La Voz de Galicia

Elizabeth Clapés, experta en autoestima: «Los narcisistas son grandes estrategas, pero tienen una debilidad»

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ana abelenda AUTORA DE «TÚ NO ERES EL PROBLEMA»
Elizabeth Clapés es experta en autoestima y relaciones.

Son madres ideales, esposos perfectos, jefes y colegas que saben camelar... Si a su lado te sientes pequeño o suelen dejarte encima un aire de malestar, cuidado. «Los narcisistas son como las medusas, ¿te llevarías a una casa?», plantea la experta, que nos da las claves para detectarlos ¡y escapar!

17 Aug 2024. Actualizado a las 13:03 h.

Hay una frase de la película Rounders que te deja cara de póker y da que pensar: «Si no distingues al primo en la primera media hora de partida, el primo eres tú». Alguien la usó después aplicada a la empresa: «Si no sabes quién es la persona tóxica de la oficina, la tóxica eres tú». ¿Ocurre algo así con los narcisistas, esos maestros en el arte de darle la vuelta a la tortilla a su favor? No del todo... «Uno de los primeros síntomas de que estás ante un narcisista es cómo te hace sentir. Es una sensación realmente corporal. Te hace sentir siempre pequeñita», avanza la psicóloga, autora y docente Elizabeth Clapés, máster en Sexología, fundadora de la plataforma esmipsicologa.com, abierta online para una inspección de la autoestima, la calidad de tus relaciones, o para identificar el perfil de un manipulador nato. Los narcisistas no son —a la vista de lo que expone Clapés en Tú no eres el problema— los primos de la partida. Al revés. «No todo se reduce a ‘me siento pequeñita’. Pero cuando no tienes esa sensación con nadie y, cuando estás con esa persona, te vas a casa y te llevas encima esa sensación de malestar, de pesar, es un síntoma», dice.

 «Las personas manipuladoras son grandes estrategas, pero con una debilidad...»

—¿Son esas personas con las que sientes que nunca estás a la altura?

—Especialmente, cuando se trata de un padre o una madre. Cuando el narcisista es el padre, el hijo tiene permanentemente esa sensación de que nunca es suficiente. Ahí el valor como hijo se mide en el valor que él tenga para el padre. Es una relación al revés. «Yo te di la vida», ahí tienes una de sus frases.

 —¿Qué no es normal? ¿Cuándo debería saltar la alarma ante un padre, un amigo, un jefe o un compañero narcisista?

—Con un padre o una madre narcisista, con el que te crías así desde niño, las alarmas están reventadas desde el primer día. Lo que ocurre, algunas veces, es que en algún momento de tu vida te preguntas: «¿Y si no es normal?».

 —Dibujas un retrato con rasgos claros: personas amables, muy inteligentes...

—Y que saben proyectar buena imagen. Pero cuando esa imagen impecable que se trabajan de cara a la galería se desgasta pueden caer en el victimismo. Son personas camaleónicas. Si ven que es mejor recurrir al victimismo porque les va a hacer conectar con la persona que tienen delante, lo utilizan. Los narcisistas son grandes estrategas.

 —¿Esa capacidad para la estrategia les da madera de liderazgo? ¿Suelen ser grandes líderes?

—No es que sean personas de liderazgo, es que buscan trabajos y puestos que les den el reconocimiento que creen merecer. Trabajos como médicos, abogados, policías, pueden darles esa presencia.

 —¿El narcisista nace o se hace?

—El narcisismo no es tanto algo que se desarrolla a lo largo de la vida laboral, sino que es más bien esa tendencia que hace que la persona elija ese tipo de profesiones. Es habitual que intenten dominar en algún entorno de su vida, y este puede ser el laboral. Pero si ese entorno de dominio no puede ser el laboral, ni tienen dónde hacerlo para quedar bien de cara a la galería, ¡lo harán en casa!

 —Tienen doble cara, adviertes. Sospechemos de la madre ideal, del «marido perfecto» o del que presume de los logros de su pareja o de sus hijos...

—Son personas que suelen presumir de sus hijos, porque los ven como una prolongación de sí mismos. «Lo que mi hijo aparente, la imagen que dé, habla de mí». Hablan solo de lo bueno. Pero es que, además, igual están presumiendo de una victoria de cara a la que, en realidad, nunca han apoyado a su hijo. Igual hasta se enteran de rebote de esa victoria, pero la cogen y aprovechan.

 —¿A veces de un padre narcisista sale un hijo valioso? Ese hijo debe lidiar con una hiperexigencia voraz.

—Los hijos de personas narcisistas son supervivientes. Los que logran romper con la cadena del trauma sí pueden salir fortalecidos, pero hay hijos que reproducen los modelos de los padres, convirtiéndose al final en lo mismo que ven. Ves una familia con cinco hijos y te das cuenta de cuál ha salido a la madre, cuál al padre... Sobre todo, en las familias en las que hay más de dos hijos, puede verse qué rol ha adoptado cada uno de los hijos: el de romper con la cadena, imitar al padre o imitar a la madre.

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 —¿Lo fácil y más común es imitar?

—No es una cuestión de facilidad. Es importante el factor genético. No todos los hijos heredan lo mismo de su padre y de su madre. Y, además del genético, está el factor contextual, y la combinación de los dos influye en que uno de los hijos acabe imitando al «malo» o al «bueno». Depende en parte de con quién se identifique más. Si es un hombre y se cría cerca del padre, es probable que imite al padre. Si se cría más con la madre, se parecerá por lo general más a la madre.

«A un marido se le conoce en un divorcio, a un hermano en la repartición de una herencia y a un hijo en la vejez. Cuando la necesidad aprieta, cómo actúas te define como ser humano»

 —¿Y si la narcisista soy yo? Tú lo objetivas en la necesidad de que te idolatren y halaguen. ¿Cómo detectarlo?

—Ojo, todos tenemos la necesidad de ser admirados por algo. El aplausito es necesario, pero hay que identificar de dónde viene esa necesidad. El «necesito que me miren e idolatren a mí siempre, y no a otros, el tengo sed de poder, manipulo a los demás» es característico de un narcisista. En el libro [Tú no eres el problema] no hablamos del narcisista a lo suelto, sino del trastorno de la personalidad narcisista. Hablamos de una falta de empatía, de un hambre de control de los demás, de la falta de respeto hacia las personas que no son tú o no son de tu interés. Si esa necesidad de reconocimiento viene, en cambio, de una carencia, eso no me hace una persona narcisista, me hace una persona herida. En esa pregunta de «¿y si el problema soy yo?» hay algo que en los narcisistas no encontramos nunca: creer que el problema puede ser él. El narcisista no se hace esa pregunta, no ignora que es el problema. Sabe perfectamente que lo es. Sabe cómo son las dinámicas de las relaciones normales y que él no las cumple. En cambio, cuando piensas que tú puedes ser el problema, hay empatía, conciencia, un deseo de no ser así. En el libro uso palabras del criminalista Vicente Garrido: los narcisistas son estúpidos socialmente, porque se creen tan grandes e intocables que cometen delitos sin darse cuenta de que lo hacen de un modo evidente. Se les ve el plumero, pero su sensación de ser intocables puede con ellos. A cada escalón que suben, se vienen más arriba. ¡No pueden parar! Son pozos sin fondo de absorber la energía de los demás. Un narcisista tiene una debilidad: no se da cuenta de cómo le están viendo el plumero los demás. Hacen un papelón. Y si piensan que pueden sacar provecho de ti te halagarán. Dependen siempre de la persona que tienen al lado. Son también dados a la estrategia del «love bombing» (bombardeo de amor), para conseguir lo que quieren.

 —¿Cómo los podemos desactivar?

—¡Si se pudiesen desactivar, eso sería maravilloso! No podemos apartar a esas personas a no ser que cometan un delito. La mayoría de los narcisistas lo hacen por lo bajini. Aunque es un perfil que puede verse bastante en políticos.

 —¿Qué hacemos para protegernos?

—Detectarlos y alejarnos. Son capaces de tratarte como si no hubieran hecho nada después de causarte un gran daño. Son como medusas, te acercas y te pican. Aléjate. ¡A las medusas no te las llevas a casa! Si en el mar en el que estás hay medusas, mira bien para no chocar con ellas. ¡No vas a ponerte a hacerle terapia a una medusa para que deje de picar! Esa es su naturaleza, esquívalas.

 

—Como experta en relaciones, ¿crees que sabemos relacionarnos bien?

—Yo siempre digo que a un marido se le conoce en un divorcio, a un hermano en la repartición de una herencia y a un hijo en la vejez. Cuando la necesidad aprieta, cómo actúas te define como ser humano. A mi novio lo quiero con el alma, pero siempre digo que hasta que nos divorciemos no sabré cómo es... No es «juntos para siempre», sino «juntos mientras nos hagamos felices». Muchas parejas que se creen que lo suyo es especial son las que se llevan el chasco más gordo. A veces el «matrimonio perfecto» revienta ¡y salen cuernos y de todo! Hoy ya tenemos bastante normalizado que no es oro todo lo que reluce.

 


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