La Voz de Galicia

Flechazo entre chapapote: «El Prestige me dio a la mujer de mi vida»

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Susana Acosta

Él era el conductor de uno de tantos autobuses que cada fin de semana llegaban con voluntarios para limpiar fuel. Y ella estaba en el bar de siempre y a la hora de siempre: el pub Scorpio de Muxía. El enamoramiento fue instantáneo. Y así siguen 20 años después y con una hija fruto de ese amor

09 Nov 2022. Actualizado a las 10:12 h.

La catástrofe del Prestige nos desoló a todos. Aquella tarde del 13 de noviembre de hace ahora 20 años, todos sentimos en cierta medida que íbamos a perder el paisaje que tanto amábamos y que nunca podríamos volver a recuperarlo. Afortunadamente, no ha sido así. Gracias, en parte, a los miles de voluntarios que llegaron a nuestro litoral. Porque en medio de toda esta tragedia hubo una gran marea de solidaridad. Y esos lazos humanos persisten, en muchos casos, 20 años después. Incluso hubo tiempo de enamorarse. El flechazo entre el chapapote surgió en muchas parejas. El caso de María y de Toño es una de tantas. Por eso queremos destacarla, porque además de la tragedia, también hubo mucha vida en esos meses en los que limpiar la costa y alejar el fuel era lo principal.

Toño llegó a Muxía el 18 de diciembre del 2002. Él, por aquella época, era conductor de autobús y la empresa para la que trabajaba le había ordenado conducir uno de los autocares que traía voluntarios a la Costa da Morte. En este caso, el viaje estaba organizado por la Universidad de La Rioja. Así que ese fin de semana puso por vez primera un pie en una tierra de la que nunca ya podrá marcharse.

Curiosamente, a la primera persona que conoció nada más llegar a Muxía fue al hermano de María, que era voluntario de la Cruz Roja y le había indicado que tenía que llevar a unos voluntarios hasta Nemiña. Pero, claro, ninguno de los dos sabían que acabarían siendo cuñados hasta bastante tiempo después: «Co tempo cando coñeceu a meu irmán dixo: ‘¡Como me suena!' E claro que lle soaba porque o coñecera antes ca min. Casualidades da vida», explica María.

«Coñecémonos no pub Scorpio en Muxía, onde eu ía habitualmente. Por aquela época, vivía na Coruña, pero volvía as fins de semana e sempre quedaba nese pub porque era un sitio habitual de reunión para despois ir para Cee ou así», comenta ella, que empieza a entrar ya en los detalles de ese primer encuentro. Fue allí donde surgió el flechazo. Al menos por parte de Toño, porque ella no se había fijado en él precisamente: «Veume falar, pero a min o que realmente me gustaba era o seu compañeiro, non el [ríe]. Pero despois o seu compañeiro pareceume parvísimo, en cambio, el moi agradable». Fue así cómo se coció un flechazo que acabó en matrimonio y con una hija en común.

Después de ese día, María no volvió a Moraime, la parroquia en la que vive su familia, hasta cuatro fines de semana después. Y, a pesar de que Toño preguntaba por ella en el pub donde se habían conocido, nadie sabía de quién hablaba. Era como si se la hubiera tragado la tierra o, en este caso, el chapapote. «Yo preguntaba: ‘Oye, ¿has visto a Alejandra?' Y nadie la conocía», comenta este pamplonica afincado en Lodosa (Navarra). Lo que no sabía es que había una razón de peso para que nadie la conociera. «Eu dixéralle que me chamaba Alejandra. E claro non me coñecían porque non me chamaba así. Despois, o cuarto fin de semana, volvémonos ver e xa empezou todo», aclara ella, que reconoce que le pidió disculpas cuando él descubrió el embuste. «Ahí fue cuando dije: ‘Esta no se me escapa'», bromea Toño, que reconoce que se enamoró de María nada más verla: «El flechazo fue bueno. Pero fue más flechazo cuando luego llegó el percebe y el bogavante [se ríe]. Tenemos una bonita historia, la verdad. Me engañó, pero a mí que me engañen así otra vez».

Durante el tiempo que duró la marea blanca, Toño venía todos los fines de semana a Muxía: «Los jefes sabían que me había echado novia, entonces ya me dijeron que me quedaba fijo haciendo estos viajes. Y eso fue desde diciembre hasta Semana Santa. Así que nos veíamos todos las semanas». Pero una vez que eso se acabó, establecieron verse cada quince días. Fue así cómo se asentó una relación que había comenzado durante la marea negra. «El Prestige me dio al amor de mi vida. Fue horrible ver toda la costa llena de chapapote, pero también es verdad que el tema de los voluntarios y de la gente fue extraordinario. Y yo encontré a la que es ahora mi mujer y la madre de mi hija Iria», cuenta Toño.

La boda

Al año y medio de comenzar a salir, ambos decidieron que no podían seguir manteniendo una relación a distancia, sobre todo, estando tan lejos. «Era un tute ir e vir, porque son 1.500 quilómetros. E facelo unha vez ao mes cada un era moito. Así que decidimos casar», explica María. Eso sí, la boda fue en Moraime y en el banquete no faltó marisco de la zona. Después ya se instalaron los dos en Navarra: «Había pouco que Toño mercara unha casa en Lodosa porque a súa nai é de aí, aínda que se criou en Pamplona, e eu vinme tamén para aquí. Comecei a mover currículos e a verdade é que atopei pronto traballo».

Eso sí, no perdona al menos tres viajes al año a Muxía. «Digamos que en el contrato matrimonial firmé que hay que ir a Galicia en Navidades, Semana Santa y verano. Sé perfectamente lo que es la morriña, la veo en mi mujer. Y yo también la siento un poco. Llevo 20 años yendo y tan a gusto», confiesa él, que reconoce que ya tiene su grupo de amigos y que siempre se ha sentido muy a gusto aquí.

«Ademais eu falo en casa galego porque me daba cousa que viñesen aquí e que non entendesen á xente. Iria fala bastante ben galego, máis que Toño, pero os dous enténdeno perfectamente. Ademais, a miña filla é unha namorada da terra. Encántalle Galicia e vir. Se lle dixésemos agora de marchar para aí, iría encantada», comenta María, que reconoce que cada vez que le cuentan su historia de amor, Iria se parte de risa.


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