La Voz de Galicia

Andrés y Celia tuvieron un flechazo con Galicia: «Vinimos desde Barcelona a la Ribeira Sacra y en el viaje nos compramos una casa»

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NOELIA SILVOSA

Venían de escapada y volvieron a Cataluña con una casa en Lugo. «En otra vida debimos de ser gallegos», indica esta pareja que se quedó tan impresionada con esta tierra que dicen que acabarán sus días aquí

11 Jan 2025. Actualizado a las 05:00 h.

Pocos hacen un viaje y vuelven a casa con otra vivienda en propiedad. Pero tan solo unos días y un apretón de manos les bastaron a Andrés y a Celia para comprarse una casa en plena Ribeira Sacra lucense. La pareja, que reside en Barcelona —aunque él es madrileño—, viajó a Galicia el pasado agosto junto a sus dos hijos, Lur y Raimon y, antes de que acabara el mes, ya habían apalabrado la compraventa. «Fue una locura enamorada», dice Andrés, que sintió un flechazo por Galicia tan intenso que asegura que es aquí donde descansará eternamente: «La finca tiene un ciprés. Dicen que no eres de donde naces, sino de donde paces... Y mi descanso será aquí, en ese ciprés». «En otra vida debimos de ser gallegos y nacer aquí», añade Celia, que también se quedó impresionada tras un baño de bosques en los Muíños do Xábrega. Hasta ese extremo llega la fascinación de esta familia. Una fascinación que empezó hace tan solo cuatro meses. Fue a principios de agosto cuando cogieron su Camper y la aparcaron en el área de autocaravanas Solpor Camperpark Experience, en Pacios, Lugo.

 Ya habían venido a Galicia seis años antes, pero en aquella ocasión conocieron la costa coruñesa, las Rías Altas. Les faltaba la zona de Pontevedra y del interior, y su gran cuenta pendiente era la Ribeira Sacra. Se enamoraron. «Nos encantó todo. El campo, la naturaleza, la tranquilidad... y, sobre todo, la gente. La gente de aquí te abre la puerta de su casa de una forma que un poco más y te empujan dentro, como diciendo: ‘Estás en nuestra tierra, y nosotros somos así’», explica Celia. «También visitamos la illa de Arousa, y los cañones del Sil y los miradores, que son magníficos, impresionantes, pero se lleva un premio la gente de aquí. Es muy hogareña, y sigue manteniendo las tradiciones, parece que vuelvas a antaño. La manera de vivir, de cocinar con las cocinas bilbaínas... Es que nos encantó todo», refuerza Andrés.

Tras unos días visitando esta zona, emprendieron ruta con la furgo por Portugal. Pero tan impactados se quedaron con la Ribeira Sacra lucense que durante aquella ruta, que duró tres semanas, decidieron que se comprarían una casa allí. Y no solo eso, sino que llamaron al área de autocaravanas para que les ayudasen a buscarla mientras tanto. Tres semanas después, volvieron a Pacios directamente a atar la compra. Quedaron con Manolo Cortés, propietario del terreno que adquirieron y de la casa que aún hoy se erige en él, la casa de Edelmiro. «Vamos a conservar el nombre de la casa, que era de sus tíos, Edelmiro y Rosa. Como no tenían hijos, la heredó su sobrino Manuel. Estuvimos hablando con él y llegamos a un pacto, pero a un pacto de señores, ¿eh? De cruzada de manos, como antiguamente. De los que ya no hay. No hubo intermediarios, ni bancos, ni nada. Solo un apretón de manos, y así sellamos la compra... Y la amistad también», explica Andrés. El 30 de diciembre cerraron la compraventa ante notario, despidiendo un 2024 que les dejó una casa en Galicia y, con ella, su lugar en el mundo. 

JUBILACIÓN A LA GALLEGA

La diferencia de edad entre Andrés y Celia —él cumple 60 años y ella tiene 42— hace que estén en diferentes momentos vitales, pero comparten las mismas metas. Hacia ellas caminan juntos, aunque Andrés la irá adelantando. Este mismo verano, aprovechando que se jubila de la policía —cumplirá los 40 años de servicio tras ejercer durante 15 como agente de la guardia civil para después cambiar a la policía nacional en Cataluña—, se irá a Pacios con los niños para continuar con las reformas desde allí, «y yo subiré a verles cuando pueda», dice Celia, que coordina un centro deportivo en su ciudad de origen.

Estos gallegos adoptivos tienen ya hasta su propio apodo en el pueblo: «Somos Andrés y Celia do Piñeiro, porque el núcleo de casas donde estamos se llama O Piñeiro. Allí les hicimos la foto, sobre el terreno que ya es de su propiedad y en el que posan con caras de felicidad. En él hay una casa de 400 metros cuadrados, un alpendre de unos 130 y dos mil metros de finca con castaños, un carballo, cerezos, higuera y manzanos. «También parras de vino Mencía y Jerez blanco, nos dijo Manolo», apunta Andrés. Van a aprovechar la estructura de la casa. De hecho, la idea es conservarla. «Vamos a empezar a arreglar el alpendre, que es lo más viable ahora mismo, porque hay que hacer mucha reforma. Tiene una columna romana y luego una especie de travesaños triangulares en el techo, muy bonitos, de madera. Haremos todo un poco diáfano, con cocina, baño y comedor», describen ilusionados.

Fue tal la sintonía entre esta pareja y el antiguo dueño de la casa que cuando dicen que la operación fue sin intermediarios es literal. «Pactamos un precio con Manolo, llegamos a un acuerdo y nos facilitó mucho todo, porque también acordamos un pago a plazos. Una parte se abonaba inicialmente, y después había unos pagos mensuales. Nos financiaba él, en lugar del banco. Pero al final, hemos podido anticiparlo. Hicimos un contrato de compraventa, de pago anticipado, y en noviembre ya finalizamos el pago. Ahora vamos a ver qué hacemos con la reforma», indica Andrés, que tiene en mente tener lo mínimo terminado para poder dormir allí en junio. «Depende también un poco de los albañiles, de la faena que tengan. Ya estamos pidiendo presupuesto y dando de alta el suministro de la luz. Y ya tenemos pozo de agua, de traída, como dicen aquí», añade. Celia va más allá: «Llevamos tres años muy malos con la sequía en Cataluña. Así que si la cosa se nos complica, aquí tenemos un pozo, el tiempo más fresco; puedes tener tu huerta, tus gallinas y vivir».

La pareja se imagina su nuevo hogar como un punto de partida desde el que arrancar con la furgo a conocer otros destinos, pero también como un punto de encuentro con la gente de la zona, con su familia y amigos. «Mi padre, al principio, me dijo que adónde íbamos tan lejos. Pero no conocen Galicia, y ahora ya está deseando venir», dice Celia. «A la gente le decimos que esto no se puede explicar con palabras», añade Andrés. Y para que vivan la experiencia planean que la parte de atrás de su finca se convierta en una zona de juegos para los niños, y también de hamacas y hasta de acampada para sus amigos.

«En agosto vinimos también con unos amigos, Javi y Cristina, que nos dijeron que habían sido las mejores vacaciones que habían pasado jamás. El otro día, les hicimos una videollamada desde aquí, y nos insultaban y todo», bromea Andrés, que quiere hacer un agradecimiento especial al personal de Solpor, y también a Chente, a Iván, a Castro y a Manolo, por ayudarles a hacer realidad un sueño que nunca se habían imaginado. «Jamás se me había pasado por la cabeza que me iba a llegar esta lotería», dice el madrileño que se vio sorprendido por la vida. Y eso que él y Celia llevan muchos kilómetros a sus espaldas por toda España y Europa pero, dicen, «hay que sentarse en un punto de esta tierra, de este lugar, para apreciar lo maravilloso que es. No lo puedes traducir en palabras. Hay que venir y vivirlo».

 


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