La Voz de Galicia

Carlos Fenollosa, máster en inteligencia artificial: «Nos asusta ChatGPT, que ya es más inteligente que un humano promedio, pero vivimos enganchados a la tragaperras de bolsillo»

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ana abelenda PROFESOR DE INTELIGENCIA ARTIFICIAL
Carlos Fenollosa, experto en Inteligencia Artificial y autor de «La singularidad».

Tu móvil está más cerca de la inteligencia artificial de las películas de ciencia ficción que de un Nokia 3010, señala este ingeniero informático y profesor de inteligencia artificial, que afirma que ChatGPT marca un punto de inflexión. Hemos entrado ya en velocidad de escape...

06 Oct 2024. Actualizado a las 17:34 h.

¿Te quita el sueño el futuro de la inteligencia artificial? Si abres los ojos, la verás como una realidad consolidada en muchos ámbitos de la vida, de tus relaciones personales al GPS, la limpieza de casa o las últimas tendencias que están apuntando tus relaciones y el mercado laboral. «No estamos al borde del abismo [del porvenir de la inteligencia artificial], pero sí hemos empezado a entrar en un camino en el que lo importante es entender que no hay marcha atrás. Vamos a ver las máquinas de forma más ubicua, y no solo como ayuda, sino como actores proactivos que toman decisiones de forma más o menos independiente, que se relacionan con nosotros de forma también más o menos independiente, y esto tendrá una serie de implicaciones, pros y contras», afirma Carlos Fenollosa -fundador, y durante muchos años, CEO de Optimus Price, software que ayuda a las tiendas y marcas a incrementar sus márgenes usando inteligencia artificial-.

El emprendedor, que ha trabajado con multinacionales como Nestlé, eBay o Telefónica, publica La singularidad, un análisis sobre la transformación de la humanidad que aborda las causas, las consecuencias y los retos de haber inventado «máquinas que piensan». Este ingeniero informático, profesor de inteligencia artificial en la UPC (Universitat Oberta de Catalunya) y de emprendimiento en la UIC (Universidad Internacional de Cataluña), ofrece una mirada optimista sobre la llamada singularidad tecnológica sin obviar riesgos y grandes desafíos.

 

—Los semáforos «hablan entre ellos», nos movemos con el GPS para todo, mandamos audios a diario... ¿Estamos rodeados de inteligencias artificiales y no somos muy conscientes?

—Quizá la más usada de todas sin ser conscientes es el GPS del móvil, que no tiene nada que ver con un Tom-Tom de los que había hace 15 años. Yo uso la aplicación de Waze, de las más avanzadas, que te dice si a cien metros ha habido un accidente cinco minutos antes, o te avisa si tienes que desviarte y meterte por una carretera secundaria. Al no tener forma humana ni ser un chat, la gente dice: «Es una app del móvil», y lo que tenemos es un agente muy inteligente que nos dice en tiempo real por dónde debemos conducir para llegar a un destino de la forma más segura.

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—Pero con un margen de error, ¿no? ¿Nos lleva el GPS a tomar las mejores decisiones?

—Yo creo que sí nos lleva a tomar las mejores decisiones, porque hace un cálculo matemático y te intenta llevar por el sitio por el cual vas a llegar en menos tiempo. En otros casos, habría que definir qué es mejor y qué es peor... Pero no se me ocurren escenarios en los que la IA [inteligencia artificial] pueda crear un problema donde no lo hay. Hoy tenemos las inteligencias artificiales bastante enjauladas, bastante controladas.

 

—Adviertes que nuestro móvil está más cerca de ser una IA como la de las películas que de ser un viejo PC o un Nokia 3010.

—Sí. Y si viajáramos 30 años atrás, hasta el 94, a la época de los primeros Motorola y los primeros Nokias, y lleváramos un Smartphone la gente diría: «¡Llevas un robot!». Pero como hemos ido pasito a paso, cada año con algo nuevo: ahora autofocus, ahora te reconoce las mascotas, por dónde tienes que conducir... El salto en 30 años es espectacular.

 

—¿La vida de nuestros abuelos se parecerá más a la de los de la antigua Grecia que a la de nuestros nietos?

—Sí. Mi abuelo era agricultor de esa época en la que aún no había coches en España. De pequeño, trabajaba en el campo, con machos y con burros, con un arado y una azada, que es exactamente igual que como labraban el campo hace 2.000 años. Hoy, mi primo, que es agricultor, tiene maquinarias que hacen que seamos más productivos. La forma en que trabaja el campo mi primo no tiene nada que ver con cómo la trabajaba mi abuelo. Y, en cambio, la forma en la que trabajaba el campo mi abuelo era igual que la de los griegos y los romanos. E igual que con la tecnología, con el resto de las cosas. La técnica siempre va delante, el pensamiento detrás. Ahora nos reímos con la invención de ciertos inventos, como la gente del futuro se reirá con inventos de esta época. Dirán: «ChatGPT se pensaban que era un portento». No será nada comparado con lo que veremos...

 

—¿Qué es la singularidad?

—El punto de inflexión, el punto a partir del cual las cosas se aceleran a tanta velocidad que empiezan a cambiar más rápido de lo que es posible absorber. Yo lo que argumento es que no es punto, sino un proceso que tarda algunos años, décadas. Pasa lo mismo que con el covid: en Italia se pasó de cien afectados a diez mil en dos semanas. Y la gente de partida pensó: «Cuando llegue aquí a España, irá más lento. ¿Cómo va a ir más lento?». Con la inteligencia artificial ocurre igual. Tenemos tiempo, pero el punto de inflexión ya se ha dado.

 

—¿Estarán las nuevas herramientas en manos de todos o solo de unos pocos?

—Lo que está claro es que lo que suceda no sucederá por azar o buena voluntad. Los Estados tienen que tener argumentos para regular, para controlar, para tomar decisiones y conseguir que el proceso sea beneficioso para todos, no solo para unos pocos. Pero no siempre ha sido así con grandes paradigmas de cambio, como la globalización o la revolución industrial... Yo tengo esperanza, pero tengo claro que si las cosas salen bien no será por mi esperanza, sino porque habrá voluntad y medidas para que esto sea así. Si lo dejamos al libre albedrío de las empresas de IA, no tendrán ningún incentivo para repartir. Hay que darles bien incentivos, bien obligarles a que repartan.

«La tecnología es un elemento de poder, quien controla la tecnología controla el poder. Un ejemplo en positivo: la canalización de agua...»

 

—Pones algunos ejemplos que son reales ya, como las cámaras de reconocimiento facial en China. En Rusia se usa, señalas, la inteligencia artificial para el fichaje de los disidentes políticos...

—Claro, la tecnología permite estas cosas. La tecnología es un elemento de poder. Quien controla la tecnología controla el poder. Pondré algún ejemplo en positivo: la canalización de agua. La casa donde mi abuelo vivió toda su vida no tuvo canalización de agua hasta los años 40. Higiene nula. El tener en casa agua potable y agua corriente fue posible gracias a la tecnología. Esa tecnología al principio solo la tenían los ricos. ¿Por qué todos tenemos hoy agua corriente? Porque hay una ley que obliga. Hago el símil con la inteligencia artificial: algo que al principio solo tenían los ricos llega el poder máximo a nivel social, el Estado, y dice: «A partir de ahora todas las casas deben tener agua corriente» e implementa normativas. Las normativas siempre van a ir por detrás de la tecnología.

 «En el 2018, yo habría coincidido en que las IA son como loros pajarracos que repiten la Wikipedia, pero hoy día no»

—¿Concuerdas con Emily Bender en que las inteligencias artificiales generativas son como loros o «pajarracos»?

—Mi argumento es que hemos pasado a otra fase en que las inteligencias artificiales son creativas. Eso de que son como «pajarracos» fue algo que se acuñó antes de la llegada de ChatGPT, que supone mejoras que cambian el comportamiento del sistema. En el 2018, yo habría coincidido con la profesora Bender en que las IA son pajarracos que repiten la Wikipedia, pero hoy día no.

 

—¿Las IA piensan?

—Yo defiendo que sí. El sistema hoy no solo repite frases siguiendo patrones; entiende lo que está diciendo, es capaz de evaluar si son ciertas, si tienen sentido... Una máquina puede ser creativa, a su manera, sí, pero ya lo es.

 

—¿Una máquina tiene instinto e inteligencia emocional?

—Sí, pero no de forma nativa, sino porque se las ha programado para que lo tengan.

 

—¿Qué cabe esperar en cambios sociales, laborales y de relaciones?

—Empecemos por el presente, por lo que ya sucede. Ya hay gente que utiliza novias de inteligencia artificial, y esto es porque somos fáciles de engañar, y nos gusta que nos hagan la pelota. En el entorno laboral, hay gente que está siendo despedida por el uso de ChatGPT. No se contrata ya a gente nueva porque las IA tienen un nivel equivalente al de un universitario, no quizá al que puede tener un trabajador con experiencia, pero sí el de alguien que esté recién salido de la facultad. Incluso si hay un mensaje entre líneas lo detecta mejor que los chavales...

 « Cabe esperar un futuro en el cual no podamos trabajar, y en el que tampoco necesitemos trabajar, en el que solo haya trabajos de calor humano»

—Muchos seguimos defendiendo la cultura del esfuerzo. Quizá dentro de poco no tendrá sentido esforzarse...

—Es posible. El esfuerzo, lo que en inglés se llama labour, el trabajo bruto tanto físico como intelectual, va a dejar de tener valor, porque lo hará la máquina. Tendrán valor los trabajos intelectuales en los que tú debes tomar decisiones y decirle a la máquina lo que tiene que hacer. Cabe esperar un futuro en el cual no podamos trabajar, pero tampoco necesitemos trabajar.

 

—¿Son ya los dueños del mundo los gigantes tecnológicos?

—Sí, pero con un asterisco: siempre lo han sido. La sociedad está en manos de una docena de empresas tecnológicas que proporcionan conectividad, comunicación, y de los Estados. El Estado tiene que dar un paso adelante y recuperar el control de procesos para el bien común, y esto no es ir contra los empresarios, pero hay que llegar a acuerdos.

—¿Entraña grandes riesgos para nuestra privacidad y seguridad la evolución de la inteligencia artificial?

—Es más internet la que nos debe preocupar. La IA no es un sistema que comercie con nuestros datos personales, como los anuncios de Instagram. Tiene más impacto en nuestra seguridad que nos hagamos fotos y usemos ciertas aplicaciones que usar ChatGPT. Y llevamos usándolas tiempo.

 

—Tú haces la diferencia: no es igual que un niño juegue a la consola que que ande de vídeo en vídeo pululando con tu móvil por internet...

—Cada tecnología tiene sus riesgos. Pero yo quiero resaltar que hay otras tecnologías que no son la ChatGPT y con riesgos que deben preocuparnos más. El problema más grave que tenemos es que vivimos enganchados a la tragaperras de bolsillo.

 

—¿Será algún día la inteligencia artificial más inteligente que nosotros?

—Sin duda. ChatGPT en algunas cuestiones ya es más inteligente que un humano promedio.

 


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