Patricia Pintos, de 106 a 56 kilos: «Lo mío con la comida era adicción, me operé y ahora me como el mundo»
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«Me he quitado de encima diez garrafas de agua de cinco kilos», dice esta emprendedora viguesa que se sometió en el 2021 a una cirugía bariátrica. «La obesidad es una enfermedad, la comida puede llegar a ser como una droga», asegura
11 Oct 2022. Actualizado a las 23:15 h.
Diez garrafas de cinco litros de agua cada una se quitó de encima Patricia Pintos (Vigo, 1982) a raíz de una operación de estómago que, en plena pandemia, puso fin a un calvario y dio inicio a un proceso en el que, de forma paulatina, cambió su peso, sus rutinas, su cesta de la compra y su autoestima. «Soy otra persona», asegura Patricia rotunda, pero ligera, sin esos 49 kilos (más los incalculables de carga mental) que empezó a bajar desde que afrontó una cirugía bariátrica en Vigo.
«Yo estaba en un pozo, tan metida que no sabía ver ni dónde estaba», confiesa. «Siempre fui gorda. Era Patricia la gorda. Y no era algo en lo que me parase a pensar», comienza a relatar.
La obesidad es un problema creciente (un 39 % de la población gallega tiene sobrepeso y un 16,5 % obesidad, según la última Encuesta europea de salud), pero que muchos aún consideran más una cuestión estética que de salud, asociada a varias patologías graves. «La cirugía de la obesidad va en aumento desde hace años, y no hacemos más operaciones porque no tenemos capacidad real. Porque este problema tiene hoy unas dimensiones epidémicas», advierte la cirujana María Jesús García Brao, miembro del servicio de cirugía del Chuac, médica que operó a Patricia en el hospital Vithas de Vigo.
«La obesidad es un problema multifactorial —explica esta especialista en aparato digestivo— , y una de las cosas que influyen más es el estilo de vida: el sedentarismo y lo que comemos». La obesidad «no es una enfermedad hereditaria, pero en ella sí influyen factores metabólicos o genéticos que son propios del paciente. Nosotros operamos obesidades graves, mórbidas, en las que la única solución que hay para conseguir una bajada de peso es la cirugía».
A Patricia la obesidad le venía por la rama materna. La falta de información y esa antigua cultura que aún coletea de asociar la abundancia de comida con la salud se sumaron, junto al auge de la industria del ultraprocesado y el precocinado, al condicionante genético.
«Aquí aún se oyen frases como: ‘Mira qué niño tan gordito, da gusto', y eso no nos hace ningún favor», dice Patricia. «Parece que aquí todo gira en torno a la comida. Y la gordura nunca jamás es sinónimo de salud», subraya.
Hace tres años, un día familiar en la piscina tuvo para ella un efecto despertador. «Mi hijo pequeño me empezó a decir: ‘Gorda, gorda, que eres una gorda'. A partir de ese día, pedí información para ponerme un balón gástrico». Su marido, Javier, que ha sido su apoyo en todo el proceso, le dijo que él no creía que esa fuera la solución, «por el efecto rebote». Patricia dejó pasar un poco el tiempo y, el 12 de mayo del 2021, una merienda en casa de unos amigos de A Coruña la hizo decirse: «Hasta aquí hemos llegado». Patricia pasó la velada en las escaleras por miedo a romper un sillón si se sentaba en él. Volviendo de esa cena de A Coruña a Vigo, buscó en internet información sobre el baipás gástrico. «Vi que podía costar 12.000 euros y le dije a Javier: ‘Me voy a operar'». Esa decisión fue asomar la cabeza para ver que hay luz fuera del pozo.
El 18 de mayo del 2021, fue a consulta con el equipo de la clínica que la operó en Vigo «y el 16 de junio estaba operada». Los cambios se sucedieron en todos los aspectos de su vida, del plato al zapato, de la posibilidad de subir una cuesta a mirarse en el espejo. O hacer planes en grupo. O, simplemente, salir sin sentir vergüenza en las fotos. «En la cesta de la compra lo noté una barbaridad», concreta. Aquella entrada en quirófano derivó en un cambio de alimentación para toda la familia. Su marido perdió 18 kilos desde la operación que a ella la hizo bajar un total de 49.
El peso máximo de Patricia fueron 106,800. Cuando se operó, la báscula marcaba 104, 600. Ahora está en 56,700. «Y ahí me mantengo. ¡Y puedo decir que me he ido de vacaciones y he adelgazado! Me cambió completamente el chip de lo que es bueno y es malo», dice. Los precocinados, los botes de crema de cacao, los snacks y los refrescos desaparecieron de su despensa. «En mi casa, ya no entran estas cosas; solo de manera muy excepcional. Comer sano no sale más caro, como dicen. ¿Cuánto puedes gastar en procesados, precocinados y refrescos en un mes?», plantea quien ahora lleva un plátano y unos frutos secos siempre en la mochila. La operación no solo cambió su peso. «Cambió mi relación con la comida. Como porque debo comer, no por placer... No es que antes comer fuera un placer, era ansiedad», explica. ¿Una especie de adicción? «Sí. Era comer a escondidas. Era consciente de me estaba pasando comiendo, pero seguía. Mi marido se iba a dormir y yo cogía el paquete de galletas y comía cinco, y luego escondía el paquete, o me comía tres cruasanes de chocolate», revela Patricia.
«ERA UNA VÍA DE ESCAPE»
«Lo mío con la comida era una adicción. Mi estrés lo volcaba en la comida, todo. Era una vía de escape. Yo no quiero que mis hijos vivan lo que yo viví por la obesidad. Al final, no dejas de ser un drogadicto, porque la comida puede llegar a ser como una droga», admite.
Esa adicción es pasado, como la ropa extragrande, los salvaslips por la incontinencia, las ampollas en los pies, las rozaduras en las piernas, los precocinados y los complejos. «Ahora me como el mundo. Tengo una seguridad que no he tenido en mi vida», asegura.
El mito del gordo feliz, tan apetitoso para el mercado, no resiste la prueba del algodón de esta emprendedora. «Yo no me lo creo. No me lo creo cuando tienes una obesidad grave, cuando eres incapaz de subir a esa montaña, cuando todo el mundo tiene que esperar por ti porque no llegas, o cuando sufres incontinencia por la obesidad. Yo también le decía a mi marido: ‘Estoy gorda. Es lo que hay. Si no te gusta, ya sabes dónde está la puerta'. Supongo que era una coraza. El cambio en la pareja tras la operación ha sido tan bestia... Nunca he estado con mi marido tan bien como ahora. Ahora me lo llevo a una cena sorpresa con todos sus amigos. ¡Antes, eso ni me pasaría por la cabeza!». Él fue quien le dijo sobre operarse: «No lo hagas por estética; hazlo por los problemas de salud que vas a prevenir». Y fue él el que visualizó su peso en garrafas de agua. «Un día, las compré en el súper: ¡diez garrafas de cinco kilos de agua! Fue el peso que me quité de encima. Literalmente», dice Patricia. Las garrafas están hoy en su trastero. Ya no pesan, como los apuntes de los exámenes superados.
«La cirugía bariátrica me devolvió una vida que no sabía que había perdido. ¡Estoy haciendo cosas con 40 años que no había hecho en la vida, como bailar! Si mi historia puede ayudar a otras personas a que salgan del pozo, aquí la tenéis. Con que una persona dé el paso que yo di, valdría la pena», concluye esta mujer a la que el quirófano dio una segunda oportunidad, que está decidida a aprovechar.