Tras varios éxitos anteriores, el cantante francés lanzó ese año el tema definitivo del género
30 jul 2023 . Actualizado a las 05:00 h.¿Qué elementos tiene que reunir la canción del verano? Un tono alegre, una letra fácil de memorizar, referencias a la época del año y la cualidad específica de ser tremendamente pegadiza. Si todo eso se acompaña de un baile y un rostro que se identifique de inmediato con su autor, la jugada resulta maestra. Esa canción la podrán cantar y bailar el niño y la abuela, el tío y la madre, la vecina y el camarero del bar de abajo. Es decir, toda la colectividad experimentando esa mezcla de felicidad instantánea y pérdida de complejos que se da en ese momento.
Lo antedicho lo logró Georgie Dann en numerosas ocasiones a lo largo de su carrera. Pero fue en 1988 cuando tocó techo con El chiringuito. Nos encontramos ante la canción del verano por excelencia, el estandarte de todo lo que fue, es y será este género. Tontorrona, adhesiva y llena de tópicos, fue servida en 1988 honrando a uno de los máximos símbolos playeros: el sacrosanto chiringuito. Todo con la característica sonrisa del artista, que cantaba en español con acento francés, y su cohorte de bailarinas que danzaban con una bandeja de camarera en la mano.
El tema contenía, además, esa libidinosa picardía típica de aquella España que había salido del destape y ya hacía toples. En uno de sus versos, por ejemplo, hablaba de una carta llena de dobles sentidos: «De menú del día tenemos conejo a la francesa, pechuga a la española y almejas a la inglesa». En otro, el cantante pintaba con brocha gorda los usos machistas de la época: «Las chicas en verano no guisan ni cocinan / Se ponen como locas si prueban mi sardina». Y entremedias, de manera machacona e incesante, un mantra: «¡El chiringuito! ¡El chiringuito! ¡El chiringuito!». Lo dicho, la sublimación de la canción veraniega.