Susana y Laura, 30 años veraneando en O Grove: «Preferimos ir de cámping que estar en el mejor hotel del mundo»
Yes
Estas hermanas vienen desde Bilbao a Galicia todos los años para pasar los veranos. Sus hijos y ellas no cambian el cámping por nada. «Esto es otra libertad», afirman
12 Jul 2024. Actualizado a las 15:38 h.
La afición por ir de cámping se suele heredar de padres a hijos, pero también de hermanos a hermanos, como en el caso de Susana y Laura. Estas dos hermanas nacidas en Bilbao llevan alrededor de 30 años pasando sus vacaciones de verano en un cámping en San Vicente do Mar, en O Grove. La primera en engancharse a este tipo de vida fue Susana. ¿El culpable? Su marido Jose, que durante el inicio de su relación, fue el encargado de descubrirle las Rías Baixas y desde ese momento se quedó enamorada de Galicia. «Empecé a ir de cámping cuando comenzaba a salir con Jose. Éramos novios y él venía de vacaciones a uno de esta zona. Me invitó a pasar un verano con sus padres y me fui con él. Nunca había estado en Galicia y me enamoré. Llevo ya como 30 años viniendo», explica Susana. Su hermana Laura se sumó después, cuando visitó a Susana y a su cuñado. «Yo llevo algo menos que Susana porque lo mío fue de casualidad. Un día me fui con mi marido, Koldo, de vacaciones a Puebla de Sanabria y como ya habíamos visto todo, nos acercamos a Galicia para ver el cámping de mi hermana, que entonces era el Miami. Nos encantó y, como Susana nos hizo presión, al año siguiente nos compramos una caravana... Llevamos ya 24 años», afirma.
Aun así, desde pequeñas, sus padres —aitas como los llaman ellas— las llevaban a Noja, en Cantabria, para pasar los meses de agosto en tienda de campaña. «Cuando éramos crías nos íbamos con nuestros aitas en tienda de campaña a Noja e incluso a Portugal. Al final era un curro montar todo porque las tiendas de antes no tienen nada que ver con las de ahora», comenta Susana. El mes de julio lo pasaban en Benidorm. «En el cámping de Noja teníamos la cuadrilla de amigos. Nos gustaba tanto ir que nos queríamos venir de Benidorm para pasar más tiempo con ellos», bromea Laura.
Quien al principio no pensaba que esto del cámping fuese a cuajar fue Laura por la reacción que tuvo su marido. «A mi marido no le gustaba nada esto y decía que a ver cómo iba a dormir en una caravana. Fue probarlo, despertarse y ver que estaba al aire libre y le encantó», explica. Cuando dicen que veranean en un cámping, siempre suelen recibir comentarios llenos de prejuicios. «Todavía mi suegro a día de hoy nos dice: 'Todo el año trabajando y os vais ahí de vacaciones a trabajar más mientras estáis incómodos' porque no percibe no tener lavadora, lavavajillas... Yo siempre lo digo. He estado en hoteles y en apartamentos y prefiero el cámping por encima de todo porque es otra libertad», afirma Laura. Susana también opina que en la sociedad se tiene una visión errada de lo que es la vida allí. «La gente tiene un concepto muy equivocado. No es lo que piensan. Tiene muchas cosas que no las encuentras en el mejor hotel o un resort. Es obligatorio probarlo porque es una gran experiencia», indica.
Ir a la playa tampoco supone ningún problema porque pueden ir andando. «Nosotras vivimos en la ciudad y sabemos lo que implica coger el coche. Atascos, no tener sitio para aparcar... Eso entre semana, así que imagínate el sábado y el domingo. Aquí tenemos la playa delante del cámping. Cuando nos levantamos, nos ponemos el bañador y en el momento que nos apetece, cogemos la toalla y nos vamos a tomar el sol o a pegarnos un baño. Al final estamos en la naturaleza pura y dura», comenta Laura. Y si no se tienen ganas de hacer la comida, siempre hay solución. «¿No te apetece hacer de comer? Te vas al chiringuito o alguien de la pandilla se ofrece a hacer algo por ti. Es una gozada», afirma Susana.
Un paraíso para los niños
Muchos padres buscan destino vacacional pensando en si sus hijos estarán entretenidos. Cuando eres campista, olvídate de ver a los niños en todo el día, porque una vez que hacen amigos, solo aparecen para comer y dormir. «El primer día que llegamos aquí ya les digo: '¡Hasta septiembre!', porque solo los veo cuando comen y cuando se meten en la cama. Da mucha tranquilidad saber que están bien porque aquí están controlados y nos conocemos todos. Eso no te lo dan otros sitios vacacionales», explica Susana. «Antes, el cámping no era tan grande. Erlantz y Aritz, nuestros hijos pequeños, iban por ahí solos casi desde el primer día y si uno se caía, siempre había quien le pusiera una tirita. Al conocernos entre nosotros, estás en calma y es otra libertad. Se vuelven más independientes porque al final se buscan la vida, no tienen todas las comodidades que hay en casa y aprenden a socializar muy pronto», apunta Laura.
Cuando comenzaron con su aventura campista, las dos hermanas iban en caravana, pero Susana terminó cambiándola por un mobil home. Se colocaban una al lado de la otra, e intentaban que sus hijos tuviesen la misma rutina para poder aprovechar tiempo a solas por las noches mientras se tomaban algo bajo la luz del cenador de algún vecino. «En el cámping nos juntábamos varios con críos pequeños y hacíamos el mismo horario con ellos. Los poníamos a dormir a la misma hora y encendíamos los intercomunicadores que teníamos por si les pasaba algo. Así te relajabas, podías seguir con tu verano y desconectabas un poco de los niños, porque era nuestro momento. En un hotel no lo puedes hacer, porque yo en un hotel no dejaba solo a mi hijo en una habitación, mientras me iba a tomar algo. El cámping sí te lo permite», afirma Susana. Laura también piensa lo mismo. «Mi hijo Aritz era pequeño y si estaba dentro de la caravana y nosotros fuera en el avance, lo podías escuchar si lloraba. Lo bueno es que estás hablando fuera con los amigos y no es como en un hotel que te tienes que ir a cierta hora en silencio a tu habitación. Esa libertad de estar tomando algo todos juntos, la vida social tan buena que hay y el ambiente con los demás campistas, hace que al final puedas crear una familia. Nos llegamos a tener cariño y es muy bonito», confiesa. «Mi hijo mayor, Julen, siempre dice que para él los amigos del cámping son sus hermanos porque al final terminan compartiendo muchos momentos juntos», apunta Susana.
¿Y otro lugar para pasar el verano? Las hermanas dicen que es impensable. «Por nuestros hijos hemos tenido que cambiar nuestra forma de pasar las vacaciones. Hemos pasado de ir a ver sitios a tener que empezar a viajar en Semana Santa o en invierno. Nunca hemos podido hacer nada en verano porque no se quieren marchar del cámping. Cuando eran pequeños, hasta les preguntamos qué preferían si Disneyland o el cámping y ellos respondían que el cámping. El año pasado fueron de viaje a Cuba y, así como aparca mi hermana el coche en la parcela, dicen: 'Ahora sí que empiezan nuestras vacaciones', y les contesté: '¡Pero si venís de Cuba!'», cuenta asombrada Laura.
Susana tiene ahora una empresa de alquiler de autocaravanas y defiende que este es un mundo que si no lo vives, nunca lo vas a entender. «La gente que no hace cámping no lo entiende, pero cuando estás con personas que comparten lo mismo que tú lo comprenden. Nosotros tenemos una empresa de autocaravanas, y a veces vamos por ahí con una. Las áreas de autocaravanas son iguales a los cámpings porque te juntas con la gente que va en ellas. Además, te permite moverte de un lado al otro porque de la otra forma ya te quedas fijo», explica. Sin embargo, su hermana Laura prefiere estar en el mismo sitio y no andar moviéndose. «En la autocaravana no haces la familia que creas de cámping. Para mí esto es afincarte un mes y volver todos los años esperando el reencuentro», afirma. ¿Planes de futuro? Susana ya los tiene. «Yo de cara a mi jubilación me he comprado una casa en Galicia. Entre gente del norte nos entendemos, no hace falta dar más explicaciones», bromea.