La Voz de Galicia

Nora Kurtin, experta en crianza: «Dejarle una pantalla a un niño antes de los 2 años es como darle un vaso de whisky»

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MARÍA VIDAL AUTORA DE «CRIANZA ACTIVA»

«Tener a tu hijo al lado y estar mirando el móvil no es fomentar el vínculo de apego», dice esta experta en crianza, que aboga por compartir tiempo de calidad con los más pequeños. «Pueden ser momentos puntuales, pero donde haya una conexión real»

20 Oct 2024. Actualizado a las 19:05 h.

Lleva casi dos décadas ayudando a los padres y madres en la crianza activa y en fortalecer los lazos familiares mediante experiencias educativas y de ocio. Ahora, Nora Kurtin (Argentina, 1969) acaba de publicar Crianza activa —su primer libro, del que donará todos los beneficios a Aladina—, una guía práctica que atiende a las inquietudes más frecuentes que pueden surgirles a los padres en los primeros 36 meses de vida de sus hijos. «Los niños que no tienen límites desde pequeños cuando son mayores se sienten frustrados y terminan en casos de depresión o insatisfacción», señala la fundadora de Sapos y Princesas. 

—¿Qué implica una crianza activa?

—Es una forma consciente de educar. Los padres participan en el desarrollo integral de sus hijos para conseguir que cuando crezcan tengan alta autoestima, independencia y vida saludable.

 —¿Consideras importante el apoyo de la familia, amigos o profes en este proceso?

—Aunque los padres juegan el papel principal en la educación y en el desarrollo de los niños, siempre contamos con la colaboración de personas cercanas. Y no solamente ayudan para sobrellevar la carga de tener un trabajo, una casa y unos niños, sino que también complementan el proceso educativo porque enriquecen las experiencias de los niños con diferentes expectativas o conocimientos. Es fundamental lo que antes se llamaba educar en la tribu, o sea, apoyarse no solamente en familiares, sino también en amigos cercanos, y cuando empiezan a ser un poquito mayores, en los maestros.

 —¿Hay que asumir que cuando se quedan al cargo de otras personas pueden tener otras normas?

—Depende mucho del tiempo que van a estar con estas otras personas. Si van a una escuela infantil, tenemos que tener en cuenta que esté alineada con esos valores que mantenemos en el núcleo familiar. Cuando nos apoyamos en los abuelos, puede ser un poco más complicado, porque tienen su propia forma de educar y de criar. Muchas veces los padres estamos dando a los abuelos la función educativa y es algo que tenemos que validar. En el libro planteo algunas ideas, por ejemplo, sentarnos con ellos para ver cómo lo vemos nosotros y cómo nos gustaría que hicieran, pero si estamos delegando en ellos, tenemos que ser conscientes de que van a ejercer su propio estilo de crianza. Lo importante es que los padres tengan claro cuáles son esos pilares y que establezcan unas reglas internas.

 —¿Los tres primeros años del niño son claves en su desarrollo emocional?

—Hay muchísimos estudios en los que los expertos acreditan que los primeros años de vida son fundamentales para el desarrollo del niño, porque es cuando se generan y se forman las bases de su personalidad, las habilidades sociales y las afectivas. Es la fase de mayor plasticidad, todas las experiencias que viva, especialmente las cercanas, las afectivas, van a hacer que sean capaces de regular emociones, desarrollar confianza, sentir seguridad. Por eso se habla tanto del apego, porque este apego hace que el niño sea consciente de que es capaz de recibir amor, atención y cuidado. No me vale eso de tener al niño al lado y estar mirando al móvil, eso no es fomentar el vínculo de apego. Tenemos que asegurarnos de que cuando estemos con el niño, el tiempo que sea, al volver del trabajo o los fines de semana, realmente sienta que tenemos una vinculación con él, sin nada que nos interfiera.

—La disciplina positiva no es sinónimo de permisividad, ¿no?

—Se puede malinterpretar, pero no es sinónimo. Hemos oído muchas veces: «Nuestro niño no puede recibir un no como respuesta porque lo frustramos». Pues no, no es real. Ocurre justamente lo contrario, porque la disciplina positiva se basa en enseñar y guiar con respeto, empatía y firmeza. Esto quiere decir que establezco unos límites claros que tienen que estar acordados por las personas que estamos con ese niño. Y con respeto quiere decir que no le grito, no le pego, no lo pongo en otra habitación. Hay que decirle: «Esto no se puede hacer, es peligroso para ti, entiendo que a ti te frustre, pero no se puede», intentando mantener el tono y la firmeza. Cuando los niños se encuentran con unos padres que marcan unos límites consistentes y coherentes, eso luego les ayuda a formarse como personas.

 —Ante una situación de estrés o frustración, ¿qué se puede hacer antes de mandarlos a otra habitación?

—Una estrategia que nos ayudaría a todos los adultos ante una situación de estrés que nos desborda, que puede ser una pelea de pareja, o si estamos enfrascados en una conversación con nuestros padres, incluso en el trabajo, es parar. Parar, respirar, contar hasta diez, y si es necesario, irnos a otra habitación para calmarnos, para ponerlo en perspectiva, porque en realidad hay situaciones que nos desbordan, pero si las miramos tres días después, nos damos cuenta de que en realidad no son tan importantes como para perder los papeles, sino que tenemos que tranquilizarnos, y volver a abordarlo con la cabeza fría.

 —¿Crees que los límites siempre son necesarios, incluso de 0 a 3 años?

—Estamos en una sociedad donde se ha entendido que el límite es algo malo, igual que la tristeza, y son herramientas que nos sirven para entender hasta dónde llega nuestra acción y hasta dónde podemos ir sin afectar el respeto hacia la otra persona. Los límites son completamente necesarios, incluso de 0 a 3 años, pero hay que entender cómo aplicarlos, según las edades, y deben ir asociados al desarrollo emocional y cognitivo del niño. Estos límites les permiten entender qué es seguro y qué no.

 —Un ejemplo.

—Si estás viendo que va a meter los dedos en el enchufe, le dices: «Eso no lo hagas porque es perjudicial para ti». De esa manera, también podemos decirle que no esté frente a las pantallas, que no coma algo que no es sano para él... Eso lo que hace es formar a nuestro hijo, entender que no se puede todo. Porque luego, cuando crecen, se convierten en niños que, como nunca han tenido que vivir unos límites, se sienten frustrados y terminan en casos de depresión o insatisfacción, o consideran que no valen, o no entienden el mundo que los rodea. Como padres, intentamos tomar decisiones para protegerlos, pero los límites van a hacer que ellos comprendan que para su bienestar emocional es necesario mantenerse dentro de unos límites coherentes que fijamos desde el hogar.

 —Sugieres que desde pequeños tienen que aprender a tomar sus propias decisiones...

—Si no queremos que nuestro adolescente tome decisiones que no son las adecuadas, tenemos que ir ayudándole desde pequeñito a que vaya decidiendo en cosas ajustadas a su edad, y que sepa que todo tiene consecuencias. Si cruzo la calle sin mirar el semáforo, tiene consecuencias. Si estoy por la noche navegando con el móvil sin ningún tipo de freno, eso también tiene consecuencias.

 —Pero tan pequeñitos, ¿cómo lo haces?

—Les podemos preguntar: «¿Qué quieres leer: este libro o este?». No le decimos: «¿Qué quieres hacer?», una pregunta abierta. Porque siempre va a buscar lo más sencillo. Debemos potenciar el esfuerzo, llevarlos hacia una rutina que sabemos que es positiva para su desarrollo. O, por ejemplo, ¿vas a usar la camiseta azul o la roja?, ¿qué quieres manzana o plátano? Son pequeñas decisiones en las que el niño siente que se tiene en cuenta su decisión y que tiene capacidad de decidir. Empiezan a sentir confianza en sí mismos, que, al fin y al cabo, es la base de la autoestima.

 —¿Cómo fomentamos la independencia sin dejar de guiarlos de la manera adecuada?

—Independencia y guía parece, en un principio, contradictorio. Hay que tener un equilibrio muy cuidadoso. De nuevo, opciones controladas, dentro de un marco seguro, siempre que no comprometa su bienestar. Hay decisiones que a veces trasladamos a los hijos sin que ellos tengan capacidad de poder decidir. Un niño de 3 años no puede contestar a «¿qué quieres hacer hoy?». Es como si le preguntas a una persona que no ha estudiado ingeniería cuánto cemento ponemos para hacer un puente.

 —¿Crees que por la vida que llevamos hemos perdido el juego con ellos?

—Hay varios aspectos que han afectado para que el juego se quede en último lugar. Primero, que los padres están muy ocupados, y me parece correcto. Apoyo el papel activo de la mujer en la sociedad, y esto no es perjudicial para la familia, siempre y cuando en los momentos que compartamos, que pueden ser pocos, sean buenos y de calidad. Por ejemplo, en los desayunos, en las cenas, en los baños, cuando se van a acostar, los fines de semana... El juego es fundamental para su desarrollo, por supuesto sin pantallas, porque nos vinculamos emocionalmente con ellos. Y este vínculo donde prestamos atención a nuestros hijos no tiene que ser todo el tiempo que no estamos trabajando, pueden ser momentos puntuales, pero en los que realmente exista una conexión real.

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 —¿Cómo se encaja la crianza activa en un mundo tan digital?

—Cada vez más, todos los medios que hablamos de crianza, decimos que el niño no debería estar expuesto a ninguna pantalla antes de los 2 años. Suena a ciencia ficción, pero es lo que dicen los estudios. Porque es el momento en el que el desarrollo neural del niño se ve afectado por esta sobreexposición a las pantallas. Sabiendo que es complicado, deberíamos intentarlo. No podemos dejar en sus manos la decisión de si quiere ver pantallas o no, tenemos que quitárselas. Es como si le das un vaso de whisky, no puede tomarlo, no es bueno para su desarrollo.

 —¿Y una vez que ya las tienen?

—Tenemos que intentar que estas experiencias sean equilibradas, con límite de tiempo, y enriquecedoras, contenidos aptos para su edad. No vale dejarle el móvil y que navegue libremente. Es verdad que de 0 a 3 están más controlados, pero a partir de los 8 empiezan a tener acceso al porno, y esto es muy perjudicial para su desarrollo sexual y emocional.

 —¿Qué consejo les darías a unos padres que sienten que no tienen suficiente tiempo para dedicarlo a una crianza activa?

—Nos tenemos que centrar más en la calidad que en la cantidad, pero cuanto más practico algo, mejor lo hago, con lo cual diría que en el tiempo en el que pasemos con nuestros hijos seamos conscientes de que nos están copiando. Tenemos que establecer cenas donde hablemos sin ningún dispositivo, que nos vean leer, charlar antes de dormir, tener un entorno donde ellos vean que la comunicación es la base de la relación. No hace falta estar todo el tiempo sin trabajar pegados a nuestros hijos para que esto se establezca. Busquemos momentos de calidad, que puede ser llevándolos al cole, quitamos la radio y les damos conversación, mientras merendamos, cenamos...

 —¿Cuál es el mayor error que cometen los padres cuando quieren aplicar esta crianza activa?

—Pensar que va a ser fácil. Educar no es fácil. El no mantener unos límites, y no ser conscientes de que esos límites son buenos para nuestros hijos, diría que es el mayor error. Y creer que nuestros hijos los van a acatar sin intentar desbordarlos o moverlos, o incluso intentar probarnos con estos límites, sería una ingenuidad. Tenemos que tener claro que el resultado lo vemos a largo plazo. Vamos a tener niños conscientes de sus actos, responsables, que tienen una autoestima que les va a ayudar a enfrentarse a situaciones difíciles en la vida real, que van a entender que caerse sirve para aprender y volver a levantarse, siempre con nuestra ayuda, pero sin evitarles nosotros esa caída.


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