Petra tenía razón
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21 Dec 2024. Actualizado a las 05:00 h.
En todos los obituarios, necrológicas y apuntes de duelo escritos en estas horas tras la muerte de Marisa Paredes se ha destacado la profesión de su madre. En efecto La Paredes era hija de la portera de un edificio ubicado en la plaza de Santa Ana de Madrid, a muy poquitos metros del teatro Español en el que ha sido velada, y la coincidencia en referir el oficio materno para calibrar la dimensión de su figura tiene que ver con la importancia que la propia actriz le concedió en vida a esta circunstancia hasta convertirla en una explicación de su propia trayectoria y de la garra con la que se enfrentó a la vida. Solía decir Petra, la madre, que la pobreza, igual que la riqueza, se hereda, y en esa frase había tantos detalles sobre la lucha de clases como en el Manifiesto de Engels y Marx. Marisa Paredes participó en esa lucha y ganó y ese es el tipo de victorias que a las sociedades nos gusta atender porque nos transmite la posibilidad de que a cualquiera de nosotros le pueda pasar lo mismo y nos convence, además, de que este no es un mal lugar para vivir, porque las normas colectivas son justas y solidarias y no dejan a nadie en la cuneta. Sofisticada, glamurosa, culta, triunfadora, que la artista fuera todo eso habiendo salido de una humilde portería de una España áspera y terrible era un grito de esperanza colectivo que nos gustaba mucho escuchar.
Pero lo cierto es que Marisa Paredes ha muerto en un momento en el que las probabilidades de rectificar una herencia de pobreza se han achicado, después de unas décadas en las que el ascensor social parecía bien engrasado. Desde el año 2008, la movilidad entre clases se ha erosionado de una forma constante y vergonzosa, según todos los agentes que la miden, desde el INE a oenegés como Oxfam. Hay datos concluyentes: si naces en una familia con ingresos altos ganarás un cuarenta por ciento más que si lo has hecho en un entorno pobre; y solo el 9,2 por ciento de los adultos que crecieron en los hogares más humildes consiguieron tener sueldos elevados.
Se ha explicado la victoria de Trump y la inminente de figuras parecidas como una especie de rebelión colectiva contra la soberbia de la izquierda, como si una figura como el próximo presidente de Estados Unidos tuviese más capacidad de entender las pulsiones de la gente con menos recursos económicos e intelectuales. Su gobierno previsto es una desquiciada pléyade de personajes incalificables con un elemento común: son asquerosamente ricos. Que de ellos dependa que la pobreza deje de heredarse parece un chiste. Petra tenía razón.