En un intento desesperado de comprender lo incomprensible, una joven lloraba desconsolada ayer en el muelle de Ribeira cuando estaba a punto de llegar el cadáver del patrón del Paquito Nº2. «¿Por qué, por qué?», se preguntaba. Y su interrogante era de esos que se clava en el corazón. De los que no se pueden contestar. De los que, por desgracia, quedan siempre en el aire.