Loida Zabala, paralímpica con cáncer terminal: «Mi madre y mi pareja no aceptan que mi final está próximo»
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Una mielitis transversa la dejó en una silla de ruedas cuando era una niña. Ha participado en cinco Juegos Paralímpicos, en Londres, tras recuperarse de una agresión de su entonces pareja, y en París, con el diagnóstico de cáncer terminal
16 Nov 2024. Actualizado a las 10:37 h.
La vida es maravillosa y el presente es nuestro. La frase es de Loida Zabala Ollero (Losar de la Vera, Cáceres, 1987) y no es solo algo que diga, sino que la ha convertido en el lema sobre el que pivota su existencia. Es una deportista que suma cinco participaciones en los Juegos Paralímpicos, a quien una mielitis transversa dejó en una silla de ruedas cuando tenía 11 años, que fue víctima de malos tratos a manos de una pareja que no sabía lo que era el amor y que hace poco más de un año fue diagnosticada de cáncer de pulmón en estadio IV con metástasis. «Yo soy feliz», dice sin necesitar valorar la respuesta. «Yo me levanto pensando en las cosas que tengo que hacer, que me apasionan, y es que no tengo ningún motivo para estar triste a día de hoy», añade. Impresiona porque no hay en su voz atisbo de resignación y en su discurso deja claro que no vive ajena a la realidad que la rodea, sabe del mal pronóstico de su enfermedad. Pero su meta en esta vida siempre ha sido, dice, disfrutar del presente y tener sueños que cumplir. Le ha funcionado hasta ahora, así que no ve la necesidad de cambiar de estrategia.
Siendo una niña recibió con gran alegría su primera silla de ruedas. «Estaba emocionada porque por fin era libre y podía salir de la habitación», relata. Era su segundo día en el Hospital de Tetrapléjicos de Toledo, al que la habían derivado tras meses ingresada en otro centro. Le costó comprender la cara de sus familiares: «Yo estaba feliz y ellos tristes, no lo entendía». Le dieron un papel con todas las cosas que tendría que aprender desde su nueva posición y se convirtió en la alumna más aplicada. En apenas dos semanas recuperó su independencia. «Con la silla mi vida cambió para mejor, porque empecé a valorar mucho más todo», señala. Consciente de que puede resultar difícil de entender, recurre a un hecho presente en la memoria colectiva: «Para mí fue algo parecido a cuando salimos de la cuarentena después de estar encerrados, que todos valoramos más poder salir a la calle con total libertad». Eso es lo que le permite la silla.
Con 18 años regresó al Hospital de Toledo para sacarse el carné de conducir y le hablaron de la halterofilia paralímpica. Llevaba haciendo pesas desde los 12 años «para poder ser independiente», así que probó. Se enganchó. «Es un deporte que me fascina, llevo veinte años practicándolo», remarca. Su carrera deportiva está plagada de éxitos. En Pekín 2008 se estrenó en los Juegos Paralímpicos. Cuatro años después logró su clasificación para Londres un mes antes, pero casi se lo pierde. «Mi pareja de entonces me maltrató y me lesionó el brazo derecho», relata. «Denuncié, que es lo que hay que hacer, y focalicé toda mi atención en recuperarme para poder competir». Lo logró. «Esos Juegos fueron muy importantes para mí, porque me sacaron de ese pozo emocional en el que yo me encontraba».
UN AÑO MUY DIFÍCIL
Después vinieron Río de Janeiro 2016 y Tokio 2020. En el 2022 quedó campeona de Europa «y ya pensaba que me iba a comer el mundo en París 2024». Pero antes de llegar a ese momento, en octubre del 2023, una tarde, mientras trabajaba en la centralita del 012 —el número de atención al ciudadano de la Comunidad de Madrid—, se quedó sin habla. Consiguió llamar a su coordinadora, pero ya no pudo decirle nada más.
Una ambulancia la llevó al hospital y tras muchas pruebas le dieron el diagnóstico. Uno nada bueno. Tenía cáncer de pulmón con metástasis, en estadio IV, con nueve tumores cerebrales y lesiones en hígado, riñón, bazo, vesícula biliar y suprarrenales. Y también le dieron el pronóstico, que decía que su enfermedad es terminal. No esconde que fue un mazazo, pero descartó autocompadecerse y buscó en su memoria qué le había funcionado en otras ocasiones. «Recordé Londres, cómo centrarme en los Juegos me ayudó a salir de esa situación emocional tan complicada y me focalicé en París. Y la cosa ha ido bien».
Comenzó un tratamiento paliativo a base de corticoides que en diciembre le trajo buenas noticias. Los tumores cerebrales habían dejado de sangrar. Podía volver a entrenar y eso hizo en enero. La vuelta no fue fácil. El tiempo y la enfermedad habían pasado factura. En el 2023 levantaba 101 kilos y en enero no podía con más de 40. «Los corticoides me dejaron sin fuerza, hasta el punto de que dejé de ser independiente». No se rindió. Pudo estar en París, pero no fue gratis. Afrontó meses muy duros. Primero por el no de su entonces oncóloga a que volase a Egipto para competir, por el riesgo de que los residuos tumorales sangrasen al subirse al avión (aunque posteriormente la especialista que ahora la lleva le dio «soluciones por si pasaba algo» y pudo ir), después por la intoxicación alimentaria que la llevó a ingresar en Georgia y más tarde el peso. Con los corticoides subió once kilos, por lo que tuvo que llevar una dieta muy estricta de la mano de un nutricionista para bajar a los 50, además de pasar muchas horas en la sauna para contrarrestar la retención de líquidos que le provoca la medicación. En la presentación antes de la competición lloró «de felicidad, no me podía creer que estaba ahí con todo lo que había pasado».
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«Actualmente, solo tengo dos tumores en el pulmón, que son incurables, y dos residuos tumorales en el cerebro», cuenta. El resto de lesiones han desaparecido gracias al tratamiento. Sigue teniendo la espada de Damocles y lo sabe, pero está bien y quiere aprovecharlo. «Dicen que en el cáncer los peores años son el primero y el último, así que me hace ilusión empezar este segundo año, porque quiere decir que va a ser mejor que el anterior».
Loida no esconde lo malo de su pronóstico. Pero está viva y mientras lo esté quiere seguir disfrutando y cumpliendo sueños. «Cáncer es una palabra que sigue dando miedo a día de hoy y hablar de la enfermedad es una manera de demostrar que es algo normal, que esto pasa, y por eso es importante invertir en investigación y salud». Por eso ella habla sin tapujos, como lo hizo la semana pasada en el congreso de pacientes y familiares organizado por la Asociación Española Contra el Cáncer en Ourense.
Ella habla de su enfermedad, aunque no siempre recibe la acogida esperada. Le pasa sobre todo en su entorno más próximo. «Es un tema que siempre cambian cuando lo saco, no quieren hablar de ello», relata. «Mi madre y mi pareja no aceptan que mi final está próximo». Y entonces es el único momento de la conversación en la que le tiembla la voz. No es por ella, que asegura haber aceptado su futuro, sino por los que la llorarán. «Creo que el miedo a perder a alguien importante en tu vida es uno de los más difíciles de superar; por eso me duele su dolor».
Siguiendo la estrategia que siempre le ha funcionado, se ha puesto nuevas metas. «Me gustaría revalidar el título de campeona de Europa en el 2026 y sobrevivir hasta Los Ángeles 2028», relata. De conseguirlo, tiene otra meta fijada, apagar una alarma que lleva en el móvil. Sonará el día que se cumplen cinco años de su diagnóstico. «Pone ‘sigues viva’ y probablemente yo ya no estaré aquí, pero me haría mucha ilusión poder verla».