La Voz de Galicia

Carmina Benamunt: «Los padres de adolescentes debemos ser como palmeras en medio del vendaval»

Yes

ana abelenda
Carmina Benamunt, orientadora familiar y facilitadora educativa especializada en la adolescencia.

Hay dos valores esenciales en la etapa adolescente, señala esta orientadora familiar, que no olvida lo perdida que se sintió al poner los pies en la pubertad. Hoy ayuda a las familias a transformar ideas y hábitos para superar el estado del malestar

22 Dec 2024. Actualizado a las 05:00 h.

Ese estado del malestar que muchas veces surge con la adolescencia en la aparente calidez que reinaba en un hogar tiene mucho que ver con lo que les dices a tus hijos y, sobre todo, con cómo lo dices, advierte la mentora familiar especialista en desarrollo adolescente Carmina Benamunt, que no olvida a la adolescente que fue. «Tengo presente mi vivencia como adolescente porque me hace conectar con los chavales. Recuerdo esa etapa en que me sentía perdida. Me ha costado mucho, pero a mis 45 años me veo bonita con ojeras, y siento orgullo de lo que soy», revela esta madre de un chico y una chica que dibuja la adolescencia con metáforas, pero sin trucos de ficción. «Es una etapa chula y chunga, porque te miden y exigen como un adulto, pero aún no tienes las herramientas y las bases del adulto. Tu corteza prefrontal está reconstruyéndose ¡y ella es el director de la orquesta!», explica Benamunt, que en realidad es Carmina Puig, pero ha convertido en apellido un término (benamunt) que significa 'venirse arriba' en catalán. Para conectar con tu hijo adolescente, recuerda de partida el que fuiste tú. 

 

—¿La adolescencia es una tormenta o es exagerado verla así?

—La adolescencia va a traernos de todo, como las estaciones del año. Habrá momentos de tormenta, de sol, de lluvia, de arcoíris, de vendaval... Debemos fijarnos en las palmeras, que con su flexibilidad se mantienen ahí, saben cuál es su sitio.

 

—¿Sabemos cuál es nuestro sitio como padres y madres?

—Cuando trabajo con los padres, sobre todo en las mentorías, lo que veo es que un padre y una madre no pueden perder el timón. No puedo generalizar, puedo hablar desde mi experiencia en consulta y en mis procesos de acompañamiento, pero lo que veo es que papás y mamás, cuando los hijos entran en la adolescencia, es como si tuvieran miedo y un sentimiento de culpa demasiado activo. La idea de «si mi hija se enfada, estoy perdida, va a dejar de quererme» puede hacer que perdamos el timón.

 

—Pero hay momentos en que deben enfadarse. ¿No es esto inevitable y necesario?

—Claro, hay que pagar el precio de esa incomodidad. Lo que veo es que a muchos padres y madres les cuesta pagar el precio de esta incomodidad. Cuando los hijos se enfadan, cuesta mantener el tipo, pero hay que hacerlo. Es «ok, entiendo tu enfado, me sabe mal que lo veas así, pero voy a mantenerme firme en esta decisión, porque es mi criterio».

 

—¿Comunicamos bien?

—Algo a tener en cuenta es que una cosa es lo que yo le estoy diciendo y otra es cómo es su vivencia y qué mensaje le llega a él o ella. Tú puedes estar completamente encima porque les quieres y ellos verlo de una manera diferente. Muchos de los adolescentes con los que trabajo me dicen: «Mi madre es muy plasta, tiene muy buenas intenciones, pero es muy plasta». Yo no he conocido a un padre o una madre con malas intenciones. Las intenciones suelen ser buenas, pero hay que transformar la manera de comunicarse, el rol con mi hijo o mi hija adolescente. Este papel en la adolescencia debe cambiar.

 

—Muchas veces, en vez de apretar, soltamos la cuerda. ¿Hay que seguir acompañándoles, estando ahí?

—Sí. Muchas veces también me dicen: «Me han dejado sola, nunca están, parece que el importante es mi hermano pequeño, a mí nunca me acompañan». Tú como madre lo haces con buena intención, pero tienes que pensar qué le llega a tu hijo o tu hija. Lo que siempre digo es: «Cerciórate de que a tu hijo no le quepa nunca ninguna duda de que le quieres». De que es importante, de que le ves valioso, de que estás ahí.

 

[[@instagram::https://www.instagram.com/reel/DDKATi6NQ4w/?hl=es]]

—¿Esto es más importante que insistir en los estudios «por su bien»?

—Un caso con el que he trabajado es el de un chico de 15 años, con unos padres con un mensaje enfocado a «los estudios son importantes, queremos que estudies», casi todo enfocado alrededor de: ¿has estudiado?, ¿no has estudiado?, ¿no tienes nada que estudiar?, ¿has tenido exámenes? Imagina llegar a casa con esta discursiva. Yo, cuando llego a casa, mi marido no me dice: «¿Has escrito las newsletters?». No se interesa por la parte de las tareas. Es: «¿Cómo estás, cómo te ha ido?». Es una conversación que va más allá de lo que toca hacer. Sin embargo, en muchas familias manda la preocupación. En la etapa infantil, si sabe o no sabe leer; si sabe escribir bien o no. Pero escucha, van a tener tiempo a hacer varios másteres. No están en segundo de bachillerato, calma. Lo importante es que les llegue este mensaje: «A mí me importas tú, si el examen de Tecnología se te ha cruzado, yo te voy a querer igual. Para mí eres de un valor incalculable». Esto es crucial, tiene que llegar. Tengo muchos alumnos que sienten que si no cumplen con esa expectativa de estudiante suficiente, creen que los padres los dejarán de querer.

 

—Nos invitas, como padres y madres, a ser palmeras. ¿Por qué?

—Algo que nos ayuda es tener una imagen clara de aquello que queremos. Cuando el cerebro asocia la idea con una imagen, es sencillo. Pensé: «¿Cómo puedo ayudar a las familias con un recurso visual, que dé claridad y sea como una solución? Y me vino la imagen de una palmera, que es firme y flexible a la vez. Siempre que hay un huracán o un vendaval, las palmeras se mueven y se balancean a lo bestia, las ramas antiguas se quedan abajo, las nuevas arriba. Es una buena metáfora para la etapa adolescente, sobre todo por estos dos valores, tan importantes: firmeza y flexibilidad.

 

—¿Por qué estos valores?

—Firmeza debe tener el adulto en esas cosas que no está dispuesto a permitir: «Esto es dañino, no se lo voy a dar». «Esto no le conviene, no se lo voy a dar». Muchas veces pivotamos sobre un exceso de permisividad y eso acarrea problemas después. Porque el adolescente, cuando eres muy permisivo, llega un momento en que no te escucha y no te cree. Pierdes credibilidad. Si hoy le dices que le castigas y mañana hace lo que quiere, entiende que a su madre la vapulea. Eso lo ven. La parte flexible también es muy importante; yo la llevaría a todas las etapas de la vida.

 «Si eres demasiado permisivo, llega un momento en que tu hijo no te escucha ni te cree»

—¿Con 9 años hay que preocuparse por que no hacen bien las restas con llevada? ¿La exigencia académica empieza ahora demasiado pronto?

—Hay una frase que resume esto que es de Mario Alonso Puig: «Una persona que está bloqueada emocionalmente, está bloqueada intelectualmente». Si no cuido la parte emocional, si no procuro que mi hijo se sienta valorado no por lo que hace y logra, sino por lo que es, no vamos a conseguir nada, ni una resta con llevada ni una suma de 2+2. Mi mensaje para los padres es que pivoten, por ejemplo, en limitar el tiempo de conexión a las pantallas. Con esto soy radical. Nada de pantallas hasta que haya una cierta madurez, y esto no sucede hasta los 16 o 17 años. No te preocupes por las sumas o las restas, preocúpate por esto: cero pantallas en casa.

 

—Empiezan a llevarse las fiestas de pijamas de niñas de 9 o 10 años. ¿Nos vence el miedo a no ser madres guais?

—Mi frase favorita es «mi prioridad es compartir tiempo con mis hijos». Aprendí de una maestra, Angélica Olvera, madre de la pedagogía sistémica, una frase que siempre repito: «Yo no estoy aquí para complacer a mis hijos. Estoy aquí para hacer mi vida lo más bella posible y para educar a mis hijos. Y para ello estoy dispuesta a pagar el precio de que no estén de acuerdo conmigo». Mis hijos no van a dejar de entrenar a hockey para ir a esas fiestas. Porque para nosotros esta es una prioridad.

 

—¿Les pesan a nuestros hijos nuestras altas expectativas como padres?

—Yo invito a los padres a distinguir qué cosas son negociables y qué cosas no lo son en casa, dónde voy a ser flexible y dónde no. Hay que sentarse a decidirlo: ¿qué queremos para nuestro hijo?, ¿en qué vamos a enfocarnos este año? En una mentoría, trabajé con un hijo bloqueadísimo en los estudios. Llegó a ponerse a llorar, tapándose con una manta: «Voy a dejar el fútbol, no puedo con esto». Muchos chavales cuando entran en la adolescencia necesitan hacer un reset y, si se ven demasiado presionados, van a querer romper con todo. Hay chicos que han estado no sé cuántos años haciendo violín, piano, atletismo y llega un momento en que rompen porque les hemos hinchado demasiado de extraescolares y de expectativas muy altas que ahogan a cualquiera. Se nos olvida cómo hemos sido de adolescentes, y si se te ha olvidado esto es muy difícil empatizar con esta etapa. Un problema de muchos adolescentes es que no se acercan a sus padres porque no encuentran ese sentirse bien que todos necesitamos. ¿Te acercas tú a alguien que no te hace sentir bien?

 

—Hablas de cambiar las órdenes por los «pases comunicativos».

—Sí. Las familias pueden mejorar. Hemos normalizado un trato poco exquisito, el «cállate, pesada». Una madre me decía que había dos cosas que le decía a su hija: «Eres tonta» y «eres gilipollas». ¡Y luego ponemos el grito en el cielo porque mi hija no tiene bien la autoestima! Si mi madre me dice «tonta», eso de adolescente me lo creo. La responsabilidad de los padres es reparar el daño y tener recursos para manejar las situaciones difíciles. Hay que aspirar a que en las familias el trato sea exquisito.

 


Comentar