¡Taxi, lléveme a Suiza!

GALICIA

Cruzamos media Europa para entender un viaje anacrónico y surrealista

03 nov 2008 . Actualizado a las 18:25 h.

Un billete de avión de Santiago a Ginebra puede conseguirse sin muchas dificultades por 250 euros. Es un viaje limpio y rápido de menos de cinco horas. Sin embargo, cada mes, decenas de gallegos cubren el trayecto entre la Costa da Morte y Suiza en taxi. Alrededor de 20 horas con las paradas imprescindibles para la supervivencia de los viajeros y del coche. Una experiencia no mucho más cómoda que el viaje en autocar y el doble de cara: trescientos eurazos. ¿Por qué razón elige el taxi toda esa gente?

Para averiguarlo, cogimos uno el martes a las seis de la mañana en A Coruña con destino a Berna. ¿Hora prevista de llegada? «Nunca se sabe», responde el taxista, que exige no salir en las fotos. «Depende del tiempo». El viaje de ida suele durar unas veinte horas. Bastante largas, por cierto. Viajaremos cuatro personas. Aparte del taxista, me acompaña Luis, de 47 años, que debe gestionar un trámite administrativo, y Andrés, de 62, a quien espera su nieto. Los tres se conocen desde hace tiempo, viven en un radio de pocos kilómetros y no es la primera vez que hacen el viaje en este mismo taxi.

Condiciones espartanas

«Yo he ido en mi coche, en avión, en tren y en autobús. Y prefiero el taxi». Andrés, que se va a meter entre pecho y espalda 3.500 kilómetros para estar con su familia poco más de sesenta horas, lo tiene claro: «Prefiero el taxi». Luis se expresa en términos parecidos: «No me gusta el avión». La conversación transcurre tras una parada mínima para tomar café en el primer pueblo tras abandonar Galicia. El efímero avituallamiento servirá para marcar la tónica del viaje: no perderemos un solo minuto que no sea estrictamente necesario; no gastaremos un euro más de lo inevitable, aunque ello provoque situaciones francamente risibles.

A lo largo del viaje, afrontaremos tandas de más de cuatro horas sin parar y, en la larga travesía francesa, alternaremos la autopista con carreteras nacionales e incluso comarcales, trillando un itinerario afilado durante centenares de recorridos para mejorar la relación calidad precio entre las carísimas autopistas francesas. La comida se produce antes de la una de la tarde en un restaurante pegado a la carretera con un servicio ultrarrápido. Esa podría ser una razón para elegir el restaurante, la otra es que es el último antes de entrar en Francia donde, asienten mis tres compañeros, se come peor. Debe ser así porque, antes de ponernos de nuevo en marcha, con el café aún hirviendo en el gañote, entra en el restaurante otro taxista de la Costa da Morte con un matrimonio camino también de Suiza.

La recta de Burdeos

La travesía de las Landas, camino de Burdeos, se hace interminable. Las conversaciones suben y bajan dentro del coche, aunque el ambiente se enfría cuando las preguntas giran sobre el taxi o la paquetería que viaja en el amplio remolque de atrás y cuyos últimos elementos son recogidos en Ponferrada, para iniciar el reparto en Ginebra. Sorteamos Burdeos dos horas después de haber salido de Irún y nada hace suponer que vayamos a parar. El taxista tirará hasta Angulema, donde nos chuparemos un cuarto de hora de atasco antes de sumergirnos en la red de carreteras secundarias en un maratón que no se detendrá hasta Bellac, 450 kilómetros y cuatro horas y media después de la última parada. Hace doce horas que estamos en la carretera.

Tardaremos otras seis horas en llegar a la frontera suiza, con dos miniparadas por el camino. Allí, en la aduana, apenas estaremos detenidos unos minutos antes de que la policía nos dé paso tras examinar la lista de mercancía que el taxista le relaciona en un papel escrito a mano. Aún faltan otras dos horas y media en llegar al destino. Cuando me bajo del taxi en Berna estoy molido.

Cuatro horas más de vuelta

El viaje de vuelta será aún más duro. El cambio de recorrido, saliendo a la una de la tarde hacia Basilea y cruzando la frontera alemana, alarga el trayecto una hora más; la carga del remolque, el doble que en la ida, también suma, y las doce horas de lluvia ininterrumpida acaban de complicarlo todo. El momento más surrealista del viaje sucede en la cena, nueve horas después de la salida. La hemos preparado comprando una barra de pan y un poco de fiambre en un supermercado tres horas antes. El improvisado bocadillo nos lo comemos bajo la marquesina de una gasolinera cerrada cerca de Gueret, que apenas nos protege del pertinaz temporal. Doce minutos, y al coche. La dureza del recorrido vence finalmente la resistencia del taxista, que se concede tres cuartos de hora de sueño 50 kilómetros antes de llegar a Burdeos. Ya recuperado, volvemos a la carretera, afortunadamente sin la lluvia, que solo volveremos a encontrarnos al llegar a Galicia. En total, la vuelta se prolongará 24 horas.

A esas alturas, los cuatro hemos averiguado bastantes cosas los unos de los otros. Han sido 44 horas juntos, más de una semana laboral. ¿Ha sido un viaje cómodo? Para mis compañeros, aparentemente sí. Yo no opino lo mismo y, después de toda la experiencia, las razones de que todavía existan los clientes suficientes como para que una decena de taxis enlacen semanalmente la Costa da Morte y Suiza siguen sin estar demasiado claras. En cualquier caso, la semana que viene seguro que hay alguno que vuelve a salir.