Representantes de toda la sociedad gallega despidieron a Carmela Arias

M. C. / R. G.

ECONOMÍA

El arzobispo de Santiago destacó la personalidad de una mujer que «quería profundamente a esta Galicia nuestra y a la que teníamos necesidad de querer»

30 oct 2009 . Actualizado a las 14:20 h.

«Carmela quería profundamente a esta Galicia nuestra. También nosotros sentíamos la necesidad de quererla a ella». El arzobispo de Santiago, Julián Barrio, resumió con ambas frases extraídas de su homilía el sentimiento de todos los que ayer se reunieron en la coruñesa iglesia de San Jorge para dar el último adiós a Carmela Arias y Díaz de Rábago, condesa de Fenosa. Fue a las ocho de la tarde, justo cuando el organista de la catedral compostelana, Joaquín Barreira, comenzó a tocar una melodía que dio inicio al funeral. Oficiando la ceremonia estaba el principal representante de la curia compostelana, rodeado por otros 18 sacerdotes, entre ellos el deán de la catedral, José María Díaz; el abad de la colegiata de Santa María del Campo, Rafael Taboada, o el párroco de San Jorge, Antonio Roura.

Mientras el sonido del órgano inundaba el templo, los asistentes continuaban entrando todavía en la iglesia. Justo diez minutos antes habían hecho acto de presencia los duques de Calabria, Carlos de Borbón y Ana de Francia, que disfrutaron de algunos veranos con la condesa en A Pobra do Caramiñal. Como representantes de la Casa Real, llegaron acompañados del presidente del Banco Pastor, José María Arias, de su esposa e hijos, además de por el alcalde de A Coruña, Javier Losada.

«Pasad vosotros primero», dijo la duquesa al sobrino de la condesa. «Por favor...», contestó este cediéndoles el paso. En el interior de la iglesia, arropando a la familia, estaba el presidente y editor de La Voz de Galicia y medalla de oro de la Fundación Barrié, Santiago Rey Fernández-Latorre. También en las primeras filas, aguardaban otros miembros de la familia de la fallecida.

Homilía

La música del órgano dio paso a la lectura de la primera carta del apóstol San Pablo y luego a la del Evangelio. Fue justo antes de que el arzobispo exaltara la figura de Carmela. Porque Julián Barrio se refirió en todo momento a la condesa como Carmela, como a ella le gustaba que la llamaran. «Fue una mujer austera para ella, pero llena de generosidad y preocupación para los demás. Porque su mayor riqueza era la sencillez», destacó el arzobispo, que combinó el castellano y el gallego durante toda la homilía. No fue el único momento en el que utilizó los dos idiomas. También lo hizo durante el rezo del padrenuestro.

La de Julián Barrio fue una intervención llena de sencilla emotividad, en la que también afirmó que la fallecida «vivió con intensidad el presente mirando al futuro». No olvidó recordar a los asistentes que la tuvieran presente «con veneración, ya que una mujer virtuosa hace a la persona digna de ser amada en vida y memorable después de la muerte».

Su sencillez, explicó, la hizo «dar de puntillas el paso a la vida eterna. Allí habrá gozo y alegría al son de instrumentos». Sus palabras sugirieron una velada evocación a la gran ayuda que la Fundación Barrié ha prestado para la reproducción de los instrumentos del pórtico de la Gloria, en la catedral de Santiago. La invocación al Apóstol y a la Virgen del Carmen le valió para cerrar una intervención en la que recordó a todos que «Deus non nos deixa nunca sós».

El órgano volvió a sonar. Esta vez para acompañar la flauta con la que Carlos Núñez, amigo de la condesa, hizo sonar las notas del poema Negra sombra, de Rosalía de Castro. El gaitero tocaba a la derecha del altar. A la izquierda, en un puesto de honor, sentados frente a dos reclinatorios, estaban los duques de Calabria, acompañando a la familia.

Himno

Tras el solo de flauta, continuó el funeral. El dulce instrumento dio paso luego, al final de la celebración, a otro más fuerte: la gaita. Con ella, Carlos Núñez interpretó uno de los temas preferidos de la condesa, la Marcha del Antiguo Reino de Galicia. Más de una vez sus más allegados han confirmado que esta era una de las piezas que le gustaba escuchar a Carmela Arias. Carlos Núñez la interpretó con sentimiento, desde el altar, con el alma puesta en tocar una melodía con la que estaba despidiendo a una amiga.

Justo al acabar la celebración, cuando el sonido de la gaita todavía inundaba el ambiente del templo, los asistentes comenzaron a acercarse a la familia de la condesa para testimoniarle sus condolencias y dar muestras de su dolor. Porque todos, como dijo el arzobispo, sentían la necesidad de querer a una mujer que quería profundamente a Galicia.