El mejor plan para Navidad: descubrir el misterio de Villa Idalina
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Este palacete, que mira al Miño desde Caminha, es una experiencia singular; una casa en la que te acabas poniendo sombrero y sintiéndote dueña y señora. No hay fin de semana sin una pandilla de gallegos visitándolo
24 Dec 2024. Actualizado a las 05:00 h.
Querida Idalina. Por la presente quiero decirte solo una cosa. Y te la comunicaré de forma clara y descarada, alejada del refinamiento del que revestiste tu corta vida: la que has liado en Portugal. Así, exactamente así, podría empezar una carta dirigida a Idalina, la mujer lusa que da nombre a un palacete ubicado en la Raia, a orillas del Miño, que se ha convertido en un imán para pandillas gallegas de amigos (sobre todo amigas), parejas o turistas solitarios que llegan allí pensando en tomar un brunch recreando los sentidos en un lugar bonito y se encuentran con un viaje descomunal en el tiempo y los espacios. Descubren Villa Idalina, una joyita en la que Andrés y Susana, sus dueños, han conseguido algo difícil en este mundo que cada vez parece más un decorado. Logran que te lo creas; que sientas que, realmente, unos amigos te prestaron una mansión de 1911 en la que puedes «andar como Perico por tu casa» aunque realmente sea un establecimiento hotelero con sus reglas y normas. Pasen, toquen y sospechen. Que el misterio está garantizado en Idalina.
Es sábado, la Navidad está al caer y Villa Idalina, en Seixas (en Caminha, a una hora escasa desde Vigo) abre sus puertas al mediodía (hora portuguesa) para el brunch que oferta con la pertinente reserva previa y a 40 euros por persona. La encargada de recibir al personal, que derrocha un entusiasmo inicialmente difícil de entender y luego totalmente comprensible al ver qué se trae entre manos, manda pasar al respetable a la bodega del palacete, una casa hecha con gusto cuando los felices años veinte del siglo pasado aún estaban por venir y que conjuga el estilo indiano brasileño con art noveau y modernismo. Reparte té ella mientras el personal, con casi pleno femenino, se va conociendo. Están cuatro hermanas de Vilagarcía que celebran el aniversario de una de ellas; las mujeres de un club de lectura de Pontevedra que un poco más tarde se vestirán de época para recrear la novela que están leyendo y también un grupo de amigas llegadas del corazón de Galicia, de la tierra rural de Rodeiro. Amén de una pareja del sur gallego. Es importante citarlos a todos porque todos son de más aquí del telón de grelos, como pasa casi siempre en Idalina, donde la propiedad también pertenece a unos gallegos, vilagarcianos para más señas. Pero eso sería ir demasiado rápido. Y si algo imprime esta villa es una calma importante. Al menos, hasta que el misterio entra en escena.
La experiencia va de menos a más. Tras el té inicial, hay ganas de recorrer ese palacete y husmear en la historia. Solo una regla: hasta después del brunch no se puede sacar ni una sola foto. La consigna es que hay que poner todos los sentidos en la historia de Villa Idalina, con la que ha pasado todo lo contrario que en la mayoría de las grandes casonas: todo se conserva. De la grifería a los muebles pasando por el mismísimo camisón de la dueña, ahí están todos los originales de la casa. Resulta que tan privilegiada construcción fue hecha por Joaquim, del que sabemos los apellidos, pero al que dejaremos desnudo de ellos para hacerle justicia a su mujer, a la que se le llama simplemente Idalina. Él, originario de esta freguesía portuguesa, representa la clásica historia del emigrante gallego al que le fueron bien las cosas allá a principios del siglo pasado y volvió a su tierra a demostrarlo.
DOS VIUDAS Y UNA GRAN DUDA
Él se había hecho empresario en Brasil, donde se casó y tuvo un hijo con una mujer que murió muy pronto. Viudo y rico, Joaquim vuelve a enamorarse. Y lo hace de Idalina, que es portuguesa como él y que, como no podía ser de otra manera, posee la juventud que a él empieza a faltarle. Joaquim quiere construirle una casa que simbolice la pasión que siente por ella. Y, lejos de envolverse en el mal gusto, levanta Villa Idalina en Seixas, su tierra, con el Miño desembocando a su vera y las tierras gallegas de A Guarda enfrente de la ventana. Tanto mima su proyecto, y tan bien hizo las Américas, que adquiere también la amplia propiedad más pegada al río para asegurarse que nadie le quite las vistas de ensueño.
Villa Idalina nace como un nido de amor y un símbolo de poder, siendo la única de todo el pueblo que tenía electricidad, calefacción central y agua corriente en un tiempo en el que los demás hogares andaban con la luz de gas. Allí viven los enamorados, pasa también tiempo el hijo de Joaquim, casi de la edad de su madrastra, y su hermana Mariquiña, soltera y compañera de él de por vida. Idalina, como le pasó a la primera mujer de Joaquim, muere joven y, contra todo pronóstico, deja de nuevo viudo a este hombre, que se funde en una tristeza tan grande que le hace coger de nuevo las maletas hacia Brasil.
Llega ahí la duda; el momento en el que Villa Idalina se convierte en una suerte de Cluedo en vivo y en directo. ¿Qué pasó realmente con Idalina, qué hay de esas miradas furtivas que parecen dedicarse ella y su hijastro, con el que realmente podía compartir más que con su propio marido por cuestión generacional, en las fotos colgadas en las paredes de la casa? «Eu penso que a mataron. ¿Non sería a irmá del?», se escucha en la sala. Nadie contesta. Toca comer. El misterio se mastica en el brunch de Villa Idalina entre embutidos, pasteles que se rellenan con verduras, sabores de distintas latitudes y postres de queso o pistacho que son la delicia hecha dulce. Y se riega con sangría o vasos de infusiones. Celebrar no está reñido con investigar. Así que hay debate sobre el mantel acerca de si Joaquim camuflaría su crimen con ese llanto en el que pareció sumergirse tras la muerte de Idalina. Si fue la hermana soltera la que se deshizo de sus cuñadas o quizás el hijo y posible amante... Todas las conjeturas cuentan.
Nadie sabe nada. Y la comida remata cuando la visita guiada se retoma. Porque queda mucha historia por contar. Con Idalina muerta y Joaquim destrozado, la casa se acabó vendiendo. Y la historia de su venta es otra leyenda viva. Lolita y Adolfo, de Vilagarcía, veraneaban cerca y soñaban despiertos con Villa Idalina. Un día le vieron el cartel de ’se vende’ y se lanzaron a preguntar. Querían verla, más por curiosear que pensando en que podrían adquirirla. Pero se toparon con que el precio que tenía era muchísimo menor del que pensaban. Así que se lanzaron a por ella y acabaron llevándose una descomunal sorpresa: por la cantidad que pagaron, sin ellos saberlo inicialmente, se llevaron también un buen lote de fincas que les permitieron sacar dinero para conservar la mansión. Adolfo y Lolita, conscientes o no, fueron unos guardianes imprescindibles de ese tesoro. Ni las lámparas art decó cambiaron. Y eso es lo que hizo que su nieto Andrés y su pareja, Susana, la pudiesen convertir ahora en un establecimiento hotelero único y alejado de cualquier oferta posible.
DE LA TORRE AL JARDÍN
Se paga por comer y dormir. Pero soñar se sueña gratis y despierto en Idalina. Tras el brunch, cuando ya se levanta la veda para las fotos, una abre los ojos y es dueña y señora de la casa, pudiendo probarse los tocados de la señora, sabiendo lo que ahora sabes. Fotos en sillones de otros tiempos, en un tú y yo de colores imposibles. Paseos por el jardín y el invernadero acristalado. O vistas al Miño desde lo alto de la torre. Como es Navidad, todo está decorado, suenan villancicos y alguien pide que se suban fotos con un hashtag: no hay mejor vitamina que Navidad en Idalina. Igual es cierto. Se sale riendo, que no es poco.