Su palmarés, su talento y sus extravagantes celebraciones convierten al italiano en el piloto más carismático de toda la historia del motociclismo
26 oct 2009 . Actualizado a las 18:28 h.El centauro ha evolucionado. Mitad hombre, mitad moto. Es Valentino Rossi (1979, Urbino).
El motociclismo sigue nutriéndose con sangre nueva. Pero toda acaba centrifugada por el mismo corazón. El de Rossi. Doblegó a Max Biaggi y a Sete Gibernau. Y ahora supera a Casey Stoner, Dani Pedrosa y Jorge Lorenzo. Es un piloto con el hambre y el talento necesarios para devorar a varias generaciones de rivales, con ese canibalismo propio de los que suben al firmamento del deporte. Como Lance Armstrong. O Michael Schumacher. Pero, lejos de la frialdad calculadora del ciclista estadounidense o de la emoción contenida del ex piloto alemán, el italiano saborea el triunfo sin complejos, con la alegría del niño que juega por puro placer. Festeja sus hazañas con una inigualable mezcla de extravagancia y naturalidad. Subió a su moto a un mecánico vestido de pollo y a una muñeca hinchable en dos de sus incontables vueltas de honor. Se vistió de Robin Hood en Inglaterra. Se subió al podio de Mugello con chanclas, bañador y una toalla al hombro. Se rodeó de siete enanitos cuando conquistó su séptima corona. La gallina vieja ha sido su última ocurrencia. Jorge Lorenzo ha intentado emularlo en sus festejos, pero sin éxito. Rossi también es único en eso.
El sueño de su padre
«Yo corro porque mi papá corrió. Si no fuera por él, hubiera sido repartidor de pizza. ¡Pero en moto!», asegura el campeón. Su padre, Graziano, fue un piloto profesional cuya carrera quedó truncada por un grave accidente. Quizás para anestesiar su frustración volcó su pasión en su hijo. Subió a Vale a la moto cuando el niño tenía solo dos años. A los tres, ataba la minimoto del pequeño a su coche para que aprendiera a sortear conos en un polígono industria. A los diez, el chico flirteaba con los karts. A los trece, Rossi vivió su peor carrera. Su senda casi se tuerce. Con una Cagiva de 125 se fue al suelo dos veces en la misma curva. Entonces Graziano se planteó si Valentino estaba llamado a ser un gran jinete de los circuitos o si todo había sido víctima de su obsesión.
Pero aquel fue un pequeño bache. Rossi logró su primer título en 1997, en 125 c.c. Dos años después ganó el de 250. Y después elevó su dominio a la categoría reina. Primero 500 c.c., luego motoGP. Su enfrentamiento con Biaggi llegó a las manos en el Gran Premio de España del 2001. «Que deje sus disfraces en el armario, porque aquí se compite en serio», señaló Biaggi. «Nunca seremos amigos. Max dijo que él era el piloto más importante de Italia», dijo después
Rossi. Il Dottore se convirtió en la enfermedad de aquel rival y de tantos otros.
Después firmar tres campeonatos con Honda, buscó el más difícil todavía. Fichó por Yamaha para desafiar el poder establecido en el motociclismo mundial. Y en solo dos temporadas el pez chico consiguió comerse al grande. A estas alturas, Yahama ya le debe al italiano cuatro títulos y un nuevo estatus en el Mundial.
Algún mal trago
Su sonrisa ganadora se borró cuando fue investigado por el fisco en Italia. Su pecado, evasión de impuestos. Un clásico en la cumbre del deporte. Rompió con su representante de toda la vida, Gibo Badioli, por el que se sintió traicionado. Y en el 2008 pactó el pago de 35 millones de euros. También tuvo que superar el reciente suicidio de su padrastro. Un capítulo que no lo desconcentró cuando ya agonizaba la presente temporada y se jugaba el título.
El campeón amenaza con llevar sus travesuras a otros campos. Busca nuevas emociones. Ha flirteado con los ralis y con la fórmula 1. Todavía no ha decidido su futuro. Pero Rossi, como siempre, quiere seguir jugando.