Un «reality show» llamado Casa Real
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La corona británica lleva en un «annus horribilis» perenne desde aquel maltrecho 1992. En las últimas décadas casi ninguna monarquía ha estado libre de escándalos, que se amplifican desde que vivimos en las redes sociales
19 Mar 2024. Actualizado a las 15:23 h.
Mientras España vivía su momento de gloria con los Juegos Olímpicos de Barcelona y la Expo de Sevilla, en otros puntos del globo no tan lejanos el 1992 parecía estar destinado a recordarse como el annus horribilis. Un topless, un tampón, dos divorcios y un incendio hicieron tambalear los cimientos de la corona británica como no había ocurrido hasta la fecha, poniendo en jaque a una de las casas reales más sólidas del mundo. Aquellos lodazales, lejos de ser una excepción, se convirtieron en el inicio de una cadena de infortunios que vivieron su momento álgido con la muerte de Diana de Gales. Al menos hasta que se descubra qué está pasando con Kate Middleton.
Con la información potable y turbia corriendo a la velocidad del rayo —este artículo se está escribiendo el lunes 18 de marzo y hoy mismo circulaba un comunicado que daba por muerto al rey Carlos III—, respecto al mutis en torno al estado de salud de quien está llamada a ser la futura reina de Inglaterra solo hay una cosa clara: la estrategia de comunicación ni vence ni convence. Por suerte para los monárquicos, los expertos auguran que el escándalo pasará, por mucha polvareda que levanten las fotos retocadas y la falta de honestidad de la corona. Ha ocurrido otras veces, con escándalos de índole menor y otros de gran calado, y solo en contadas ocasiones la polémica ha hecho que la historia cambie de rumbo.
El revuelo es prácticamente irremediable en la era hípermoderna, más tratándose de familias que viven en el foco los siete días de la semana, 24 horas al día. Sin embargo, para Ferrán Lalueza es fundamental distinguir la intimidad de la privacidad a la hora de abordar los follones que sacuden a los royals. Este profesor de la Universitat Oberta de Catalunya y experto en Comunicación de crisis cree que forman parte de esa intimidad «que debe respetarse» los problemas de salud. Y cita por ejemplo el cáncer del rey de Inglaterra, «del que no se tiene demasiada información ni se demanda porque se respeta esa parcela». Sin embargo, indica que hay asuntos «privados» por los que los miembros de las casas reales deben rendir cuentas. Y ahí están los problemas con la justicia o incluso líos de faldas, «porque son figuras con cargos institucionales de los que, por su papel en la sociedad, se espera un comportamiento modélico». Es en esta esfera donde la realeza ha dado grandes titulares y, en los últimos años, también grandes tuits.
España aún no se había recuperado de las barbaridades escritas por Jaime del Burgo, el excuñado de la reina Letizia al que no le tembló el pulso a la hora de sembrar todo tipo de dudas sobre su otrora familia política, cuando estalló el Genovevagate. Tras una serie de rumores —y fotografías— apuntando hacia una infidelidad de Federico de Dinamarca con quien fuera mujer de Cayetano de Alba, la reina Margarita decidió abdicar, en un gesto que para muchos fue una declaración de intenciones: muerto el perro se acabó la rabia. Con Federico y Mary Donaldson en el trono, se despejan las dudas sobre el futuro del matrimonio porque, como ha dejado claro la historia, los reyes no se divorcian.
Hasta hace poco ni siquiera lo hacían otros miembros de las casas reales con menos peso institucional. De hecho, solo hay que recordar el trampantojo dialéctico que usó Zarzuela para anunciar lo que, por otro lado, era un secreto a voces: la separación de la infanta Elena y Jaime de Marichalar. El «cese temporal de la convivencia» ocurrió en el 2007. Faltaban doce años para que Iñaki Urdangarín entrase en prisión por su implicación en el caso Nóos y trece para que el rey emérito se mudase a Abu Dabi y su hijo le retirase la asignación que recibía del erario público.
En aquella España más ingenua y naíf las redes sociales estaban en pañales. Y este contexto cambia por completo el paradigma. «No es que ahora el comportamiento de la realeza sea menos ejemplar que antes, sino que en el pasado las monarquías eran intocables porque los medios de comunicación no entraban en ciertas materias. Esto les daba a los royals una sensación de impunidad que, con Twitter y otros canales de información, ha saltado por los aires. Además, en España ha habido situaciones tan graves, como las irregularidades fiscales de Juan Carlos I, que era imposible no hacer un ejercicio de transparencia», apunta Lalueza.
Tras no pocos batacazos, Euprepio Padula opina que la Casa Real española está haciendo bien las cosas. «La llegada de Felipe VI fue un revulsivo. Su actitud firme y dura con su padre marcó un antes y un después de cara a la sociedad, y también creo que Letizia se esfuerza en distanciarse de sus antecesores, tanto por su estilo de comunicación, cercano, como por la manera de educar a Leonor y Sofía. Son varios los ingredientes que los convierten en una familia real moderna, aunque creo que la que mejor lo hace en cuanto a comunicación es la holandesa». Este coach experto en liderazgo asegura que se trata de un modelo «nada opaco, de entrega al pueblo y que apuesta por la transparencia». Cabe recordar que la princesa Amalia —heredera al trono— se sinceró contando todo lo que había sufrido tras ser objeto de amenazas por parte del crimen organizado del país, lo que la obligó a pasar una temporada sin salir de palacio.
Si los príncipes varones han sufrido problemas de salud mental, poco se sabe. Pero del estado anímico de algunas de ellas se han realizado auténticas radiografías. Es el caso de Victoria de Suecia. Tras muchos dimes y diretes, y exhaustivos análisis sobre su delgadez, la Casa Real sueca comunicó en 1997 que la heredera al trono padecía anorexia. A Charlène de Mónaco le persigue la sombra de la duda. ¿Qué le pasa a la princesa triste? La princesa no ha querido nunca ser clara respecto a su salud, y para Padula esto es perfectamente comprensible. «Es un tema delicado, porque la gente quiere saber, pero a veces dar un comunicado puede perjudicar a quien que está sufriendo la enfermedad. Lo primero es pensar en esa persona».
Marta Luisa de Noruega fue de las que se arrancó a hablar de su depresión, fruto del suicidio de su exmarido, el escritor Ari Behn. La princesa siempre ha sido un verso suelto en el seno de las casas reales, y su modus vivendi hace las delicias del papel cuché. Para muestra, su compromiso con el chamán Durek Verret: la boda está prevista para este 2024.
Marta Luisa denunciaba en el 2020 el racismo que sufría su pareja, como tiempo después haría Meghan Markle, en este caso señalando a la Casa Real británica. Lo hizo en una entrevista con la todopoderosa Oprah Winfrey, en la que desvelaba que algunos miembros de la corona estaban preocupados por «el color de piel» de Archie, primogénito de la actriz y el príncipe Harry. Los expertos consultados para elaborar este reportaje no coinciden a la hora de determinar cómo se gestionó tal crisis. «Quien calla otorga. Y en este caso el silencio del Palacio de Kensington sembró la duda; esta historia le vino genial al bolsillo de Meghan y fatal a la reputación de la corona», dice Padula. Por su parte, Lalueza cree que «aunque deberíamos conocer si las acusaciones eran ciertas o no, por poco que se hubiera correspondido con la realidad la situación se habría amplificado».