El gallego que dio la vuelta al mundo en moto y llegó a la isla de la plenitud: «Con la crisis de los 40, salí de la carrera enloquecida de la rata y hoy veo la vida como Epicuro»
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«Cuando llegué a Japón, llamé a mi madre para decirle: Estoy en Callobre», revela el youtuber viajero Fabián C. Barrio, que ha ayudado a paliar la esclavitud infantil, ya no busca la felicidad tras buscarla en 60 países, y desmonta el rebañismo con humor y una filosofía más nutritiva que el yogur. Galego hasta el Mediterráneo oriental
04 Oct 2024. Actualizado a las 17:55 h.
Usted se encuentra aquí: cerquita del jardín de los placeres de Epicuro... y de la aventura más fascinante de todas, la del pensamiento. Lo dice, armado con filosofía griega clásica (y muy conveniente) para el mundo de hoy, un gallego de Santiago que salió a dar una vuelta... dio la vuelta al mundo en moto en dos años y 14 días y vuelve de vez en cuando a la casiña de mamá. Marco Aurelio, Epicuro y Epicteto tienen tanto que decirle a usted como a María Pombo o a Elon Musk...
Conjugando el viaje de aventura y la acción social, la contracrónica política y la indeleble palabra de los sabios griegos, el youtuber, escritor y viajero empedernido Fabián C. Barrio mueve a más de 270.000 personas con su canal de YouTube, El despertar de Sísifo.
Él despertó una tarde de domingo en una jaula. No busques la felicidad, nos dice hoy esta «digna mezcla de Paulo Coelho, el cuñado de la barra del bar y Torbe, el viejo lesbiano que chilla encaramado en su roca en mitad del mar», según su reseña de perfil, un Filomeno a su pesar, un Balbino que no ha perdido de vista la aldea y que aquella vieja tarde de domingo se vio encerrado en la oficina de una zona pija de Madrid y el 22 de mayo del 2010 salió de la celda y no miró más atrás.
La insatisfacción vital («fue la crisis de los 40», confiesa) empujó a este autor, que antes fue empresario de internet, doblador, guía de un castillo medieval, actor de telecomedias y presentador de radio, a cambiar de vida, «una vida que era vivida por otra persona que tomaba decisiones» por él, y tratar de convertirse de una vez en el que quería ser. «Salí de la carrera enloquecida de la rata, cogí la moto y gasté prácticamente todo lo que tenía en dar la vuelta al mundo», empieza. Eso le dio una popularidad que se tradujo en patrocinios y en dos viajes de carácter social, uno el Proyecto Suraj, para sacar de la esclavitud a niños nepalíes.
De vuelta a España renunció, forzosamente, a reanudar en su país su suerte como emprendedor. «La persecución en España al emprendedor es tan grande que me tuve que ir a Chipre. Los países ya no son esa madre protectora, son corporaciones, empresas», manifiesta quien de niño ya recorrió Europa en caravana con sus padres, de cámping en cámping, y se convirtió, con los aires mediterráneos, en «epicúreo, escéptico, cínico y estoico». A esas cuatro escuelas griegas llegó, como a Chipre, tras su viaje mundial en la moto Fefa, en el que recorrió 60 países. Hoy, a lomos de Fefa viaja por Galicia un amigo de este pensador por libre que no olvida los problemas (guerras, guerrillas, atentados, penurias, esclavitud infantil) que encontró en sus viajes por el mundo, pero también matiza que vio en su aventura más amabilidad de la que imaginas.
«Lo que más me llamó la atención de mi vuelta al mundo es que el mundo es un lugar infinitamente más pequeño de lo que creemos y mucho más acogedor, generoso y sereno de lo que nos venden...»
Lo que quizá más le llamó la atención de sus viajes fue ver «que el mundo es un lugar infinitamente más pequeño de lo que creemos y mucho más acogedor, generoso y sereno» de lo que se vende. «Por ejemplo, le dices a alguien que vas a atravesar Pakistán y ya piensa en bombas y en terroristas. Y sí hay eso, yo he tenido que recorrer miles de kilómetros en escolta, pero eso no resume Pakistán de ninguna manera. En Pakistán están las personas más generosas y más acogedoras de todo el planeta».
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Su primer viaje de larga distancia fue Japón. «Cuando llegué a Japón, llamé a mi madre para decirle: “¡Que sepas que estoy en Callobre!”. El medio rural se parece en todo el mundo. También el medio rural de Chipre «se parece en cosas al de aquí, pero los verdes de Galicia tienen su precio, el mal tiempo...».
««Nunca fui un motero, ¡jamás! Y los moteros consideraban cada cosa que yo hacía un sacrilegio: me importaba un huevo el tipo de aceite y de neumático...»
En su vuelta al mundo de dos años que fueron, en realidad, cuatro veranos, Fabián se propuso de partida ir a la India andando y, al parecerle el reto «pesado», arrancó la moto: «Ir en moto fue una decisión práctica que se acabó convirtiendo en una decisión romántica». «Nunca fui un motero, ¡jamás! Y los moteros consideraban cada cosa que yo hacía un sacrilegio: me importaba un huevo el tipo de aceite y de neumático... Yo no hice un viaje en moto, viajé montado en un vehículo que, románticamente, te proporciona cosas maravillosas, como ser muy permeable a los elementos (¡demasiado! Te llueve, te asas, te hielas...) y, sobre todo, te acerca a las personas», comenta.
EL «SACHO» DE LA FILOSOFÍA
¿Hoy que nos miramos el ombligo, hay que mirarles más la cabeza a los clásicos? Eso pareces advertirnos... «Los griegos de hace 3.000 años tenían unas preocupaciones muy similares a las nuestras», asegura el que dio con la isla griega de la plenitud. «También le daban algún coscorrón al hijo por suspender Matemáticas, sufrieron una subida de impuestos exagerada, vieron a políticos muy corruptos o se preguntaron en algún momento por qué el destino les dejó sin un propósito en la carrera de la rata... Pero en la época contaban con una herramienta poderosa, la filosofía», subraya Fabián. No la filosofía como brisilla, sino como un sacho para anclarse «en el fango del camino». Día a día.
¿Cómo pueden echarnos un cable los filósofos griegos? «El escepticismo, por ejemplo, es muy útil con Twitter (X) y las redes. Si reconocemos que nada de lo que sucede alrededor es realmente real, alcanzamos una calma real que proviene del reconocimiento de que nada de lo que sucede puede ser conocido, y por ello no puedes exponer esas declaraciones políticas tan radicales que nos han llevado a una polarización inmensa. El estoicismo te invita a tener un dominio de las emociones y también a tener claro qué está bajo tu control y qué no».
El cinismo, el escepticismo, el epicureísmo y el estoicismo (las escuelas de las que habla en su libro Usted se encuentra aquí: De cómo las filosofías clásicas pueden ayudarte a ser un mejor primate en un mundo difícil de comprender) surgieron «en una época muy concreta de la historia». Alejandro Magno murió y con su muerte Grecia se resquebrajó. Y «los generales se repartieron el Imperio como una baraja. Esto produjo en la población una sensación de indefensión muy grande. Había oleadas migratorias, como ocurre hoy, inestabilidad económica... Y esas escuelas de vida plantearon a las personas cómo alcanzar la serenidad en un mundo difícil».
Hoy no son solo ChatGPT y sus parientes lo que diferencia nuestra vida de la de los griegos antiguos. «Hasta hace casi cien años, era muy previsible todo: nacías, había un Dios al que estabas ‘condenado' a creer, y solías desarrollar el mismo trabajo que tus padres. En la antigüedad piensa que había una pequeña cantidad de profesiones, hoy hay una barbaridad, y esto te hace estar desanclado. La previsibilidad que tenían nuestros bisabuelos les daba un sentimiento de identidad. Tú eras español, de Coruña, carpintero y eso era parte de tu ser. Ahora, esto no sucede, muchos se aferran como a un clavo ardiendo a partidos, a dietas... ¿Quién no tiene un amigo que es crossfitero o que está obsesionado con las criptomonedas, o rendido al culto a Apple? Y esto significa que están desanclados de la identidad personal. Es la mayor fuente de angustia que tenemos los occidentales», expone el aventurero que ha superado el medio siglo con más de cien países en la maleta.
¿Hay que ser escépticos? «¡Escépticos, estoicos, epicúreos y cínicos! Si incorporamos esas escuelas a la vida alcanzamos una forma de serenidad, lo que los clásicos llaman eudemonía», resume el emprendedor que estudió Psicología Social («por tranquilizar a mamá») y se curtió 11 años como empresario de internet en Madrid.
¿Sabemos qué es la felicidad? «Aquí hay un error grave: muchos están buscando la felicidad, y la felicidad depende de terceros. Como dijo un escritor, la felicidad se parece a un gato, por mucho que la llames no va a venir. Ella llegará cuando ella quiera, ocupará su lugar como decida y se irá cuando quiera ella. La felicidad es cortoplacista y causa dependencia, como todas las drogas», explica. A esta gata hermosa y veleidosa confronta Fabián la plenitud, la eudemonía de los griegos, «que puedes lograr aplicando las reglas que ellos nos dejaron. La plenitud además es sostenible en el tiempo». Y acepta el destino, tal cual es.
De la influencia griega que tenemos, Fabián C. Barrio no fue plenamente consciente hasta irse a vivir a Chipre: «Al comienzo de mi estancia allí, en el supermercado, vi que el cerdo se llama gyros, y recordé ami abuela, que era de la Estada, en la cuadra diciendo: ‘Giro, giriño, ven’. Esa palabra fue volando desde el Meditárreo hasta el comienzo del Atlántico... Y esto es solo una pincelada. Si vuelan así las palabras, cómo no van a volar las ideas».
Nada más valioso en su kilométrica aventura halló este autor epicúreo que nos vitamina con Los minutos del odio «que una conversación con amigos y un vaso de agua a la sombra de un atardecer». Y para comer, «mejor que un tres estrellas Michelin, ¡una tasca!», elige quien también descubrió, con el rodar del tiempo, que los huevos de gallina son «infinitamente más ricos que los de caviar». «Como dijo Epicuro, la vida es un jardín a tu alrededor. El sentido es experimentarla, ver lo que hay, sentir sus cosas buenas y sus cosas malas», dice el gallego que en Chipre vive mejor.