El cineasta italiano, implicado en la resistencia antifascista, fue, para Coppola, quien cambió la cultura del cine
04 ago 2007 . Actualizado a las 14:57 h.Cuando el crítico italiano Aldo Tassone consultó a una veintena de cineastas italianos y extranjeros para el imprescindible libro Los films de Michelangelo Antonioni. Un poeta de la visión (editado por la gallega Fluir Ediciones en 2005, con una magnífica traducción de Ángel Lozano), las opiniones fueron unánimes, aunque de estar vivo Orson Welles le diría lo que a Peter Bogdanovich en Ciudadano Welles (Grijalbo, 1994), que le «aburre enormemente» y lo justifica con un ejemplo: «Antonioni ofrece una toma completa de alguien que anda por una calle. Y uno piensa: ?Bien, no va a seguir tomando a esa mujer durante toda su marcha por la calle?. Pero él lo hace. Y la mujer se va y él nos hace seguir contemplando la calle después de que la mujer se ha ido».
Al otro lado se sitúan contemporáneos suyos como Fellini, Kurosawa, Satyajit Ray, Altman, Angelopoulos o Resnais y más jóvenes como Scorsese que lo califica de «poeta de nuestro mundo en evolución, un pintor de nuestro laberinto emocional, un arquitecto de nuestra evasiva realidad», Coppola que considera que «ha cambiado la cultura del cine», y naturalmente su admirador Win Wenders para quien Antonioni «tiene una manera inconfundible de observar, de filmar los paisajes, las cosas, la arquitectura, las mujeres». En todo caso confirma la polémica que rodeó a su carrera como cineasta, la de un esteta dispuesto a revolucionar el lenguaje cinematográfico sin concesiones ni renuncias de ningún tipo. Nacido en Ferrara en 1912 en el seno de una familia burguesa, se desplazó a Bolonia para diplomarse muy joven en Ciencias Económicas y Comerciales, además de cimentar sus grandes aficiones infantiles de la música y el dibujo, la literatura y el teatro, que fue realmente su primera experiencia artística. Residente en Roma desde 1939, se inició como crítico cinematográfico en periódicos como Il Corriere Pagano o L?Italia Libera y la revista Cinema. Al mismo tiempo se formó como cineasta en el prestigioso Centro Sperimentale, para después colaborar con cineastas como Roberto Rossellini, de quien en un principio admite sus postulados neorrealistas, que con el tiempo acabaría dejando en las antípodas de su estilo. Implicado en la resistencia al fascismo de Mussolini y Hitler, su filmografía se abre con el cortometraje documental Gente del Po, que comenzó a filmar en 1943 pero no pudo culminar hasta 1947. Su entrada en la pantalla grande llegaría en 1950 con Crónica de un amor, y no sería hasta 1960 cuando le llegaría el reconocimiento internacional con La aventura, premio de la crítica en Cannes y primer trabajo con Monica Vitti, su actriz fetiche a la que estaría ligado sentimentalmente.
EL SALTO AL MERCADO
Después de su etapa más brillante en los años sesenta, en la siguiente década daría el salto al mercado norteamericano para implicarse abiertamente en las nuevas tecnologías de la imagen como fue el vídeo de alta definición en Identificación de una mujer (1982). Un derrame cerebral sufrido en 1986 le dejó seriamente incapacitado hasta el punto de limitarle profesionalmente y espaciar sus apariciones públicas. En 1995, gracias al interés de Wim Wenders, que se ofreció a tutelar al cineasta ante el productor y las aseguradoras, Antonioni codirigió con el cineasta alemán la fascinante Al di là delle nuvolle. En ese mismo año, la Academia de Hollywood le reconoció con un Oscar honorífico, premio que se sumaba a la Palma de Oro de Cannes, el León de Oro en Venecia y el Oso de Oro en Berlín, que ya recibiera en otras ocasiones. Falleció en su domicilio de Roma pocas horas después de Ingmar Bergman, autor con el que compartía su fascinación por las mujeres y por la mirada cinematográfica.