La Voz de Galicia

Cristina Fallarás: «He sufrido varias violaciones a lo largo de mi vida»

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Susana Acosta

La periodista ha recopilado más de 800 testimonios de violencia sexual en un libro y fue quien publicó el pantallazo de la denuncia contra Errejón: «Sufro amenazas de muerte. Me han agredido físicamente, me han escupido... He tenido que cambiar de casa y de ciudad»

25 Nov 2024. Actualizado a las 16:11 h.

Cristina Fallarás (Zaragoza, 1968) es una mujer valiente. Y lo es por todas las que no lo pueden ser. Por eso sintió la necesidad de recopilar en el libro No publiques mi nombre cientos de testimonios anónimos contra la violencia sexual que le llegaban por las redes. Les da voz a quienes no pueden porque serían juzgadas. Igual que Elisa Mouliaá. También fue Cristina la que colgó el testimonio que hacía referencia a la denuncia de Errejón. «Tengo denuncias de varios políticos», afirma.

—La recopilación de los testimonios surge a raíz del escándalo de Rubiales y ahora se publica el libro con el escándalo de Errejón...

—Sí, surgió a raíz de lo de Rubiales. Iban a ser testimonios que se quedaran en la red, pero en marzo me cerraron la cuenta de Instagram y vi que era un soporte muy débil. Se me ocurrió que un libro sería el mejor repositorio, el mejor lugar para consultar y el que más permanece. Y luego también porque había muchas mujeres que me llamaban diciéndome: «Mi madre me dice que te cuente que en los años 60..., mi abuela me dice que después de la guerra...», y me di cuenta de que había un montón de mujeres que no tenían acceso a las redes sociales y que no contamos con ellas. El Me Too, el Cuéntalo, el Se Acabó son movimientos de la redes y merecía la pena que existiera por lo menos una muestra en un libro para esas mujeres que no están en ellas.

—Cuando lees los testimonios da la impresión de que todas las mujeres hemos sufrido algún tipo de violencia sexual.

—Todas, absolutamente. La violencia sexual ya está en el comentario: «¡Mira cómo se te está poniendo la niña!». Esa primera mirada masculina sexualizante. Si en un callejón has pasado miedo, eso ya es violencia. Tú ya vives en un clima de violencia. Si no, no pasarías miedo.

—¿Hemos aprendido desde la niñez a convivir con la violencia sexual?

—Efectivamente. Lo hemos normalizado, porque empieza desde niñas. Hay una frase asquerosa de mi generación, que era que cuando un hombre tenía un bebé que era niña, el otro le decía: «Uy, vas a tener que comprar una escopeta». Eso ya es una sexualización violenta del bebé. Esa niña va a crecer sabiendo que tiene más riesgos de violencia sexual por el hecho de ser niña. La mirada masculina sexualizante la asumimos desde pequeñas.

—¿Cuántos testimonios recoges?

—No tengo una cifra exacta. En este libro hay alrededor de 800 mujeres denunciantes y hay más de 1.500 testimonios, porque muchas tienen dos y tres testimonios. Y lo que sale en el libro es entre el 5 y el 10 % de lo que tengo. Tengo miles y miles. En la semana de Errejón, por ejemplo, me llegaban tres testimonios por minuto. Ahora me llega uno cada dos minutos. Es una barbaridad.

—¿Este libro servirá para cambiar algo?

—A nosotras ya nos ha cambiado. Tú y yo estamos hablando porque algo ha cambiado. Están saliendo cuentas de todo tipo. De repente, contamos lo que nos han hecho. Y esto es tan revolucionario que es la primera vez que sucede. Y está pasando en muchas partes. Desde Estados Unidos a Japón, pasando por toda Europa; en el sureste asiático el movimiento es extraordinario. En Latinoamérica, en Canadá... No es un fenómeno pequeño.

—¿Hay algún caso que te haya marcado?

—Hay bastantes en los que me he tenido que poner en contacto porque esa mujer está en peligro. Más de los que me gustaría. Y los derivo a los centros de atención a la mujer o a un bufete de abogados. El problema es que es caro. Hay mujeres que necesitan tratamiento psiquiátrico y psicológico inmediato, porque corre peligro su vida. Hay mujeres que tienen al agresor en casa y no saben cómo salir. Otras en las que el agresor las chantajea con sus hijos. Cuando decidí que los testimonios fueran anónimos es porque me di cuenta de que desde sus propias cuentas no estaban narrando el presente, sino el pasado. Si tu marido te pega, no lo vas a poner en tu cuenta. Y si tu jefe abusa de ti, tampoco. Y esos casos son muy duros y de intervención inmediata. Alguna me ha llegado a poner: «Ayer mi marido me puso un cuchillo en el pecho con el niño delante». Hay actuaciones de urgencia.

—¿Dónde se produce más violencia sexual contra la mujer?

—El entorno más habitual, pero con mucho, es el familiar y el más cercano a la víctima. El primer círculo. El padre, el hermano, el abuelo, el tío, el padre de la amiga, el amigo del padre, el profesor... Y el segundo ámbito es el médico. Imagino que es una forma de ejercer el poder con una mujer, cuyo cuerpo está en tus manos. Son muchas las que hablan de un tacto vaginal o anal para un problema de rodilla, una fibromialgia o una jaqueca.

—Cuando lees los testimonios, te vienen a la mente cosas que igual has aparcado o has normalizado. ¿A ti te ha pasado?

—Absolutamente. Una de las finalidades de crear una memoria colectiva es generar mecanismos de identificación. Es decir, que unas víctimas, identificándose con las otras, reconocen lo que han vivido y lo saben situar en el espectro de agresión sexual. Yo estoy muy trabajada y mis violaciones las he contado muchas veces, pero a mí me ha pasado que leyendo un caso de una chica que contaba una violación por parte de un compañero universitario, de repente, dije: «¡Ostras! A mí me pasó esto en la universidad». Y lo había borrado. Porque en ese momento había habido una fiesta, yo estaba borracha y el tipo me violó. Pero entraba dentro de aquello que considerábamos el final de una fiesta. Yo me había quedado grogui y el tío este se metió en mi cama. Pero el hecho de ver a otra cómo narra la agresión, te permite a ti situarlo.

—¿Has sido víctima de más violaciones?

—De bastantes, más de las que me gustaría. De varias. He sido víctima de agresiones sexuales y de violencia sexual habitual durante toda mi vida. Y he sufrido varias violaciones, sí.

—Esto se tiene que acabar.

—Cuando me preguntan: «¿Por qué haces esto?». Siempre digo que es lo que sé hacer para que acabe. Hay quien sabe montar asambleas, convocar manifestaciones, hay quien sabe hacer teatro... Yo sé crear canales de comunicación, porque me dedico a esto. Es mi granito de arena para avanzar hacia el final.

—Vamos al tema Errejón. ¿Cómo conociste el caso?

—Elisa no me escribió a mí. A mí me llegó un testimonio, como me llegan equis, y yo los coloco en orden. A medida que los abro, los publico. No priorizo. Entonces, abrí uno que hablaba de un político madrileño y lo publiqué. No me decía qué político era ni yo le pregunté. Al día siguiente alguien me contó que en Twitter estaban diciendo que la que había hablado en mi muro se refería a Errejón. Pero yo no conservo la identidad de quien me escribe y ya no pude volverme a poner en contacto con esa mujer. Al cabo de unos días fue ella quien me escribió. Pero yo no tenía ni idea. Fueron otras quienes denunciaron a Errejón. Yo solo colgué un testimonio. Pero ahí, de nuevo, funcionaron los mecanismos de identificación, porque las mujeres que vieron ahí a Errejón y sus métodos no fueron pocas. ¿Que yo pensé en Errejón? Pues sí, pero también pensé en otros, porque tengo denuncias de varios políticos. Pero una denuncia anónima, sin nombrar al político, hizo que otras lo nombraran.

—Se identifica al supuesto agresor e inmediatamente se juzga a la víctima...

—Se la juzga, se la machaca, se le destroza su vida y la de su familia... No hemos aprendido nada. Nevenka sigue exiliada, la víctima de la manada de los sanfermines se tuvo que ir del país, su familia se fue. La familia de Nevenka se tuvo que ir de Ponferrada y ahora machacan a Elisa Mouliaá. Y luego nos dicen: «Denuncia». Eso a mí me despierta todas las sospechas. Porque convierten la idea de denuncia en una idea de silencio. Es decir, si denuncias, te machacan; lo que quiere decir es que tienes obligación de callar, si quieres mantener tu vida tranquila. Por eso se necesitan canales de anonimato.

—Errejón dice que la denuncia es falsa...

—Me repugna el hecho de que diga que la señora Carla Vall, la abogada de Elisa, que en este momento es probablemente la mejor abogada de violencia contra la mujer en España, haya cogido una baja como un mecanismo de dilación. ¡Pero si acaba de dar a luz! Cuando dijo eso, ella ya estaba con contracciones. ¿Cuándo vamos a aprender que las mujeres gestamos y parimos y que eso no es razón para eliminarnos del ámbito laboral? Y si esa víctima, y tantas otras, quieren a Carla Vall, tienen derecho a tenerla. Me parece un acto machista. Y luego ya decir que la víctima realizó una denuncia falsa... Si dices: «Quiero hablar en un juzgado para demostrar que es falsa», pues lo dices todo en el juzgado. Pero no digas en público que la denuncia es falsa y que ya contarás por qué en el juzgado. Lo único que hacemos así es alimentar la idea de las denuncias falsas. Y que sea Íñigo Errejón, un señor que en teoría venía del feminismo y de la izquierda, quien esté engordando la idea de la denuncia falsa, me parece una basura.

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—El feminismo era su bandera.

—Feminista también para quien se lo creyó. No vale con decir «soy feminista». Tiene que haber coherencia con tu trabajo incluso. Hay muchas maneras de hacer activismo feminista. Pero ojo con quien está poniéndose la etiqueta. Y, sobre todo, nadie era ajeno a las cosas de Errejón. Un año antes sabíamos de la denuncia pública de una chica y lo denuncié públicamente en Twitter. De eso hacía un año. Y eso lo sabíamos todos. Que no me cuenten historias. ¿Por qué nunca pensé que saldría el caso de Errejón? Porque cuando publiqué este testimonio pensé que quedaría en el olvido, porque cuando tienes a un agresor al que no has castigado, las víctimas piensan que no tiene castigo la agresión. Es un mecanismo muy perverso.

—¿Te han amenazado?

—A veces lo llevo mejor y otras peor. Y estoy en tratamiento de terapia. No es fácil vivir con amenazas de muerte y de agresión constantes. Pero también te acostumbras. He sido acosada, agredida físicamente, acabé una vez en un hospital, han amenazado de muerte a mis hijos, han pintado la puerta de mi casa, me han acorralado, me han empujado, me han escupido, de todo. Me he tenido que cambiar de casa dos veces y de ciudad.

—¿Y qué tienen que hacer los hombres?

—No tengo ni idea. Soy muy contraria a la idea de la pedagogía con los hombres y a decirles lo que tienen que hacer. Porque eso sería partir de la base de que son tontos y son igual de listos que nosotras. Cuando a mí uno me dice: «Es que yo crecí en el machismo...». Yo también. Tengo 56 años , a ver si te crees que nací en el edén feminista. Pero sencillamente he leído y me he preocupado en formarme. Tú verás lo que haces. Y si no lo haces es porque no quieres. Si no se informan y no dan los pasos que hemos dado nosotras es que no quieren hacerlo. Es un acto de voluntad.

—En los testimonios que publicas hay muchos besos no deseados, sobeteos, manos que te tocan las tetas, el culo, los genitales... ¿Se conseguirán erradicar de una vez por todas?

—Cuando paguen por ello. Son agresiones sexuales. Antes de la ley del solo sí es sí no lo eran. Era un abuso y una cosa menor. Ahora se llama agresión. Si alguien te toca el culo en el metro o las tetas, que es una cosa que nos ha pasado de toda la vida de Dios, y consigues llevarlo a juicio y que pague por lo que ha hecho, poco a poco se irá erradicando. Por ahora, el cambio que estamos dando es de sufrirlo en silencio. Como yo lo he sufrido durante toda mi adolescencia y mi juventud. Recuerdo los viajes a la universidad por la mañana, que iba en tren, y cada viaje era un sobeteo. En ese momento no lo decías. Si ahora dices que te está tocando la teta, todo el vagón va a afeárselo. Es un cambio tremendo. Si yo lo hubiera hecho en mi época, me habrían mirado mal a mí.

—¿Es este el libro más importante que has escrito?

—Es que no lo he escrito yo. Porque además es una acción activista. Yo no he cobrado por este libro ni cobraré nada. Más que un libro es un gran trabajo. Y sin duda es uno de los trabajos más importantes que he hecho en mi vida.


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