papel... Sentía mucha vergüenza». Nos callamos. Unos segundos después me atrevo a romper el silencio: ¿Te decía alguna frase, usaba algún lenguaje? «Cuando él terminaba, porque él terminaba, me decía: ‘Hay que ver lo que me haces hacer'». «Yo, mientras sucedía este episodio, solo rezaba para que aquello parara, recuerdo una ventana y lo único que pensaba era: ‘Si yo pudiera salir y llegar a esa ventana, me tiraría».
«Hay una parte de mí necrosada, la relación plena con el otro no se puede dar. Influyó en mi intimidad. Mis relaciones no han funcionado»
¿Se lo contaste a tus padres? «No, todo no. Recuerdo que cuando llegué a casa, mi madre estaba planchando y me puse a llorar. Lo único que me atreví a decirle fue: ‘El hermano tal me hace cosas'. ‘¿Cómo que te hace cosas?, me preguntó. Y yo le dije: ‘Me toca, me toca ahí y me hace daño'. Entonces mi madre paró, dejó de planchar, se sentó a mi lado durante lo que a mí ahora me parece mucho rato y me abrazó porque yo lloraba y lloraba. Después me dijo que iba a hablar con mi padre y que ya todo iba a pasar. Mis padres fueron al colegio y allí les aseguraron que tomarían cartas en el asunto y que no volvería a ocurrir».
En este momento Alejandro quiere contextualizar cómo era la enseñanza y cómo era la vida en el año 75: «La sombra de Franco era superalargada, los colegios religiosos eran el poder. Era la España más negra. Mis padres no eran autoritarios, pero mi padre estaba muy implicado en los deportes del colegio, y creo que yo le daba vergüenza; desde luego el mensaje de su reacción no fue claro, no fue de protección. Él agradeció que no fuera a más, y de alguna manera en el colegio alimentaron su estatus para que no hubiera problema. Date cuenta de que tampoco podían cambiarte de colegio, no había más en los pueblos».
«El curso siguiente, en 5.º, ese hermano era mi tutor, y a partir de que mis padres fueron a hablar me empezó a tratar mal. Hasta ese momento, como yo redactaba bien, me tenía como apadrinado, pero en ese tiempo me ponía en ridículo delante de la clase y me hacía notar que lo había traicionado. Sin embargo, hubo un día que me dijo que me iba a ayudar con una redacción que le había gustado, me buscó en la hora del patio después de comer y me llevó a su cuarto, que estaba en un tercer piso. Ahí no hubo agresión, sino manoseo, baboseo, tocarme... Todo eso. Y eso se repitió unos meses más hasta que paró como si no hubiera pasado nada. Yo seguí en el colegio, pero ya no era yo el motivo de su gracia», indica Alejandro Palomas. Para él, que ha estado muchísimos años en tratamiento y que visita con frecuencia al terapeuta, los abusos lo han marcado de una manera definitiva. «Hay una parte de mí necrosada, la relación plena con el otro no se puede dar. Influyó en mi intimidad. Mis relaciones no han funcionado porque no me fío del otro, ni en el sexo, ni en la emoción, ni en la confianza, ni en el futuro. Es como si tuviera a un enemigo en casa». «Yo he vivido mucho con la muerte al lado, desde pequeño siento que tengo esa alternativa, he tenido tantas ganas de querer morirme, había momentos en que decía: ‘No puedo más, me quiero morir'. No me veía capaz de llegar a ser mayor», añade.
¿Cómo ha influido en tu literatura? «Esto no lo he contado antes, pero en el libro Un hijo, el protagonista, Guille, quiere ser Mary Poppins, y muchos adolescentes y profesores me han preguntado: ‘¿Por qué Mary Poppins?'. La historia viene de esa ventana, cuando yo estaba en esa cama y veía esa ventana decía: ‘Yo tengo que llegar, tengo que volar para huir de aquí', y la única que hacía eso para mí era Mary Poppins, era mi único referente. Yo pensaba: ‘Si esto vuelve a pasar, yo podré».
¿Has vuelto a ver a esa persona? ¿Qué le dirías si lo tuvieras delante?, le pregunto cuando los silencios de la conversación han sido muchos y largos. «No, no sé nada de él, no he vuelto a Premià de Mar. Estoy cansado, me ha dejado muy cansado. No sé si le diría algo. Desgraciadamente, me daría asco, creo que vomitaría».