Los Pachos, los últimos de la saga de carpinteros de ribera del Eo

A MARIÑA

En el Esquilo pervive la última familia de artesanos que fabrican botes de vela latina. Los barcos construidos en la ría ya eran famosos en el siglo XV

11 may 2008 . Actualizado a las 02:00 h.

Decenas de embarcaciones amarradas en el muelle de Ribadeo -el típico bote de vela latina- llevan su firma. Sus manos calzaron las quillas, añadieron las rodas y los codastes, colocaron las cuadernas de roble y en un proceso tan minucioso como laborioso, forraron los cascos con tablas de pino o iroko -el banceado-. Paso a paso, los botes, lanchas y barcos de pesca fueron viendo la luz por un saber heredado de padres a hijos.

Pero los tiempos cambian y el valor de la tradición agoniza. Hoy en día el astillero de Los Pachos -el último de una saga de reconocida fama ya en el siglo XV- perviven en la definición exacta de la palabra: seguir viviendo a pesar del tiempo y de las dificultades. Los Pachos son los últimos carpinteros de ribera de Asturias, mérito más que suficiente para recibir algún tipo de ayuda de la Administración: «Pero no es así», se lamentan. En la actualidad los encargos escasean. Las embarcaciones de fibra, el desuso de los barcos de madera para la pesca, el intrusismo laboral... son demasiadas zancadillas para una empresa familiar que mantiene un saber de otro tiempo en la desembocadura del río Berbasa.

Carlos está jubilado, pero de cuando en vez se viste el mono para pasar el tiempo en el astillero: «Desde niño estoy en esto. Y hasta ahora». Mira el esqueleto de un bote de vela latina, antaño también usado para la pesca y ahora transformado en embarcación de recreo, y sonríe: «Esto no tiene comparación con navegar con fibra. Y si se cuida como es debido, se mantiene cincuenta, sesenta, setenta años...».

«Para construirlo -comenta Martín- hacen falta dos meses». «Trabajando cinco días a la semana diez horas cada uno», puntualiza su tío Pepe.

Sin embargo, parece una reliquia de otro tiempo: «El futuro es difícil», reconoce con cierta lástima Carlos, y añade: «Por supuesto que me da mucha pena».

«Es que este astillero tiene que cumplir los mismos requisitos que el de Gondán. Recibe las mismas circulares. Y las cosas no debían ser así. El Principado aquí no ayuda nada, mientras en Galicia sí lo hacen con otros carpinteros de ribera. Es una lástima. Además, desde hace cinco años se ha notado un descenso muy grande de pedidos. Desde hace tiempo no tenemos ningún encargo de botes de vela latina. Eso parece que se acaba», explica Martín, quien inició su tarea como carpintero de ribera a los 19 años.

O cambian las cosas o con él desaparecerá el último de una saga de los pueblos ribereños del Eo. Antes desaparecieron otros, en Foz, Luanco...: «Antes hacíamos barcos pequeños de madera para pescar. Pero eso también se acabó. El último lo construimos hace años. Ahora todo es para recreo», dice Carlos encogiendo los hombros, como asumiendo un futuro inevitable.

La de Carlos González -al igual que la de su hermano Pepe- ha sido una vida dedicada a los barcos de madera. Por eso no ocultan el malestar ante determinadas medidas de la Administración: «Pides una ayuda para hacer un barco de hierro y te llegan las subvenciones. Pero para los barcos de madera no hay nada. Así las cosas, ¿cómo va a haber pedidos?», dice.

Y es que el reto de mantener el oficio se convierte en una dura batalla en el día a día. Martín lo sabe bien, porque además los síntomas de recuperación son poco alentadores: «Normalmente en verano cerrábamos trabajo para todo el año. Pero este último no tuvimos ningún encargo. Eso nunca nos había pasado».

Para ellos queda la satisfacción de ver navegando por la ría decenas de embarcaciones que salieron del astillero del Esquilo. Carlos y Martín son los últimos de una saga, los últimos carpinteros de ribera del Eo.