Carmela cuenta su experiencia con un niño saharaui: «Un día lloraba, se enfadaba y no te hablaba, pero no soy de las que tira la toalla»
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Aunque ya es madre biológica, Carmela siempre tuvo ganas de acoger a un niño. Su familia y ella vivieron la experiencia este verano con un niño saharaui y ahora quiere recuperar el proceso de acogimiento. «Aunque fue difícil, me llenó muchísimo», confiesa
12 Nov 2024. Actualizado a las 10:01 h.
Cada vez son más familias las que se plantean acoger a un niño para darles un hogar. Carmela ya fue madre biológica hace dos décadas, pero siempre se lo planteó. «Llevo con ganas desde hace 20 y tantos años. Mi tía ya acogía a un niño y surgió un poco de ahí. El año pasado fui a la Cruz Roja en verano, nos dieron los papeles, pero como no había cursos hasta septiembre ahí se quedó el sobre», explica. Aun así, siente que este año es el suyo y, coincidencias del destino —o no—, echa un vistazo constantemente al sobre que contiene esos papeles. «Pasó septiembre, lo abandonamos un poco y ahí se quedaron. Guardo todo junto, cosas del médico y así. Entonces también me encuentro con el sobre», indica.
Este verano, N. de 9 años llegó del Sáhara para pasar tres meses junto a ella, su marido y su hija. Los primeros días fueron muy complicados por la adaptación del pequeño. «Para mí los dos meses de verano no fueron fáciles. El niño era muy bueno y estaba genial con nosotros, con la casa... Todo le encantaba. Pero igual un día lloraba, se enfadaba y no te hablaba. Es lógico, echaba de menos a su madre y a sus hermanos. Tuve esos momentos malos porque yo lo que quería era ver al niño contento», confiesa. Aunque estuviese inmersa en un mar de dudas, Carmela estaba segura que valdría la pena un poco de paciencia. «Tenía claro desde el principio que no iba a dejar el acogimiento a medias. Siempre dije: 'Yo lo empiezo y yo lo acabo'. No soy de las que tira la toalla. También me decía a mi misma: 'Si dejo el proceso a la mitad, ¿qué va a pensar el niño?'», detalla.
N. poco a poco fue encontrando su sitio y mostrando cada vez más su faceta cariñosa. «A veces dormía conmigo y al día siguiente preguntaba si podía hacerlo otra vez, aunque cuando veía que se quedaba dormido yo me iba a mi cama. Me decía: '¡Pero te fuiste a la otra!'. Por las mañanas se levantaba y me decía: 'Buenos días, ¿dormiste bien?'. Si me veía seria me preguntaba por qué no sonreía. Te podía chocar porque sabías que era un niño de carácter, que no le gustaba demostrar lo que sentía, pero sin embargo con esas cosas, sí», confiesa. La calma y la comprensión dio sus frutos. «Me lo pasé genial con él, me llenó muchísimo. Soy una persona que necesito tener ahí algo que me esté tirando siempre, que me haga sentir que estoy viva, por decirlo de alguna manera. Esto es una ayuda mutua. Lo que te dan estos niños, es una pasada. Al final ellos te ayudan a ti y tú les estás ayudando a ellos», explica.
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Carmela y su familia siguen comunicándose con N. «Yo sé que en nuestra casa estaba bien, porque si no, él se iría pitando. Eso lo tengo claro. Seguimos en contacto. En la última videollamada que hicimos estaba su madre delante también y nos invitaba a ir allá. Decía: 'Mela, enseña mi cama'. Cuando estuvimos en Tenerife le mandábamos fotos y nos ponía corazones», apunta.
Ahora está cada vez más convencida de convertirse en familia de acogida y recuperar el proceso con Cruz Roja. En su caso cree que encajaría mejor un niño pequeño, ya que los mayores suelen venir con una mochila muy cargada por todo lo que han tenido que pasar. «Yo preferiría pequeños. Al final creo que es mucho más fácil. Me da pena por los mayores, pero ahí es donde se debería actuar para que no desarrollen tantos problemas. Familias de acogida si quieren y avanzan, tendrían de sobra. Si hay muchos niños de acogida, ¿por qué no nos insisten en si pensamos en recuperar el proceso?», argumenta.