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«Quería algo más de lo que me ofrecía el mercado, mi avión, algo novedoso, y lo conseguí»

A MARIÑA

Este empresario óptico de Ribadeo lleva años consagrado a la aeronáutica, una afición de la que se empeña en hacer negocio

06 feb 2010 . Actualizado a las 02:00 h.

Tendría ocho o diez años cuando montó su primer avión. «Fui a Lugo con mis padres y me metí en la antigua OJE, en una escuela de aeromodelismo. Era un crío, pero me vieron con tanta ilusión que salí con un fajo de maderas para hacer aviones y un plano. Ya lo había visto en revistas, pero no había accedido a ello porque aquí no había tiendas. También recuerdo que cuando volví a Lugo les llevé el avión hecho y alucinaron, porque era un palo y un papel», evoca José Luis González-Miró López (Ribadeo, 1955), en el hangar del aeródromo de Vilaframil, donde trabaja.

Tanto sorprendió el resultado que le mandaron material y creó «una especie de escuela en Ribadeo». Con menos de 20 años, él y unos amigos se juntaban para montar aviones y volarlos. «Me gustan desde que tengo uso de razón, la construcción y el vuelo», afirma. «Al principio los aeromodelos los lanzábamos con la mano, después se fue a aviones dirigidos con cables, luego aparecieron las radios y me metí en ese mundo», relata.

La mili y otras aficiones le apartaron temporalmente de esta actividad, «aunque es algo que siempre estuvo ahí, en casa». Hasta que se produjo el salto decisivo: «Pasé del avión de aeromodelismo al avión real y empecé a montar aviones que comprábamos fuera desarmados». En 1985 se atrevió, además, a diseñar su propio aeroplano. Dibujar sobre el papel una aeronave, fabricarla y además conseguir que vuele requiere, sobre todo, «ingenio».

Estudio y mucho ingenio

«Los conocimientos -sostiene González-Miró, autodidacto- los vas adquiriendo con el tiempo, a mí ya me venían desde pequeño las nociones de aerodinámica del vuelo. Te vas metiendo y cuando necesitas información para hacer un cálculo de estructura, te buscas la vida». Un ingeniero aeronáutico, dice, «tiene que estudiar de todo, pero cuando acaba la carrera no sabe hacer un avión. Eso sí, domina todo el papeleo». Si el ingeniero, además de formación teórica, tiene ingenio, «es un figura». Abundan poco, apostilla.

El primer avión real que montó este ribadense fue un Tango, un ultraligero de fabricación española. Lo armó en el garaje de casa. Entonces volaba en el aeródromo de Arnao, en el Occidente de Asturias, pionero en la zona. «Y llegó un momento en que quería algo más de lo que el mercado ofrecía, mi avión, a mi gusto y salió el Toxo». Buscaba un aparato bonito de línea, muy rápido, algo novedoso. «Y lo conseguí, de hecho sigue siendo el avión más rápido en la categoría, lo que hace más complicados los cálculos de construcción y el pilotaje», reconoce.

Explica este apasionado de la aviación que, cuando estaba fabricando la avioneta, los amigos empezaron a interesarse. «'Yo quiero uno, yo otro', me decían. Y en vez de hacerlo para mí, saqué los moldes para poder fabricar más», relata. Al advertir que existía mercado se decidió a convertir la afición que arrastraba desde niño en un negocio y creó, junto a otros dos socios, la empresa Construcciones Aeronáuticas de Galicia (CAG).

Volando en el Toxo por Europa

«En 2003 se cerró el diseño y el estudio de los prototipos para sacar una serie y empezó a fabricarse el modelo real. Sin recursos ni financiación de ningún tipo, acudimos a tres ferias internacionales de Europa», detalla. A Francia, Italia y Alemania viajaron volando, en el Toxo, mientras el resto de fabricantes montaban allí las avionetas. La anécdota más curiosa se produjo en Alemania: «La feria era en un recinto interior y tuvimos que meter el avión con sillas, rodando de lado, porque la puerta era muy pequeña». Esa fue la presentación internacional de Toxo. No solo gustaba a los amigos sino que también generó expectación fuera. La empresa norteamericana Mooney Airplane Company quería comercializar el aparato en su país, con el nombre Mooney Toxo.

De Ribadeo a Aragón

Entretanto, CAG, con seis empleados y sin apenas recursos, fabricaba aviones en Vilaframil. De 2001 a 2003 se vendieron 20 unidades [desarmados a 45.000 euros y terminados, a 100.000], en Francia, Brasil y España. Y surgió otra oportunidad de negocio, que les hizo desechar la propuesta de la compañía estadounidense. Con el aval del Ministerio de Defensa y de la firma británica BAE Systems, fabricante de armamento y tecnología militar, González-Miró continuó buscando financiación en Galicia. La Xunta no respondió, pero sí lo hizo, casi por azar, el Gobierno de Aragón.

«Se creó un plan de negocio muy ambicioso para fabricar un avión diario [tal era la demanda] y se formalizó otra empresa, con las mismas siglas, CAG, Composite Aeronautic Group. Empezó con un buen ver pero pronto descubrí que los intereses de la capital riesgo del Gobierno aragonés (que costeaba el proyecto) no tenían nada que ver con temas industriales y de empresa», lamenta.

Él preveía una inversión de dos millones y al final se gastaron 25. El plan se frustró, con la nave hecha y un centenar de empleados, y acabó en los tribunales. «Es muy triste, era un proyecto que tenía todas las cartas para ganar, producto, financiación y apoyo de una empresa líder mundial en aeronáutico». Pero este aficionado, que devino en empresario aeronáutico, no ceja en su empeño de hacer de esta pasión un negocio rentable.