Las dudas que el Lugo sembró a lo largo del primer acto ante el Bilbao Athletic se despejaron en una magistral segunda parte de los de Fonsi Valverde. Los rojiblancos apelaron a la garra para zarandear a un adversario al que la presión y el empuje de los gallegos les apretó el cuello a medida que los minutos se esfumaron. Los primeros tres puntos del campeonato se quedaron en el Ángel Carro, pese a que el sufrimiento y la inestabilidad se convirtieron en compañeros de viaje de los locales en el sufrido inicio de la contienda.
El Bilbao Athletic comenzó con bríos. Se hizo con el balón ante un rival que volvió a sudar sangre durante una titubeante puesta en escena. Soberón llevó el peligro a los dominios de Javi Muñoz, pero las escaramuzas de los vizcaínos no culminaron con éxito. Sin embargo, el Lugo se desperezó a medida que los primeros minutos se consumieron y equilibró la balanza en el juego con un par de ocasiones claras de gol.
Después de las amenazas inaugurales por parte de ambas escuadras, la contienda entró en una fase de fútbol más trabado, con continuas interrupciones y etapas de aburrimiento. Hasta que una genialidad de Urko en la frontal, a la que contribuyó el agujero que el Lugo exhibió por las extremidades de la defensa, puso el escenario patas arriba. El misterio estaba servido y los espíritus del Real Unión revoloteaban en el Miño.
Los rojiblancos tiraron de casta para alcanzar la meta de Iago después del mazazo. Pero el equipo se partió en dos y se ahogó en un fútbol previsible, con escasas ideas.
De hecho, los de Fonsi Valverde lograron embotellar a los bilbaínos, pero no certificaron la superioridad con ocasiones de gol hasta que recapitularon en el vestuario.
Arreón
Los lucenses incrementaron la apuesta por el fútbol veloz y agresivo en la segunda mitad. Pablo Ruiz igualó la contienda en una jugada de estrategia, capítulo en el que los vascos dejaron mucho que desear. Los de Fonsi Valverde se crecieron y ofrecieron su mejor versión de la tarde.
Los locales empezaron a llegar con facilidad a la puerta de un inseguro Iago. Cada acción a balón parado o avance por la banda se convirtió en un martirio para la defensa bilbaína, que se desinfló en el mar de la desconfianza.
El empuje de los locales derribó el muro de los de Kike Liñero, que se convirtieron en espectadores de la remontada rojiblanca. Al final, la felicidad se apoderó de las gradas después del angustioso prólogo.